Alex es un amigo. El sábado pasado hablábamos por teléfono cuando los militares le sorprendieron en su casa de Tánger donde vive con otros colegas y su cuñada embarazada de ocho meses. Estaba contándome que había muchas redadas y de repente oí las voces de militares, las mujeres gritando y a uno de sus amigos diciendo “no corráis, no forcéis, dejaos hacer tranquilos para evitar problemas”.
Después se cortó la llamada.
Alex logró comunicar conmigo de nuevo, me dijo que iba en uno de los buses que les desplazan al sur, pero que no sabía a dónde. Muchos transportes repletos de gente. Empezó a reírse cuando le pregunté si iba esposado. “Querida no me preguntes cosas que me dan vergüenza, aquí voy atado junto a uno que no conozco de nada, pero estoy bien”.
Hablamos al teléfono una vez más, y oía a un camerunés (lo supe inmediatamente por su acento) hablar con un militar. El camerunés hablaba de África, el militar también. “Somos hermanos africanos, pero cumplo órdenes”, escuché de fondo. En la voz del marroquí se atisbaba cierta resignación. A veces, en las distancias cortas, los seres humanos se encuentran.
Había quedado con Alex para tomar un cuscús este viernes, y lo último que me dijo cuando notó mi voz de preocupación fue “tranquila que el viernes nos tomamos el cuscús”.
Después fueron tres días sin noticias, el teléfono de Alex no funcionaba, como el de muchos otros.
Las detenciones se producen en todas las ciudades del norte cercanas a la Frontera española. Las casas son clausuradas, y los buses no cesan de salir hacia Tiznit, Agadir, Casablanca, Dakhla.
En medio de esta locura hemos visto un vídeo que ha circulado en todas las redes sociales de africanos.
No sé si llegaste a verlo, Pedro. El vídeo mostraba a dos personas malheridas en el suelo, gente llorando, policías y una ambulancia. No quise compartirlo por respeto a las familias y a aquellas dos víctimas.
El teléfono sonó al tercer día. Alex había llegado a Tánger. Me dijo que estaba muerto de cansancio. “Me desplazaron a un pueblo en la zona de Agadir. Llegamos de madrugada. Había dos senegaleses que querían volver a Tánger también. No les conocía pero estamos todos en la misma mierda, así que echamos a andar y llegamos a Agadir. De allí cogimos un bus. Y ya no me preguntes más que sabes que no me gusta hablar de la mendicidad y esas cosas”. Me contó esto después de insistirle mucho porque lo primero que hizo fue preguntarme por una amiga enferma, por mi trabajo y por la familia.
Alex había, vuelto pero su casa estaba clausurada. No encontró nada, ni su colchón, ni su ropa, ni el cepillo de dientes, de repente volver a cero. Le molestaba mucho que se habían llevado también el regalo que me compró por mi cumpleaños.
Ahora duerme, como muchos otros, en los bosques próximos a la ciudad, saliendo por la noche para comprar algo en las pequeñas tiendas de las proximidades. Hombres, mujeres y niños, niñas, con residencia, demandantes de asilo, todos en la misma situación.
Pedro, quiero que sepas que Alex está contento a pesar de todo porque está vivo. Él, como muchos otros, conoce la historia de Moumoune.
Porque, ¿sabes?, al final reconocimos a uno de los chicos malheridos del vídeo. Un maliense de 16 años al que su hermano buscaba desesperadamente después de ver las imágenes de aquel vídeo en las redes sociales.
“Le detuvieron cuando llevaba bolsas a las personas que hacía la compra. Así ganaba algo de dinero para vivir. Le detuvieron intentando sobrevivir, y murió. Pero es Dios nuestra fuerza”, me dijo el hermano cuando al fin encontramos a Moumoune.
En una morgue, Pedro, allí está ese cuerpo apenas saliendo a la vida. Su compañero, al que estaba esposado, y al que aún no hemos podido identificar, acaba de morir hace unas horas tras pasar varios días en coma. Ha fallecido solo y lo único que nos obsesiona es poder encontrar a la familia, poder recuperar su memoria.
Alex me ha dicho hoy que pensaba que las redadas eran debidas al partido Barça-Sevilla, pero que entre los migrantes hablan mucho de los millones de euros que Europa ha dado a Marruecos. Lo explica preocupado, pero de vez en cuando le sale una sonrisa, se ríe con los amigos, se ríe de la mierda que viven, se ríen del dolor, de la muerte. “Somos soldados en una guerra que no hemos elegido”, dice el mejor amigo de Alex.
Guerra, Pedro, esa es la palabra clave. Durante estos días he pensado de dónde salían tantas balsas de plástico para cruzar el Estrecho, quién se enriquecía con ello. Ahora pienso de dónde salen tantas esposas, quién se enriquece con ello.
Guerra ejecutada en algunas ocasiones por otros, siguiendo la tradición de esa Europa colonial y omnipotente.
Así que, Pedro, recuerdo perfectamente cuando en 2005 Moratinos se felicitaba por el control migratorio durante la crisis de las vallas.
Y en 2018 de nuevo te veo a ti sonreír dando la mano a Merkel. Guardaba un poco de estúpida esperanza, tras la promesa de terminar con las devoluciones en caliente y el gesto del Aquarius. Pero la realidad es la que es.
Me vas a perdonar, Pedro, si termino diciéndote que tu sonrisa y la de Merkel no le llegan ni a la suela de los zapatos a la de Alex y sus amigos.
Las suyas son las de la fuerza y la valentía, las vuestras solo provocan guerra y muerte.