¿Qué vamos a decir? ¿Que esto no se sabía? Esto lo supimos ya mientras ocurría. No tardamos en conocer con exactitud la terrible cifra, 7.291 personas, y lo espantosas que fueron esas muertes. El periodista Manuel Rico realizó una minuciosa investigación en InfoLibre, publicada después en forma de libro con el título 'Vergüenza, el escándalo de las residencias'. Otros diarios, como este mismo, ofrecieron más y más detalles. Hablamos de 2020 y 2021.
En 2021, con el dolor aún fresco, Isabel Díaz Ayuso ganó las elecciones autonómicas madrileñas con 65 escaños. En 2023 volvió a ganar y alcanzó la mayoría absoluta con 70 escaños. Recibió el voto de 1.599.186 ciudadanos. ¿Pueden decir estos ciudadanos que no sabían?
Claro que sabían. Y prefirieron pensar en otras cosas. En la libertad de los bares abiertos. En el odioso Pedro Sánchez. En el trampantojo del trepidante crecimiento económico, que ocultaba la degradación de servicios públicos tan esenciales como la sanidad y una especulación sin freno. La frase aún no se había hecho popular, pero a estos votantes ya les gustaba la fruta.
El cálculo político de Isabel Díaz Ayuso y Miguel Ángel Rodríguez dio muy buen resultado. 7.291 ancianos muertos con dolor y sin compañía, 7.291 familias dañadas. Una porción diminuta del electorado, y aun así cabe suponer que en esas familias hubo también votantes de Ayuso. Se sabía y se prefirió olvidar. Pese a la desproporción entre ambos horrores, no fue muy distinto lo que hicieron los ciudadanos de Múnich: tenían el campo de exterminio de Dachau a la distancia de un paseo, pero en 1945 decidieron actuar como si Dachau hubiera estado en Nueva Zelanda.
Recordemos ahora. Ayuso negó al principio que tuviera responsabilidad alguna sobre las residencias: la culpa era del vicepresidente Pablo Iglesias. Después admitió, la primera vez de forma accidental (casi todo lo que dice es accidental), que las competencias eran suyas. Ahora dice que no importa lo que ocurrió ni importa el infame protocolo de la muerte porque aquellas personas iban a morir de todas formas. Evidente: ella condenó a esas personas al negarles la posibilidad de tratamiento médico. Sigamos recordando: murieron quienes no tenían seguro privado y no se alojaban en residencias de lujo. Es decir, los pobres, tan contingentes ellos.
Recordemos también la inanidad del Partido Socialista y de la izquierda en su conjunto, que en la campaña de las últimas elecciones madrileñas prefirió hablar de otras cosas, como la supuesta amenaza del fascismo. Por razones no muy lógicas, tanto la derecha como la izquierda tienden a confundir Madrid con España. Sus argumentos suelen trascender la comunidad y apelan a cuestiones nacionales. Igual que el electorado catalán durante el procés, la gestión (en Cataluña, minucias como el suministro de agua o la seguridad urbana) se deja de lado. Lo importante son los eslóganes vacíos y el incomprensible sentimiento de ser mejores que quienes viven en otros lugares.
Desengañémonos. Políticamente, esas muertes ya están amortizadas. Y los casos judiciales se cerrarán, en el mejor de los casos, con la distribución de unos cuantos euros.
Estaría bien que fuéramos mejores que todo eso. Pero no lo somos.