Veo en el periódico una charla patrocinada por un banco en la que se llama a educar a los niños en la idea de que pueden conseguir todo lo que quieran. Escucho en la radio el eslogan de un anuncio de seguros que afirma “No puedes no tenerlo todo”.
En el ser humano, la etapa del narcisismo infantil consiste en creerse omnipotente, por eso después descubrir las propias limitaciones produce vergüenza y enfado. Pero precisamente ese reconocimiento de los límites es condición necesaria para alcanzar la madurez. La educación, en contra del contenido patrocinado por el banco, consiste en gran medida en enseñar lo que no se puede. El ensalzamiento de la prepotencia humana en la publicidad no es inocente, porque sumado a la sobreestimulación del deseo consumista refuerza y lleva al límite el sistema capitalista.
Al hilo del último reportaje de Jordi Évole que mostraba, esta vez en el ámbito de la industria cárnica, el problema de los productos de bajo coste elaborados por mano de obra barata, volvemos a preguntarnos hasta dónde es lícita la libertad de mercado para responder a supuestas demandas de los consumidores. En el reportaje vimos trabajadores explotados como en otras ocasiones los habíamos visto en la industria textil, pero en este caso al horror se añadía otro horror porque lo que se manejaba no eran telas ni tintes sino seres vivos.
En el debate que provocó su emisión, no tardó en aparecer el enfoque neoliberal que hace pasar por derechos legítimos lo que no son sino deseos individuales. Así, muchas personas afirmaron estar a favor de esas naves industriales... ya que de otro modo no podríamos comer carne, o no todos, o no tanta. Y aquí es donde retomo la idea del primer párrafo porque, en efecto, a lo mejor es que no podemos comer todos tanta carne ni tan barata. A lo mejor esa producción masiva es insostenible para el planeta además de suponer una tortura para los animales. Quizás tenemos que reconocer que tenemos un problema en lugar de actuar con esa prepotencia de “si quiero, puedo, y puedo todo”.
Lo que ocurre es que en esta sociedad donde comprar lo que a uno se le antoje es entendido como un derecho, decir que no se puede satisfacer un deseo -teniendo dinero para pagarlo- parece poco menos que una herejía. Todo es susceptible de convertirse en mercancía. Si quieres ser padre o madre ahí tienes los vientres de alquiler. Si tienes fallos renales seguro que hay quien te pueda vender un riñón. ¿Por qué no iba a poder permitirse este mercado si hay oferta y demanda?
Pues porque hay cosas que no se pueden hacer por el bien de todos, por el bien del planeta, por sentido común. Porque es necesario contraponer un mínimo de principios éticos frente a la lógica del mercado. Que la ganadería industrial abarata el precio de algunos productos cárnicos está claro. Lo mismo que los abarata la mano de obra semiesclava. Pero las naves masivas con animales inmovilizados sin ver la luz del sol son una tortura y las condiciones de los trabajadores son inaceptables. En la balanza de pros y contras, de beneficios y costes, de sacrificios humanos, sociales y ambientales, no salen las cuentas. Es hora de salir de esa etapa infantil narcisista que propicia nuestro sistema y reconocer limitaciones. No vamos a poder tener todo lo que queramos, o lo tendremos a costa de cargarnos el planeta y el resto de seres vivos con el que lo compartimos.