Esperando a Lesmes
- ¿Qué, nos vamos? - Sí, vámonos. (No se mueven)
Parece que ya sólo nos queda esperar la dimisión de Carlos Lesmes como presidente del CGPJ. Le ha costado casi cuatro años darse cuenta de que el inadmisible secuestro, el estancamiento, la podredumbre, la inacción que se han instalado en una institución como la que preside no son ni tolerables ni prolongables. Ha llegado tarde a comprobar que el Partido Popular pretende llegar a las elecciones generales sin mover ficha, por ver si las encuestas le ponen en la mano hacerlo con su mayoría. Le ha costado comprobar que las terminales peperas que le han apoyado durante este camino, se le rebelan y se desmandan en cuanto él decide que la sumisión que exige el PP no es aceptable para nadie con un mínimo de escrúpulos. Ha sido decir a los obedientes que no es concebible que los miembros del gobierno del Poder Judicial se declaren en rebeldía respecto a una norma para que estos le dejen solo. Hay un sol ahora que calienta más. El futuro llegará, deben pensar.
En un discurso duro pronunciado en su novena apertura de Año Judicial –sólo leer la cifra abochorna– ha deslizado lo que se le lleva diciendo años: dimitirá si no hay acuerdo inmediato. Excepto que Feijóo, verdadero destinatario del mensaje y presente en la sala, recule ante la idea del escándalo europeo que eso supondría; excepto que repose y reflexione, sólo nos queda esperar la dimisión de Lesmes. Me hace gracia que se hagan quinielas sobre quién le sucedería al frente de esa gangrena llamada CGPJ. Aunque no fuera en bloque, a esa dimisión de Lesmes deberían seguir, evidentemente, las de todos los vocales con un poco de dignidad que quedan en ese órgano. Si no lo hicieran todos, si los ocho o nueve rebeldes declarados, los que pretenden subordinar el cumplimiento de la ley “a cuestiones de oportunidad política” persistieran, se quedarían varados y sin quórum en un órgano inoperativo.
El intento soterrado del Partido Popular de mantener el CGPJ agonizante hasta ver si puede nombrarlo a su imagen, tras las elecciones de 2023, es tan inaceptable que está empezando a despertar las voces que hasta ahora estaban dormidas. Tras la dilación forzada desde Génova –que ha roto tres pactos ya hechos– se están muriendo las carreras, las expectativas, las ambiciones de muchos y también se están sobrecargando las espaldas, dificultando el trabajo y minando el futuro de otros tantos. Feijóo y González Pons –si es que ciertamente es él consejero ahora en estos temas– tienen que darse cuenta de que pierden fuelle incluso entre los que consideraban los suyos. Serán conservadores, pero no son imbéciles y muchos son hasta decentes.
Los genoveses han llevado las cosas tan lejos que están en una situación imposible. Han querido copiar lo que ya hicieron provocando una situación insostenible. Recordemos que cuando Zapatero llegó al poder, Rajoy se negó a renovar el CGPJ que había sido elegido gobernando Aznar. Sólo después de las elecciones que le dieron la segunda victoria, en 2008, se avinieron a pactar un nuevo Consejo. Esperaron, obviamente, a ver si ganaban ellos. Esta vez intentaron hacer lo mismo, pero no eran dos años los que faltaban para las elecciones sino cinco. Magrear una institución dos años es escandaloso, pero hacerlo durante toda una legislatura es una bomba de relojería.
Lesmes llega tarde. Debió darse cuenta de la jugada mucho antes. No tuvo prisa. Sin la intervención del Parlamento cegando el verdadero misil de poder del CGPJ, el acicate por el que los partidos quieren controlarlo, es decir, los nombramientos de jueces ¿qué problema había para él en seguir mandando en un órgano presidencialista y hecho por Gallardón para que él reinara? Lesmes llega tarde, cuando el deterioro es tan flagrante, cuando la podredumbre democrática es tan evidente, que no hay nadie, NADIE, que tenga dos dedos de frente y que entienda lo que sucede que no esté indignado, asustado o escandalizado. No es concebible que Feijóo consiga llevar esta indignidad democrática hasta los primeros meses de 2024.
Luego están las cosas personales y los intereses profesionales de cada uno. En el grupo de los “rebeldes” a la ley y a Lesmes, que pretenden retrasar los inevitables nombramientos para el TC, hay unos cuantos que aspiran y para esas aspiraciones seguirán necesitando el apoyo del PP. Otros aspiran, pero no a coger trenes erróneos. Este último es el caso de Marchena y también el del propio Lesmes, cuyo deseo lógico puede ser el TC, pero no como reemplazo que sólo le dé dos años, como sucedería con la vacante dejada por Montoya. Lesmes, de aspirar, aspirará a un mandato completo hasta su jubilación –tic, tac, tic, tac... tiene 64 años– y con posibilidad de presidir en su día el TC. En ese camino parece que ahora se le han cruzado los conservadores, mientras que lo tendría menos crudo en su día con los socialistas. La vida tiene sorpresas y a lo mejor explican las actitudes.
¿Qué va a pasar? Pues depende de lo que Feijóo esté dispuesto a tensar la goma porque se arriesga a que le arree en la cara. Una dimisión de Lesmes y de gran parte de los vocales y un Consejo inoperante es algo demasiado gordo como para hacerse el muerto más de un año. Es algo difícil de cobijar en Europa. Vivir de relatos rocambolescos sería complicado con una bomba institucional como esa. Las presiones del propio sector judicial devendrían incontenibles, tengan en cuenta que un CGPJ inoperante afectaría a la vida laboral y profesional de todos los jueces de España. Supongo que lo más lógico es que haya un nuevo ofrecimiento por parte del PSOE para remachar de dónde procede el rechazo a cumplir la Constitución.
No hay duda de que el PP es el culpable. Lo que necesitamos son soluciones. Hay que acabar con la anomalía y, a continuación, buscar las fórmulas para que esto no pueda volver a suceder nunca más.
La normalidad democrática espera a Lesmes. Lleva tiempo haciéndolo.
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