Recientemente se ha hablado mucho del “milagro” fiscal que se produjo en el periodo 1996-2004, durante los gobiernos de José María Aznar. Y aunque ya ha pasado tiempo, aún se leen y se escuchan muchas imprecisiones al respecto. Por eso conviene desmitificar algunas falsas creencias sobre este periodo y poner de relieve cuáles fueron las principales fuerzas que estaban detrás de dicho proceso de consolidación fiscal. Es importante repasar lo que pasó para ver si ahora, como algunos defienden, se podría repetir.
En el año 1996 el déficit era del 5,5% y la deuda pública ascendía al 67,4%. En 2004, ocho años después, el déficit se redujo 5 puntos situándose en el 0,1% y la deuda pública bajó hasta el 46,3%. Fue una caída de más de 20 puntos de PIB.
Los mitos del “milagro” Fiscal
Los mitos del “milagro” FiscalEn primer lugar, quería desmitificar el efecto que tienen las privatizaciones de las empresas públicas sobre el déficit. Como se puede ver en el siguiente grafico, durante este periodo se vendieron empresas públicas por casi 30.000 millones de euros.
La venta de una empresa pública en un año concreto supone un ingreso extraordinario el año de su venta. Pero al año siguiente, vuelves a tener los ingresos originales que tenías el año anterior a la venta. Esto significa que, aunque las privatizaciones sirven para reducir el nivel de deuda pública, apenas tienen efecto sobre el déficit estructural.
Respecto a las privatizaciones de las empresas públicas quiero hacer un matiz importante. No me parece acertado enfocar la venta de una empresa pública mirando únicamente cuántos beneficios se pueden obtener por ella. Cuanto mayor poder de mercado tenga la empresa en cuestión, mayor es el dinero que estarán dispuestos a pagar por ella sus compradores. Los monopolios son muy rentables para sus accionistas, pero muy caros para el resto de la sociedad. Una empresa con poder de mercado puede elevar los precios y obtener así más beneficios. Por eso las empresas públicas se venden más caras sin trocear: sus compradores están dispuestos a pagar más porque luego pueden cargar precios más altos, pero esto es muy ineficiente. Es mucho mejor para una economía privatizar una gran empresa en partes para garantizar la competencia en su sector, aunque con ello se recaude menos. Con ello se consigue un mayor grado de competencia en el sector y que los precios o las tarifas que acaban pagando los consumidores sean más bajos. En el proceso de privatizaciones de nuestro país, por desgracia, se miro más el precio que se podía obtener con la privatización que el grado de competencia al que daba lugar.
En segundo lugar, durante el periodo 1996-2004, España era receptor neto de los fondos europeos que significaron importantes recursos. En concreto, España recibió de la Unión Europea (UE) cada año recursos en el entorno del 1% del PIB durante el periodo 1996-2004. Actualmente, los fondos provenientes del UE se han reducido considerablemente por dos motivos: la entrada en la UE de 10 nuevos países en mayo 2004 menos desarrollados que España y el enriquecimiento de España durante el periodo 1996-2004. Esto hizo que con el inicio del nuevo marco presupuestario de la UE (2007-2013) cayeran considerablemente los fondos recibidos de Europa.
Aunque seguimos siendo un país receptor neto de fondos, ahora recibimos en torno al 0,2% del PIB. Sin embargo, el saldo financiero España-UE se mantiene prácticamente sin cambios en el periodo y desde luego no aumentó con respecto a la etapa previa. Por lo tanto, esta tampoco era una causa de la reducción del déficit estructural en el periodo. Como podemos observar en el gráfico, el saldo financiero España-UE se mantiene prácticamente sin cambios entre el periodo 1996-2004, por lo que no ha contribuido a la reducción del déficit estructural.
