La derecha y los socialistas afirman una y otra vez que el programa económico y social de Podemos e Izquierda Unida es una utopía irrealizable porque la UE rechazará cualquier aumento del gasto social. Y se solazan recordando lo que le ocurrió a la Grecia de Syriza cuando intentó algo parecido, sin tener en cuenta las enormes diferencias que hay entre los dos países. Pero ese planteamiento está empezando a quedarse cojo a la luz de cómo están evolucionando las cosas en Europa. En su horizonte empieza a perfilarse cada vez con más claridad que la política de austeridad que Alemania ha impuesto sin piedad a toda la Unión podría tener los meses contados. Ningún experto se atreve a pronosticar en qué quedará –un giro de 180 grados es impensable- pero unos cuantos sí a asegurar que en un plazo relativamente corto de tiempo los perfiles de esa política serán modificados.
En cierta medida, muy tímida en lo sustancial, eso ya ha empezado a ocurrir. Desde hace algunas semanas el presidente del BCE y el gobierno alemán libran un enfrentamiento abierto, y muy duro, por la decisión de Mario Draghi de abrir el grifo de la financiación y colocar el interés básico del euro en el cero. La pelea, que no ha acabado, expresa una disidencia que va mucho más allá de las disquisiciones en materia de política monetaria, siendo éstas un asunto no precisamente despreciable. Porque lo que está haciendo Draghi es contestar la omnipotencia de Berlín y no parece dispuesto a ceder en ese empeño. Hace un año nadie habría dicho que eso podía ocurrir.
El presidente del BCE no está sólo. Otro italiano, el primer ministro de centro-izquierda Matteo Renzi ha decidido a lanzarse a la arena y pedir sin muchos ambages el fin de la austeridad. Su necesidad de afianzarse en el escenario político interior y la presión del empresariado italiano le han llevado a dar ese paso. Seguramente él es el primero en saber que sólo no va a ganar esa batalla y más teniendo en cuenta las debilidades económicas de su país - Italia está más endeudada que España-. Pero su gesto indica, como poco, que Angela Merkel ha dejado de ser intocable.
Lo de Draghi y Renzi son indicios de que las aguas se están moviendo. Pero la tormenta puede estallar si los británicos deciden dejar la UE en el referendo del 23 de junio. Los sondeos siguen dando un empate entre el “sí” y el “no” y según todos los expertos éste último puede perfectamente ganar. Para todos está muy claro que la política económica de la UE sufrirá cambios sea cual sea el resultado. Pero si gana el “no”, la crisis política que se está gestando en la Unión por la acumulación de fracasos, y a la cabeza de ellos su incapacidad frente a la crisis de los refugiados, podría devenir en una implosión de consecuencias imprevisibles.
A la chita callando, el entramado institucional comunitario se está preparando para esa eventualidad. Pero puede que esta vez las palabras y los documentos no consigan controlar los hechos. Aunque la propaganda y la desidia intelectual nos han acostumbrado a creer que el Reino Unido pinta poco en la UE, su salida del entramado sería un hecho dramático. No sólo porque la City londinense es la capital financiera de Europa, sino también porque la pertenencia británica a la Unión es un referente para países tan importantes como los escandinavos y Holanda que están más tranquilos contando como socio a Gran Bretaña que teniéndoselas que ver solos frente a Alemania y a los que ellos llaman díscolos países del Sur. Por otra parte, parece evidente que si los británicos deciden seguir en Europa, el gobierno de Londres exigirá cambios, y no pequeños a Bruselas.
El problema griego, que sigue igual que hace tres años, si es que no se ha agravado, confirmando la inutilidad de la política europea al respecto, podría contribuir, y no poco, a agravar el panorama. Grecia podría dar un nuevo susto al euro en pleno verano, como siempre. La única novedad en este capítulo –que sigue marcado por las exigencias draconianas de la UE al gobierno de Tsipras y la resistencia de éste a adoptarlas- es que el FMI ha decidido romper con Bruselas en la gestión de este asunto. Tampoco esa es una buena noticia para Alemania.
No deja de ser significativo el hecho de que en medio del debate sobre el Brexit que llena las páginas de la prensa británica y que también tiene gran eco en la europea, Martin Wolf, una de las firmas más respetadas del continente, haya escrito en el Financial Times que el mayor problema de la eurozona es Alemania. Y que si este país no está dispuesto a promover los cambios que exige la realidad económica europea, entre ellos el fin de la austeridad, lo que tendría que hacer es abandonar el euro.
En definitiva que la política germana está en el punto de mira de muchos poderes europeos, entre ellos el de la opinión pública. Es cierto que la situación política interna alemana no permite prever cambios en la cerrazón de Angela Merkel, que sus socios de gobierno, los socialdemócratas, apoyan sin fisuras. Porque el partido de la canciller no deja de caer en los sondeos, al igual que el SPD, y la coalición de gobierno ha perdido más del 30 % de sus apoyos respecto de hace 3 años. Un 60 % de los alemanes no quieren que la canciller se presente para un cuarto mandato y más de un comentarista ha escrito que los socialdemócratas podrían abocarse a la “pasokización”, situación en la que ya parecen estar sus correligionarios austriacos.
Acosado por la derecha, por la Alianza por Alemania y también por sus socios históricos del CSU bávaro, el CDU de Angela Merkel no tiene más remedio que reforzar sus planteamientos, en los que prima el interés egoísta de los alemanes –el de los banqueros y el de buena parte de los ciudadanos- frente a las demandas de cambio que le hacen desde el exterior. Pero tras de las elecciones generales alemanas de dentro de un año, las cosas pueden cambiar mucho. Sobre todo si antes se han producido algunas de las catástrofes europeas anunciadas.
A la vista de este panorama, todavía muy abierto e incierto, resulta demagógico descalificar como utópicas las muy contenidas propuestas de aumento del gasto social que hacen Podemos e IU. Una buena acción diplomática española que arrumbara el servilismo hacia Alemania con la que ha actuado la de Rajoy podría obtener concesiones en el nuevo ambiente político que parece estar diseñándose en Europa.