Tengo un amigo que jamás lo reconocerá, pero la alegría del gol de Iniesta le hizo mearse en los pantalones. Teníamos 15 años y estábamos en la plaza de nuestro pueblo viendo el partido; no tardó en verterse por accidente un vaso de cerveza encima para disimular en uno de esos momentos –impresionantes– de la vida que ponen a prueba una amistad. Hice lo que debía: cubrirle las espaldas y recordarle la anécdota todas las semanas desde entonces. No vi la final del domingo con él, pero con el gol de Oyarzabal le mandé un whatsapp para preguntarle cómo iban esos nervios. Me dijo, en coña, que ese día iba a echar un pis mirando a Inglaterra.
Este mes de Eurocopa resucitaba el meme de la supremacía mediterránea: esa divisoria entre la Europa del aceite de oliva y la de la mantequilla; entre lo anglosajón-germánico y lo latino. Siempre digo que el peligro de los memes es la carga postirónica que contienen, el decir es broma, pero si quieres no es broma, que comentábamos hace unas semanas en relación con el mundo conspiranoico. Por supuesto que reivindicar el bienestar climático y gastronómico de los países mediterráneos no es suficiente para apoyar a España frente a Alemania o Inglaterra, pero, igual que le pasa a mi colega, hay quien se ha venido arriba. No hay un español que no sienta cierta rivalidad con ingleses, franceses o alemanes en asuntos deportivos, y no es algo negativo; el problema viene cuando esto se torna en un ejercicio de chovinismo nacionalista. Aquí es donde se cuelan los monstruos.
Álvaro Morata poniendo a toda la plaza de Cibeles a cantar “Gibraltar, español”, Carvajal dándole gelatinosamente la mano al presidente del Gobierno y una cuenta de bulos ultraderechista compartiendo memes de Blas de Lezo son tres acciones unidas por una cuerda tejida por dos hilos: el del españolismo analfabeto y disfuncional –el tonto útil que canta proclamas sin saber su consistencia– y el revisionismo histórico. Cuando Mbappé pedía el voto para frenar a Le Pen, a algunos futbolistas de la selección española les pareció poco pertinente lo de hacer política aprovechando los micrófonos que les ponen delante.
Desde que conocimos el cuadro final del torneo, se ha colado muchas veces el fragmento de una película donde un español dice: “Cómo odio a esos ingleses, su cerveza es tibia, sus mujeres feas y su comida infame, convierten a piratas en almirantes, no tienen sentido del honor...”. Me pregunto si el resto de europeos tiene tal obsesión por su pasado imperial.
Quizá no lo tengan porque siguen siendo, de facto, imperios; sin embargo creo que es porque ellos tienen épocas doradas más recientes a las que aferrarse. Los estadounidenses, por ejemplo, sin ser europeos, tienen en los años cincuenta esos old good times como ideal de un pasado mágico al que querer regresar: un momento de su historia como país en el que se inspiran las fábulas y los cuentos, las grandes historias, novelas y películas; la era del zénit norteamericano, del rock n roll y de la gasolina a precio de agua. Los rusos tienen la URSS, Argentina su boyante inicio del siglo XX y la promesa de un futuro que no terminó de llegar. España (cierta España), en cambio, tiene que remontarse a Carlos Ill, a Felipe IV y a los Reyes Católicos para encontrar un pasado que reivindicar. De la historia reciente de nuestro país, muchos acudimos a esos pocos años de República para regocijarnos en un cierto orgullo histórico, un recuerdo que reconforta a la memoria tras un siglo que fue, en realidad, una guerra contra el siglo anterior. Es por eso que también proyectan en los marroquíes un irredentismo que es puramente español: cuando dicen Al-Andalus, lo que quieren decir es Corona de Castilla.
La España metafórica añora una España que, en realidad, no era España; cuando este país se formó, Gibraltar llevaba más o menos un siglo en manos de los ingleses, así que reivindicar el peñón tiene el mismo sentido que reclamar Brasil, Haití o Carolina del Norte. Por pedir que no quede. Se preguntaba el martes el periodista Ricardo Jonás qué quieren hacer con Gibraltar si la recuperan, y la respuesta es sencilla. Absolutamente nada; da igual que sea un enclave estratégico y que, en realidad, con cuantos menos países compartamos fronteras mejor; da igual porque Gibraltar es un órgano extirpado del cadáver descompuesto e irrecuperable que es la Corona, es la quintaesencia de la ultraderecha sociológica: un apéndice más de una nación sin pueblo, destinado a ser inventariado como otro territorio del rey para gloria del imperio, pero nada más.
Nota del autor: Creo que hay mucha confusión con la diferencia entre el concepto de nación-estado (a lo que muchos se refieren con “España”) y una cuestión etimológica; el término “español” es de origen provenzal y proviene del siglo XI; la toma de Granada en 1492 supone la hegemonía del catolicismo en el territorio peninsular que restaba en manos árabes, pero en ningún caso esto convierte los reinos en “España”. No tiene rigor histórico hablar de un Estado-nación antes del siglo XIX porque muy pocos países en el mundo tenían esa concepción de sí mismos antes de esta época. Desde luego es un debate poner una fecha exacta al nacimiento de nuestro país, pero adelanto desde ya que, como mínimo hasta la caída del imperio español, no podemos hablar de la España de hoy. Otra cosa es que queramos ponernos irredentistas, pero es como decir que el reino de las dos Sicilias era Italia y que Turquía es anterior al imperio otomano