¡Vaya espectáculo ha dado la izquierda!
Vaya espectáculo ha dado la izquierda, oye, qué doce días de negociaciones, menudo acuerdo, y lo que nos queda por ver todavía, que esto no se ha acabado. Vaya espectáculo, fíjate bien: quince partidos de izquierda concurriendo juntos a las elecciones; quince partidos de izquierda distintos entre sí por tradición, familia política o territorio; quince partidos de izquierda, algunos con larga historia, otros recién llegados, que hasta ahora competían por votantes similares, y que han decidido presentarse en una sola candidatura y con un mismo programa. ¡Todo un espectáculo!
Ah, perdón, ¿pensabas que decía lo de “espectáculo” en el sentido negativo que hemos usado tanto estos días? El “espectáculo” que considerábamos lamentable de negociaciones a cara de perro y al límite de tiempo, juegos de manos, faroles, filtraciones, acusaciones, vetos, mercadeo de puestos, deslealtad, personalismos, “qué hay de lo mío”, ultimátums, chicken game, acuerdo por los pelos y cogido con alfileres, firmantes que arrastran los pies y siguen quejándose después… Es decir, el espectáculo desmovilizador y desilusionante de los partidos luchando en el barro a ojos de los desolados votantes que ven venir la catástrofe…
Pues no, démosle la vuelta al cuento de estos días. Lo verdaderamente espectacular es, insisto, que por primera vez en esta democracia quince partidos de izquierda hayan sido capaces de entenderse y, en vez de provocar que en una misma provincia compitan dos, tres y hasta cuatro candidaturas para conseguir poco o nada (lo que pasó en las municipales y autonómicas), puedan ahora reunir hasta el último voto y superar así los obstáculos del sistema electoral. Lo espectacular es que lo hayan conseguido, y que vayan a trabajar de inmediato un programa común, después del 23J un grupo parlamentario compartido, y con suerte un gobierno en coalición.
Eso es lo espectacular, lo que debería movilizarnos y hasta ilusionarnos (a quien le importe tanto votar con “ilusión”, que no es mi caso). Todo lo demás, qué quieres que te diga: me parece normal. Me parece hasta bien. Que quince partidos negocien, discutan, incluso se peleen para conseguir la unidad, me parece razonable. Que defiendan con uñas y dientes sus principios e intereses, su representatividad y hasta su existencia futura. Es decir: el mayor número posible de puestos de salida, el mayor porcentaje posible de presupuesto, la mayor autonomía posible para la campaña en su territorio y en el grupo parlamentario.
Si el votante quiere una papeleta plácida, monolítica, unida a hierro, sin discrepancias ni matices, con una sola voz y un líder absolutísimo, con un programa de una pieza y un grupo parlamentario manso y con disciplina de voto, se ha equivocado de candidatura, que busque en otros lados. Si en cambio quieres una opción electoral que contenga pluralidad, polifonía, heterodoxia y conflicto, no vale lloriquear porque las negociaciones sean feas o se sigan aireando diferencias. Lo mismo que ha pasado estos años con el gobierno de coalición: la falta de cultura política de coalición en nuestro país nos hacía magnificar el disenso, la discusión, los desacuerdos, y pasarnos tres años y medio avisando de que el gobierno se fracturaba, estaba roto, se acababa…, mientras el gobierno seguía legislando y legislando. ¡Gobierno Frankenstein!; clamaba la derecha, y le comprábamos el discurso.
Vivan los gobiernos y las candidaturas Frankenstein, las ollas de grillos, la algarabía, los pies fuera del tiesto y el sindiós de una izquierda que siempre ha sido un sindiós: sin dioses, reyes ni tribunos. Venga.
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