El espejo de Finlandia
La imagen más viva que tengo de Lappeenranta, una pequeña ciudad finlandesa a 30 kilómetros de la frontera rusa, es la de un autobús anticuado y ruidoso conducido por un hombre que no entendía inglés, escuchaba música americana de los 60 en una cassette y parecía llevarnos al fin del mundo. La imagen de un lugar parado en el tiempo. O al menos eso parecía en 2006, cuando se reunieron allí los ministros de Exteriores de la UE durante la presidencia de turno de Finlandia.
El resto del país, con sus sillones multicolores de diseño, sus escuelas modelo y sus redes rápidas de wifi, se parecía más al cliché que tenemos los europeos del sur sobre Finlandia. Pero aquella frontera, oscura incluso en un mes de septiembre, recordaba que el país es mucho más que Helsinki. También era el símbolo de un mundo más parecido al del otro lado de la frontera y alejado de otros socios europeos. La relación cultural, histórica y en ocasiones violenta de Finlandia con Rusia hacía que las reuniones con Vladímir Putin tuvieran una especial tensión. En aquel 2006, el primer ministro finlandés, Matti Vanhanen, fue uno de los pocos que se atrevió a mentarle a Putin el asesinato de la periodista Anna Politkovskaya ocurrido entonces. La mayoría de los gobernantes europeos preferían centrarse en acuerdos sobre el comercio de carne o de petróleo. Pero Finlandia sabía bien con quién trataba.
Desde los años 60, es un país que se ha preparado con la formación de civiles para emergencias, la construcción de una red de búnkeres sofisticados y la relación cuidadosa pero no ingenua con el vecino. Su elección de no entrar en la OTAN, una alianza defensiva, tenía más que ver con su propia imagen que con el desinterés por una organización cuya única utilidad práctica es el compromiso de que si un país te ataca los demás aliados –o mejor dicho los pocos que tienen capacidad militar sustancial– te defenderán. Putin ha forzado un cambio de posición que pocos esperaban hace unos meses.
Ahora en Lappeenranta los lugareños sienten que algo se ha roto con sus vecinos del otro lado de la frontera si los rusos han sido capaces de invadir Ucrania y hacer estragos contra una población civil con la que tienen tanta historia, cultura, familia y lengua en común. La decisión brutal y caprichosa de Putin ha alterado la vida de millones de personas más allá de las fronteras de Ucrania. Para muchos, entrar en la OTAN es la garantía de que Rusia no se atreverá con ellos. Y la realidad es que así ha sido, según la experiencia hasta ahora. Salvo unas pocas e inconsecuentes incursiones en espacios aéreos ajenos, Putin no se ha atrevido con los vecinos del Este que son parte de la UE y de la OTAN. Estonia, Letonia y Lituania, al menos por ahora, siguen a salvo.
Durante años, diplomáticos y políticos de países que una vez estuvieron bajo el yugo soviético se quejaban de cómo los privilegiados occidentales en Bruselas no entendíamos sus miedos y sus traumas. Ahora muchos de esos europeos de la región centro-oriental del continente todavía tienen que aguantar el “West-explaining” de europeos occidentales, estadounidenses o latinoamericanos que les explican sus problemas con Rusia o por qué los ciudadanos ucranianos deben tener menos derechos que el resto de europeos.
El presidente finlandés, Sauli Niinisto, resumió bien lo que está pasando al contestar qué le diría a Putin sobre la petición de adhesión a la OTAN de Finlandia: “Tú has causado esto: mírate al espejo”.
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