Casi al mismo tiempo que se aprobaba el tercer rescate para Grecia y los helenos dedicaban los primeros pagos del dinero que supuestamente les prestamos para salvar su economía a devolvernos unos jugosos intereses, la UE hacía público un acuerdo sobre inmigración que supone dedicar apenas un 2.400 millones de euros extra para afrontar y gestionar una sangría humana que ha costado centenares de vidas desde que comenzó este verano.
Casi también al mismo tiempo otras cuarenta personas morían en el inmenso cementerio en que hemos convertido el Mediterráneo, asfixiadas en la bodega del barco pirata que les llevaba hacia el sueño de las costas italianas. Pero los sueños no te salvan la vida, ni puedes agárrate a ellos para no morir en el mar. Casi también al mismo tiempo, veíamos como las policías francesa e inglesa se empleaban aún con más contundencia para impedir que las personas que intentan cruzar el paso de Caláis jugándosela entre el tráfico lo consigan.
El dinero destinado por la UE a la crisis migratoria no llega a sumar ni la cuarta parte del montante de los intereses que Grecia va apagar por sus rescates. La cifra parece aún más ridícula si se la compara con los cien mil millones de euros que habría ganado Alemania beneficiándose de la especulación con la deuda Griega según, por ejemplo, el Instituto de investigaciones Económicas de Halle, Berlín, Alemania.
Además de resultar escaso y rácano, ese dinero de la vergüenza se reparte mal y de manera indecorosamente injusta. Grecia es también el país que, junto con Italia, más presión soporta en sus fronteras y más refugiados hacinan como pueden en sus campos y centros de acogida. Sin embargo, será España el país que más fondos reciba de ese presupuesto destinado a hacer frente a la emergencia migratoria. El Ministro Fernández Díaz y la seguridad del Estado pueden respirar aliviados. No será necesario retirarle los escoltas a Rodrigo Rato.
La Europa sin fronteras se ha convertido en un laberinto de vallas, muros, concertinas, alambradas de espino, campos de internamiento, caravanas de deportados, controles y policías arrojándose seres humanos unas contra otras. Si Europa no ha muerto ya, como cantaban los Ilegales, su agonía no puede resultar más penosa y triste.