En tercer lugar, es cierto que bajaron los impuestos. Las bajadas más significativas se realizaron en el IRPF en los años 1998 y 2002 (sorprendentemente justo a tiempo para que entraran en vigor en el año preelectoral 1999 y 2003). Estas bajadas que afectaron significativamente a la reducción de las tarifas (o los tipos marginales), moderan sus efectos durante el periodo si tenemos en cuenta que en el resto del periodo estas no se deflactaban con la inflación. Es decir, si la renta de un trabajador sube con la inflación (en ese periodo la revalorización de los salarios estaba muy ligada al IPC y este estaba en el entorno al 4%) y las tarifas no se cambian, entonces este trabajador pasará a pagar más impuestos sin que realmente su renta haya subido en capacidad de compra. No voy a entrar en el impacto agregado de ambos efectos (bajada de tipos en el año electoral y no deflactar los tipos en un año no electoral) pues como explicaré más adelante el éxito de dicha consolidación fiscal se debió a otras circunstancias.
Asimismo, se podría sacar la lección errónea de que las bajadas de impuestos consiguieron, estimulando la actividad, aumentar considerablemente los ingresos. Lo cierto es que, si bien algún impacto pudo tener, veremos que no es así.
Los hechos del “milagro”
Los hechos del “milagro” Primero, la posible caída en la recaudación por la bajada de impuestos fue más que compensada por el espectacular aumento de la recaudación gracias a que teníamos un sistema fiscal óptimo para recaudar bajo una burbuja inmobiliaria. Así, el Impuesto de Transmisiones Patrimoniales (ITP) –que grava la compraventa de viviendas usadas con un tipo del 7%– y el Impuesto de Actos Jurídicos Documentados –que grava la compraventa de viviendas nuevas y usadas con un 1% adicional– aumentaron, entre 1996-2004, su recaudación en casi 1 punto de PIB en términos de caja.
El efecto riqueza generado por el aumento de los precios de la vivienda (un aumento del 130% en el periodo) estimuló la demanda interna hasta un punto en el cual las importaciones eran muy superiores a las exportaciones. Las ventas de casas nuevas (que están sujetas al IVA y no al ITP) y este aumento significativo del consumo (aunque fueran bienes importados) elevó la recaudación del IVA en 0,7 puntos de PIB.
Los grandes beneficios extraordinarios que obtenían, gracias al boom inmobiliario, las constructoras, empresas inmobiliarias y las instituciones financieras supusieron un aumento de la recaudación del impuesto de sociedades de 1,3 puntos de PIB.
Y, segundo el gasto en intereses, que se reduce en 3,2 puntos de PIB en el periodo, pasando de 5,2 puntos de PIB que se pagaba en 1996 a 2 puntos de PIB que se pagó en 2004. Esta caída en intereses se debió no solo a la reducción del nivel de deuda sino también a la reducción de los tipos de financiación. El tipo medio de la deuda pasó del 7,8% de 1996 al 4,4% de 2004. La importante bajada en el coste de financiación de nuestra economía se explica por el proceso de creación del euro. El proyecto creíble de una moneda única eliminó el riesgo de tipo de cambio entre los miembros de la zona del euro y todos los países experimentaron fuertes caídas en los tipos de financiación de su deuda.
En su conjunto, la reducción del gasto gracias a la caída de los tipos de interés (3,2 puntos de PIB) y el aumento de los ingresos gracias a la burbuja inmobiliaria (aproximadamente 3 puntos de PIB) son los que están detrás del “milagro” fiscal del periodo. En cambio, una vez que estalló la burbuja inmobiliaria en 2008, se desinflaron los ingresos extraordinarios que estaban relacionados con la burbuja. Además, con el estallido de la crisis de deuda soberana a partir de 2009, desaparecieron las ventajas de financiación a tipos reducidos.
En conclusión, una vez aclarados los datos y desmontando los mitos y leyendas, vemos cómo el importante ajuste fiscal de este periodo no fue tal milagro. Y que las fuerzas que había detrás, la creación del euro y la burbuja inmobiliaria, son irrepetibles.