Espectadora benevolente
El jueves de esta semana falleció Nora Cortiñas, una de las caras más conocidas de la organización Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. En general pienso que no hay nada que lamentar la muerte natural de una persona grande que tuvo una vida plena; es el ciclo de la vida y pienso que es mejor abrazarlo que negarlo. Es difícil, no obstante, pensar eso cuando se trata de una mujer que murió sin encontrar a su hijo desaparecido. Norita hizo de todo, pero no se puede decir que se haya ido de este mundo con todo lo que tenía que llevarse.
El viernes a la tarde estaba escuchando Radio con vos en el auto cuando Alejandro Bercovich quiso poner un recorte de la última vez que Norita habló en su programa, justo después de la victoria electoral de Javier Milei. Él destaca, al presentar la entrevista, que Norita había dicho que no había que tener miedo. Me gusta eso, porque no empatizo en nada con el miedo y creo que es un afecto conservador que hay que combatir en lo privado y en lo público, pero no fue eso lo que más me interpeló de la entrevista. Lo que me hizo llorar fue el momento en que Bercovich le pregunta qué están haciendo, cómo se están preparando para este nuevo ciclo. Norita le dice que ya pidieron la reunión con el presidente, como hacen con todos los cambios de gobierno. Bercovich le pregunta si piensa que va a haber disposición para conversar con ellas de parte de Milei y Victoria Villarruel. “¿Y por qué no?”, le contesta Norita muy firme. Lo repite: ¿Y por qué no?
Me emocionó ese momento porque yo también, igual que la izquierda e igual que la derecha, estoy cada vez más descreída de las posibilidades de la democracia institucional. Me formé, como todas las generaciones post dictadura, en el consenso de que la democracia era un concepto normativo, que era importante por sus reglas, pero porque ellas no eran formalidades vacías; que la suspensión del Estado de derecho había sido grave y su recuperación era una victoria que había que cuidar, aunque cuando está en pie lo único que veas sean sus fallas. Siempre pienso que creo en eso y cuando la escuché a Norita me di cuenta de que necesitaba recordarlo, que necesitaba recuperar una fe que había perdido. Que las formalidades importan; que pedir la reunión importa, y que ser un actor político en democracia es ir a la reunión sin cinismos, con hipocresía si hace falta, con una sonrisa impostada, pero con la mejor de las voluntades incluso contra todos los indicios. Tanto por izquierda como por derecha, reitero, del lado del peronismo y del del antiperonismo, en las últimas décadas emergió un desprecio de esta forma de pensar la política que hoy está en su punto máximo. Norita fue una de las representantes más importantes de esta tradición hasta el final, y quizás la única que muchos y muchas jóvenes llegaron a admirar.
Pero no solo en eso Norita fue una representante de lo mejor de la vieja política en el buen sentido. En los últimos años Norita se hizo conocida por estar en todos lados: en las movilizaciones por el aborto, en las fábricas recuperadas, en el juicio de unas chicas procesadas por grafitear “lesbiana” en una pared. Nunca se preguntó qué tenía que hacer ella o su organización en esos espacios. Si se enteraba de una injusticia iba a informarse y a acompañar, porque entendía eso, que las injusticias son todas una sola y no una multitud de marcas registradas. Nunca se preguntó si tenía derecho o legitimidad apoyar causas que no nacieron suyas porque en el fondo es una pregunta que es un absurdo, la pregunta de si uno tiene derecho a dar una mano donde hace falta; una pregunta que solo puede hacerse una época que inventó la micromilitancia, en la que una efectivamente puede sentir que parasita una causa en lugar de contribuir a ella porque el posteo te hace quedar bien a vos mucho más de lo que le suma a la mentada causa, y en el fondo una lo sabe; una micromilitancia que no tiene ningún costo, solo beneficios para quien participa de ella, y que por eso es lógico que nos haga sentir sucios por ser buena gente tan barato, por hacer la pantomima de participar de la conversación pública sin sumar ninguna idea ni escuchar a nadie para aprender algo.
Norita hizo suyas las causas de todos: el feminismo, la diversidad sexual, las causas de los trabajadores y trabajadoras, en todas ellas quiso sumar lo que podía de visibilidad y conversación y aprender cómo funcionaban los derechos en lugares que por su propia circunstancia personal no tenía por qué haber experimentado o conocido. Me hizo acordar a algo que aprendí hace poco para una investigación que estoy haciendo. Virginia Woolf, que nació en una familia de burgueses, tuvo mucho contacto con el activismo de las mujeres trabajadoras en Inglaterra. Tanto es así que en la imprenta que tenían con su marido imprimieron un libro precioso y dificilísimo de conseguir hoy, Life as We Have Known It (“La vida como la hemos conocido”), para la Women's Co-operative Guild, una asociación de mujeres que era parte del movimiento cooperativista británico. El libro lo edita Margaret Caroline Llewelyn Davies, activista y secretaria de esta organización: son una serie de crónicas de vida contadas en primera persona por mujeres trabajadoras que hablan de sus vidas en las fábricas. Los textos son potentes todavía hoy, y conmovedores también. A pedido de Davies, Virginia la burguesa escribe un prólogo para este libro; además de su imprenta, entonces, presta su nombre y su visibilidad a este grupo de trabajadoras, y escribe que efectivamente las mujeres como ella no viven ni conocen la explotación de las que trabajan y que encima vuelven a criar a una casa sin mucamas. Para hablar de esta ajenidad, y del impacto que estas historias le causaron, Virginia escribe sobre el primer congreso de mujeres trabajadoras al que asistió como “espectadora benevolente” en 1913. Describe la experiencia de escuchar en silencio, sorprenderse y tratar de aprender.
Hoy que solo creemos en la dignidad de ser protagonista parecería insultante decir que una activista como Norita fue, además de luchadora, espectadora benevolente de una serie infinita de injusticias que no le tocaban en primera persona, pero yo creo que ella lo entendería.
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