Voté por primera vez en unas elecciones europeas. Soy de la generación que vivió cómo pasábamos del que todo lo de fuera era mejor a equipararnos y perder ese complejo heredado del lado oscuro de nuestra historia que siempre aplica aquello de “Santiago, y cierra España”.
Desde el auge del euroescepticismo, y el disgusto del Brexit, me hago la pregunta de qué haríamos si Europa se rompiera. Y, disculpen, lo hago a modo usuario. Cambiar moneda. Pasar fronteras. No tener programas de intercambio universitario, o cultural... Por no hablar de perder los fondos que han permitido que España sea uno de los países donde mejor se vive del mundo. Y, pese a todas críticas y defectos que le podamos encontrar a nuestro sistema, uno de los lugares donde mejor funcionan las cosas.
Me sorprendió que durante los debates televisados entre los candidatos a presidir el gobierno, Europa, casi ni salió. No se mencionó a pesar de que nuestra economía y muchas de las decisiones que ordenan nuestra vida se deciden ya en ese marco comunitario.
El jueves empieza también la campaña para las elecciones al parlamento europeo en toda la UE, Reino Unido incluido. En España, el 26 de mayo, esa urna coincide con la de las municipales y en las autonómicas en algunas comunidades. Y no sé por qué, sigo teniendo la misma sensación que en los debates televisados. El tono casi menor que, seguramente, tendrá la campaña europea en comparación a lo que dependemos de ella.
Resulta paradójico, si lo miramos con calma, porque tanto municipios o comunidades autónomas dependerán, seguramente, de decisiones que se tomen en Bruselas. Quizás para cumplir alguna de las promesas de los candidatos que abrirán los informativos y ocuparán las primeras planas.
Cuotas de producción agrícola, ganadera, pesquera que condicionarán la vida de muchos municipios. Fondos para la construcción de infraestructuras que pueden resaltar en el mapa a comunidades autónomas… Muchas cosas se deciden en Europa. ¿por qué, entonces, ese perfil bajo de estas elecciones?
Estamos en un momento con tantos frentes preocupantes abiertos que más que escondernos tras una bandera, o encerrarnos en casa a la espera de se vaya el lobo, deberíamos estar buscando respuestas y salidas todos juntos.
Los problemas, a los que nos enfrentamos, son tan acuciantes como cambiar el modelo productivo que nos dejará sin planeta ni patrias que reivindicar, o la pérdida del poder político frente a la dictadura de lo económico de la globalización. Y para mí esa comunidad para avanzar, siempre ha significado Europa, pese al rencor que le guardo por su política de recortes y austeridad durante la crisis. Apelo a los valores europeos que hicieron posible la sociedad del bienestar. Y lo hago cuando los fanatismos y populismos son la sombra que se proyecta en estos comicios. Porque los fascistas ya no quieren irse de Europa, la quieren dominar desde sus instituciones ahora que han crecido en casi todos los países.
Cuando el 26 vayan a votar y vean 2 o 3 urnas en su mesa electoral. Espero que, parafraseando a Rajoy, se pregunten: “¿Y la europea?”. Porque esa urna cuenta, y cuenta mucho más de lo que nos cuentan.