Ética fascista para Savater
Nadie prestaría demasiada atención ya a la deriva reaccionaria grotesca de Fernando Savater. Pero sigue sorprendiendo. Existe un grave problema de inmersión discursiva reaccionaria en espacios que eran un hogar para las ideas humanistas. Savater está profundizando en esa grieta construyendo relato desde páginas donde la norma era sentir calor con palabras de Haro Tecglen o Manuel Vázquez Montalbán. El filósofo pervierte su legado construyendo una hegemonía colaboracionista o connivente con el fascismo de nuestro tiempo que causa estupor, lástima y tristeza.
El artículo de Fernando Savater titulado “Europa en vilo por Meloni” minimiza la importancia de la llegada al poder de Giorgia Meloni y Fratelli de Italia porque se ha realizado por las urnas, poniendo en duda su carácter fascista y equiparando lo dañino de su ideología a otras formaciones, en este caso Podemos, que considera más lesivas o al menos iguales. Las premisas del artículo de El País solo pueden ser defendidas desde la más absoluta amoralidad o ignorancia. A todos nos consta que Fernando Savater no es un ignorante, solo un intelectual que tiene la ética envejeciendo regular.
La construcción fanáticamente equidistante de la exposición savateriana hace tiempo que es conocida, pero alcanzó una nueva dimensión con una argumentación lógica que Amador le habría lanzado a la cara. Savater argumenta que el fascismo no puede serlo si llega al poder por las urnas y por el contrario es fascista quien se moviliza en manifestaciones si el fascismo llega al poder por las urnas. No solo considera que la libre expresión de un derecho como el de movilización es una concepción fascista de la actividad política cuando él piensa que no debe ser ejercido, sino que además elude los procesos de conformación del posfascismo actual y el fascismo histórico, que utilizó las urnas como método para lograr el poder y cambiar una democracia en una dictadura desde el poder por la vía democrática.
No solo es preciso recordar el manido ejemplo del NSDAP de Adolf Hitler que tras el putsch de Münich llegó a la conclusión de que la manera más efectiva de lograr el poder sería por la vía democrática, convirtiéndose en julio de 1932 en la fuerza más votada del Reichstag al lograr el 37,4% de los votos. Meloni ha logrado el 26%. El resultado de Adolf Hitler que repetiría en noviembre de 1932 consiguiendo otra vez ser la fuerza más votada con el 33% de los sufragios no modifica su condición, no era más nazi cuando estratégicamente quería lograr el poder con un golpe de Estado en 1923. Ha habido otros ejemplos históricos de partidos de corte fascista o nazis que lograron el poder pasando las urnas, como el Partido Nacional Cristiano de Octavian Goga, que logró el poder de manera efímera en Rumania por encargo del rey Carol II ateniéndose a los preceptos legales que en ese momento existían en el país. El partido con una esvástica en su logo y profundamente antisemita no definía sus ideas excluyentes por el modo en el que logró el poder.
Esa concepción de toma del poder por la vía de las urnas, sin romperlas antes de lograrlo, es la diagnosis que han realizado los partidos posfascistas tras la Segunda Guerra Mundial. Es la que se ha impuesto en un partido de corte fascista como el que es heredero del Movimiento Social Italiano que representa Meloni tras un proceso de adaptación transitado por Giorgio Almirante y Gianfranco Fini. La instauración en Europa de estados fuertes hizo llegar a la conclusión generalizada en la extrema derecha europea de que no sería posible la toma del poder por la fuerza y era necesario ser un miembro más de las democracias liberales para cambiarlas desde dentro. Giorgio Almirante en su mensaje al comité central en 1969 planteó el dilema al que estaba sometida su formación: “Estamos ante dos caminos: alternativa al sistema o alternativa en el sistema”. Ese último es el camino que ha elegido Giorgia Meloni, pero eso no cambia un ápice su ideología fascista ni ausencia de cultura democrática.
La segunda parte del artículo es aún de peor moralidad. “Supongamos que Giorgia Meloni tenga ideología fascista : ¿será una catástrofe irremediable?”. Los cuestionamientos de Fernando Savater son grotescos, amorales y desinformados. Ese cuestionamiento sí es una muestra de ignorancia superior, porque no es necesario suponer nada, basta con informarse sobre la cultura política de Giorgia Meloni y su partido para aseverar atendiéndose a los hechos que Fratelli d'Italia es una formación posfascista. Pero no contento con degradarse realiza la equiparación propia de aquellos que en su deriva reaccionaria quieren ocultarse, por vergüenza ante el hombre que un día fueron, en una equidistancia de punto dulce entre lo que consideran dos ideologías totalitarias, el fascismo y el antifascismo, el racismo y el antirracismo, la tolerancia y la intolerancia, considerando que no podrá ser peor la llegada de un gobierno fascista a Italia porque en España tenemos en el gobierno a una formación que defiende los valores democráticos y humanistas de respeto al diferente. Una ideología progresista que la pluma de Savater hace tiempo que despreció degenerando su figura y la de todos aquellos que, respetando el papel donde expone sus excrecencias, le leemos con pesar y melancolía por el daño que se hace a sí mismo y a un columnismo respetable.
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