Estuvo bien, o quizá no, tragar con un rey educado por el franquismo y designado por el dictador para sucederle. Atado y bien atado dijo Franco en 1969 que quedaba nuestro futuro en un discurso de Navidad retransmitido por la radio y televisión dirigidas –paradojas del destino– por Adolfo Suárez. Estuvo bien, o quizá no tanto, nuestra famosa Transición. Ahora vemos cómo muchos de los nombres que hilan nuestra historia reciente saltaron de la dictadura a la democracia sin rubor. Y algunos, después de disfrutar de cargos y prebendas antes de las urnas y después, han envejecido tan mal que se arriman sin vergüenza a la extrema derecha. ¡Qué mala es la nostalgia!
Españoles, Franco ha muerto, gimoteaba en blanco y negro Arias Navarro el 20 de noviembre de 1975. El dictador desaparecía, pero quedaba su obra: “Ya sé que en estos momentos mi voz llegará a vuestros hogares entrecortada y confundida por el murmullo de vuestros sollozos y de vuestras plegarias”, aseguraba el último presidente del Gobierno de la dictadura y primero del reinado de Juan Carlos de Borbón. La realidad era otra, había miedo, sí, pero sobre todo hartazgo y esperanza de encontrar una salida a uno de los periodos más siniestros de nuestra historia.
En este país sin remedio, 85 años después del golpe de Estado que dio paso a la Guerra Civil, seguimos discutiendo sobre la naturaleza del mal. A algunos jueces Millán-Astray no les parece suficientemente golpista, fascista, franquista... y reivindican que volvamos a honrar su memoria con una calle en Madrid. ¿Que fue el jefe de la oficina de propaganda de los golpistas durante la Guerra Civil? Les parece poca cosa. Tampoco está claro el futuro de los restos de Queipo de Llano, que reposan con honores en la sevillana basílica de la Macarena. Aquí, el lío, el enredo, la confusión va del Gobierno de la Junta de Andalucía a la hermandad de la basílica, pasando por el Ayuntamiento de Sevilla. Todos opinan, pero el muerto sigue enterrado con honores. En este caso la duda sobre la maldad no es tal. Golpista auténtico y orgulloso de serlo, los historiadores le califican de “criminal de guerra” y le adjudican la muerte de miles de personas.
Todas estas cuestiones del pasado serían anécdotas si no nos enfrentásemos cada día con un nuevo hito en el reverdecer de las ideas más oscuras de nuestra historia. Un día se retira el cartel de Zahara porque a alguien le parece ofensivo, otro leemos que un personaje de la extrema derecha asegura como una gracieta que dejará votar con libertad a su hija, siempre que vote a su madre. El mismo sujeto también afirma que si un hijo suyo votase a Podemos, le echaría de casa. Por lo menos los neofascistas no mienten, las reglas del juego están claras. O piensas como yo o vete preparando.
Si hace unos días, de la mano de mi amiga Silvina, recomendaba mesura en las redes, hoy pido prudencia. Verán que he procurado omitir los nombres de los partidos y las personas que nos están llevando al desastre. Creo que hay que denunciar sus mentiras, pero no colaborar con su estrategia. Cada día, cada semana, les gusta montar un numerito. Empezaron fuerte con la cantinela permanente sobre los mal llamados menas. Lo penúltimo ha sido la charlotada de matar en un ruedo a Feminista o la ridícula celebración del 500 aniversario del triunfo de Hernán Cortés en Tenochtitlán. Como bien dice el periodista Diego Salazar, es una trampa que políticos populistas están poniendo en práctica en muchos países. Son mentiras, pero les funcionan tan bien que en algunos momentos tengo la sensación de que el fantasma de Franco nos sigue rondando.