Desde que el Gobierno de coalición llegó al poder, la derecha ha anunciado, con trompetas del apocalipsis resonando en los confines del averno, la desaparición de gran variedad de cuestiones.
Se dijo, por ejemplo, que el Ministerio de Consumo iba a hacer desaparecer la carne, simplemente porque aconsejó que se redujese su ingesta. Así que pudimos ver en redes sociales a políticos del PP fotografiándose frente a platos ostentosos de carne roja, salvaguardando el honor de pollos empanados y chuletones. En la misma línea, se anunció que el mismo ministerio iba a hacer desaparecer el azúcar a raíz de la regulación de emisión de publicidad de alimentos y bebidas no saludables dirigidas al público infantil. Y, del mismo modo, asistimos al espectáculo de ver cómo el entonces responsable de Comunicación Online del PP, Ismael Sirio López (entre otros), se fotografiaba rodeado de chocolatinas, salvaguardando aquí el honor de las caries.
No menos delirante fue el momento en el que se temió por la desaparición de los trajes y las corbatas. Pedro Sánchez pidió a los ministros y al resto de responsables públicos que no usasen corbata ni traje para reducir el uso del aire acondicionado y contribuir así al ahorro energético. La medida no tenía mucha lógica ni desarrollo, pero enseguida fue reprendida con fotografías de trajes de raya diplomática, americanas y chaqués. Lo que le faltaba a este país era asistir a la desaparición del nudo Windsor en oficinas y el Congreso.
Por supuesto, se ha mentado y predicado sobre la desaparición de asuntos bastante más serios, como la desaparición de la familia. El candidato del PP al Senado por la circunscripción de Gran Canaria, Sergio Ramos, llegó a afirmar el pasado mes de julio que con el Gobierno de Sánchez “las familias han sido denostadas y algunas como las numerosas perseguidas”. No fue el único que reveló la perentoria desaparición de las familias numerosas, algunas de las cuales ya habrían tenido que solicitar asilo político en otros países del entorno.
Otro asunto al borde del ocaso ha sido, por supuesto, la estabilidad económica. Desde que llegó a la presidencia del PP, Alberto Núñez Feijóo centró prácticamente todo su discurso en predecir un desastre y una recesión económica sin paliativos. Lo cierto es que España creció un 5,5% en 2022 y las soflamas sobre el apocalipsis económico comenzaron a menguar y ser sustituidas por apocalipsis de otra índole como el de la vivienda, con los okupas al frente.
Y en esa espiral tragicómica de temores, la pasada semana la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, alcanzó el cénit del exceso verbal acusando a Sánchez de promover la desaparición de los españoles en caso de una futura amnistía: “Se ha dicho que si esta felonía se consuma, habrá dos tipos de españoles; pero es mucho peor. Si esta indignidad triunfa, pronto no habrá españoles”, aseguró Ayuso en el Senado. De todas las cosas posibles que podía hacer desaparecer el Gobierno con sus políticas, la desaparición de los españoles no la vimos venir. Sí, tú mismo podrías estar a punto de diluirte del espacio-tiempo como en las fotografías de ‘Regreso al Futuro’.
En el fondo todo se basa en lo mismo: predicar temores y establecer una gama de peligros reales o imaginarios de los que extraer chivos expiatorios. Porque el miedo no está solo asociado a catástrofes de alto perfil como el calentamiento global o el terrorismo, también se pueden implantar pequeños temores silenciosos y cotidianos, como el miedo a perder libertades o el miedo a que desaparezcan tradiciones establecidas.
Lo explica a la perfección el sociólogo americano David Altheide en su libro ‘Creating Fear: News and the Construction of Crisis’: “El 'mercado' del miedo también ha generado una extensa industria artesanal que promueve nuevos temores y una gama cada vez mayor de 'víctimas' ”. El miedo, el recelo a lo desconocido, es la nueva masa madre de la política siempre caliente en el horno.