Estelas de un fracaso occidental

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Esta es la gente real; esta bulliciosa muchedumbre de mentes confusas, amables y acríticas.

No conviene hacerse eco de las magufadas excepto que estas lleguen al Parlamento, tengan que ser respondidas por el Gobierno y llenen los buzones de la de por sí ocupada Fiscalía. Cuando eso sucede, cuando unos mensajes de Telegram encabezados por el logo de QAnon hispano logran que más de medio centenar de personas usen sus enlaces para denunciar ante los fiscales españoles que las estelas químicas lanzadas por los aviones les están produciendo problemas dermatológicos —por los que exigen indemnizaciones— o incluso que producen una neblina “que impide que el sol llegue a la tumbona”; entonces conviene reflexionar sobre un fenómeno que lejos de ser ridículo no es sino un síntoma de los males profundos que nos aquejan.

Uno de ellos es, sin duda, el de no haber sido capaces de inculcar el más mínimo sentido del método científico en una población que, como poco, pasó hasta su adolescencia por la escuela. No pudimos enseñarles a ser lógicos. No pudimos conseguir que distinguieran la realidad de la ficción. No conseguimos que fueran ilustrados en el único sentido en el que deberían serlo: como ciudadanos regidos por una razón que triunfa sobre los sesgos peligrosos de la naturaleza humana como son la lealtad a la tribu, el pensamiento mágico o la culpabilización de malhechores como forma de hacer frente a la realidad compleja. Miren, por ejemplo, el caso de Pablo Emérito Cambronero, el diputado tránsfuga de Ciudadanos que se ha descolgado presentando una pregunta parlamentaria que reza: “¿Está el Gobierno manipulando el clima a través del rociado de productos químicos?”. El diputado sevillano es licenciado en Derecho y policía en excedencia. ¿Cómo no hemos logrado que tenga un pensamiento racional y un criterio lógico? ¿Cómo sucede que la creadora canadiense del movimiento Bye Bye Blue Sky —una mujer de unos 50 años— afirme que su vida cambió con la revelación que tuvo al leer un post de una niña de 6 años que ya no salía a jugar porque “el cielo había sido rociado y ya no era azul”? ¿Y los de los microchips? ¿Cómo puede ser que la generación Z consuma tanta astrología y que las librerías respondan con secciones especiales?

Puede ser que Hegel no hiciera sólo una metáfora con lo de la oración matinal del hombre moderno, ya saben. Las personas aisladas, separadas, sin estructuras intermedias entre ellas y las instituciones son carne para la manipulación. Si en algo hicieron hincapié los ilustrados fue en la necesidad de aplicar el estándar de la razón a la comprensión del mundo para no recurrir a generadores de engaños como la fe, la adivinación, las corazonadas o las teorías conspiratorias. La razón es innegociable pero laboriosa. La adhesión, sin embargo, tiene la sencillez del aborregamiento y es que salir del grupo y pensar por uno mismo tiene un coste que cada vez menos gente quiere asumir.

¿Cómo van a hacerlo si el siglo XXI nos ha devuelto los movimientos políticos que describen las instituciones de la modernidad como una construcción fracasada que hay que terminar de destruir para poner en su lugar algo inespecífico y ligado a la emoción? Estos movimientos pretenden que derribar lo que ha funcionado nos llevará inexorablemente a un mundo mejor. Como si no viviéramos en el mejor mundo que la historia ha conocido hasta ahora. Coinciden en eso con sus más feroces oponentes en el lado absolutamente opuesto y no sólo en España sino en la mayoría de las democracias occidentales, las herederas de la Ilustración. ¿Qué podemos esperar si hasta lo no racional o lo irracional acaba escrito en las leyes? Los ilustrados nunca pretendieron modelar la naturaleza humana sino que fijaron su esperanza en crear unas instituciones no perfectas pero sí adecuadas para mejorar la vida de las personas.

¿Por qué el humanismo ilustrado ha perdido popularidad? ¿Por qué el uso de la razón —el polo opuesto a la irracional emoción— para incrementar el bienestar humano ya no tiene adeptos? ¿Por qué millones de personas en todo el mundo están dispuestas a creer las cosas más improbables —que las estelas de los aviones nos fumigan para esterilizarnos o para dominarnos o para hacernos comprar semillas de Monsanto— y no a aceptar lo que la razón ha comprobado científicamente —que son vapor de agua que al salir de los motores cristaliza en hielo—? ¿Por qué la población se despega mayoritariamente de las religiones convencionales y comienza a “creer” en la astrología, la santería, los bulos o el amor a los árboles?

Si se dan cuenta, los líderes políticos parecen arrebatados por esas creencias emocionales. Poco hay en las campañas electorales que se dirija a la razón y no a la emoción. Saben bien cuántos de los votantes reaccionan antes a ésta que a la diosa salida de la Revolución. A pesar de ello sólo queda esperanza si una nueva raza de servidores públicos abandona esta espiral irracional y de propaganda. No sé si lo veremos.

El mundo está cuajado de problemas cada vez más complejos y los seres aislados se sienten impotentes ante ellos, incapaces de comprender siquiera los retos que plantean, imposibilitados para acceder a la solución. No obstante, y citando a David Deutsch: “Los problemas son inevitables, porque nuestro conocimiento estará siempre infinitamente lejos de ser completo. Ciertos problemas son arduos, pero es un error confundir los problemas arduos con problemas de improbable solución. Los problemas son solubles y cada mal particular es un problema que puede ser resuelto”. En eso reside el optimismo de una civilización. Pero no olvidemos que los problemas son arduos. Repugna a la razón cualquiera que quiera convertirlos en un dilema maniqueo para el que tiene una única y sencilla solución. Verán como si lo piensan, esa última frase define a la gran mayoría de nuestros líderes.

Lo de las estelas, como se ve, no es una anécdota sino todo un síntoma como lo de los antivacunas o los terraplanistas. No niego que hace cuatro décadas no hubiera seres perdidos y a oscuras que encontraran sus peregrinos consuelos al margen de la razón pero, al menos, lo hacían sin ruido, sin que los medios y los líderes y la sociedad les permitieran salir a la luz, a esa luz donde sólo vive la razón. Casi me da lástima cuando veo los hilos en redes o las verificaciones o los artículos desmintiendo alucinaciones procedentes de una razón dormida o incultivada o inexistente. No sé si gastaría muchas energías desmintiendo lo que es irracional porque verificar es una acción totalmente racional que sólo funcionará con quienes se rigen por ella.

La razón es innegociable y es un fracaso estrepitoso que no hayamos conseguido que todos lo tengamos claro, sin eso todo es baldío.

Reasontrails, eso deberían fumigarnos.