Euskadi, Catalunya y olé

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“Es catalán aquel que vive y trabaja en Catalunya”.

Esta afirmación de Jordi Pujol cambió el sentido de lo que previamente se consideraba ser catalán. Lo mismo ocurrió, sin frases rimbombantes, en Euskadi. Son vascos los que viven y trabajan en Euskadi, es el mantra actual del PNV.

Ese pragmatismo dio años de gloria al partido creado por Pujol, Convergencia Democrática de Catalunya, y a él le otorgó un papel clave en sucesivos gobiernos de Felipe González o José María Aznar.

El pragmatismo de Pujol y de su Convergencia saltó por los aires el 27 de octubre de 2017 con la declaración unilateral de independencia promovida por el president de la Generalitat Carles Puigdemont y ahora, tras los destrozos físicos y psíquicos de aquella decisión –“Puigdemont no quería proceder a la declaración unilateral de independencia” ha escrito el lehendakari Urkullu–, se necesita una labor inmensa de reconstrucción del edificio dañado.

El lehendakari Iñigo Urkullu, que acaba de formar un nuevo gobierno de coalición con el Partido Socialista de Euskadi y que cuenta con mayoría absoluta en el Parlamento Vasco, propone una vía en la que “el proceso de negociación deberá sustanciarse en un pacto regido por la bilateralidad efectiva, con garantías y condiciones de lealtad recíproca” con el Estado.

Bilateralidad, frente a unilateralidad

El PNV observó con extrema atención el desarrollo de los hechos de 2017 en Catalunya donde la antigua CDC y Esquerra conformaban la vía catalanista, al igual que en Euskadi lo hacían, en lo vasquista, el propio PNV y Bildu.

La decisión de unilateralidad y declaración de independencia de Puigdemont produjo un terremoto en el sistema político catalán. El PNV aprendió en casa ajena que ese no podía ser su camino, porque a su vera tenía a los independentistas de Bildu y, fundamentalmente, la herencia de Herri Batasuna, que podrían pescar peces en río revuelto.

Así que en Sabin Etxea, la sede central del PNV en Bilbao, se decidieron por fomentar el pragmatismo de Urkullu, y los réditos electorales fueron espectaculares. De pronto surgieron votos para el PNV desde todos los ámbitos políticos y sociológicos, incluidos antiguos votantes del PP.

En la misma noche electoral del 12 de julio pasado, el presidente del Euskadi Buru Batzar, el órgano ejecutivo del PNV, Andoni Ortuzar, dejó claro que Bildu iba a ser “la principal fuerza de la oposición”. Ni por un momento asomó por Sabin Etxea la idea de una posible coalición con una fuerza con la que tiene mucho que perder y poco que ganar. Bildu es independentista, el PNV es otra cosa. 

Hay quien habla de dos almas dentro del PNV, “Aberri” (Patria) más independentista, y “Comunión” más pactista, grosso modo. Es evidente que hoy para el lehendakari Urkullu “es tiempo de diálogo, negociar y acordar”. Es evidente también que el 27% de los vascos se expresa como independentista, pero el 67% tiene pocos o ningún deseo de independencia (Euskobarómetro julio 2020).

Un experto catalán en economía como Andreu Mas Colell, que fuera consejero de Economía en la Generalitat, ha escrito recientemente: “Nada de lo que se pueda hacer desde Cataluña afectará a la probabilidad de la independencia o de un referéndum vinculante”. Y, por qué, se pregunta Mas Colell. Y la respuesta a su propia pregunta es contundente: “Pues porque España, monárquica o republicana, no aceptará bajo ninguna circunstancia la separación de Cataluña. Recuerden el trance amargo de Macià cuando lo intentó en abril de 1931 en un contexto mucho más favorable que el del 2017. Y tanto o más importante: en este tema, Europa está y estará de la parte de España”.

El lehendakari Iñigo Urkullu aprovechó una reunión con jóvenes empresarios durante la última campaña electoral para dejar clara su posición al hablar de una posible emulación en Euskadi de la vía unilateral hacia la independencia. “No la comparto” dijo y, remató, “no la veo posible”. Hace algo más de tiempo, antes del terremoto político del 2017 en Catalunya y, precisamente, en una entrevista en La Vanguardia, ya había anunciado: “No creo en la vía unilateral, ni creo que tenga posibilidades en la Unión Europea. No sería aceptada. Creo más en las vías pactadas, en la bilateralidad”.

En esa vía de bilateralidad del PNV se incluyó en 1981 un instrumento que venía del antiguo régimen foral, rehabilitado luego por Cánovas del Castillo tras la abolición foral y eliminado durante el franquismo en las “provincias traidoras” de Bizkaia y Gipuzkoa, el famoso Concierto Económico. Hay quien se pregunta en Catalunya por qué en su momento no aprovecharon la mano tendida de Madrid y aceptaron un concierto económico, al estilo del vasco, que hubiera evitado el actual marasmo.

Lo explicó claramente el negociador de ese concierto vasco, entonces consejero de Economía, Pedro Luis Uriarte. El ministro de Hacienda Jaime García Añoveros ofreció ese mismo instrumento al consejero de Economía de la Generalitat, Ramón Trías Fargas, pero éste, se supone que con el visto bueno del president Jordi Pujol, rechazó esa posibilidad por tres razones. 

La primera, no querían iniciar el gobierno con la enojosa tarea de recaudar impuestos; la segunda, no querían asumir el riesgo de menores ingresos que conllevaba gestionar la recaudación; y la tercera, estaban convencidos de que era mejor un sistema de financiación que, aún dependiendo del Estado, permitiera sacar más recursos negociando con él. 

Y, además, lo del concierto económico que hundía sus orígenes en el sistema foral les parecía a los nacionalistas catalanes “una antigualla”.