Uno trata de explicar y de explicarse. Unas veces con éxito y otras sin él. En ocasiones no hay voluntad de hacerlo con claridad y en ocasiones la realidad desborda cualquier intento de explicación. Al PSOE le pasa un poco eso. Que un mecanismo de verificación vaya a supervisar la negociación con el independentismo catalán y que las reuniones tengan lugar en un país extranjero no es un sapo fácil de digerir. Mucho menos de explicar. Se aceptó a regañadientes y sobre todo ante el escenario real de que los de Puigdemont se desmarcaran de la investidura de Pedro Sánchez.
La cuestión es tan exótica, tan estrafalaria y tan insólita que todos los intentos de aclaración han resultado baldíos hasta el momento. Pueden existir argumentos jurídicos, políticos y hasta morales con los que justificar una ley de amnistía para los afectados por el procés, pero de ahí a que dos partidos con representación parlamentaria en una democracia tengan que someter al chequeo de una mediación internacional sus acuerdos políticos, hay un mundo que al PSOE se le ha hecho bola por mucho que lo intente disimular cada vez que se le requiere una exculpación.
El último empeño lo hizo este jueves el mismísimo presidente del Gobierno en TVE, donde trató de justificar la existencia de un “verificador internacional” en las conversaciones para el desarrollo del acuerdo de investidura con Junts que a punto estuvo de descarrilar por la negativa del PSOE a aceptar tan inusitada propuesta. “Es un mecanismo excepcional, pero es que la situación que se está viviendo por parte de los partidos independentistas en el sistema político español es también excepcional”, argumentó Pedro Sánchez.
Una semana antes ya había esbozado el mismo argumento en una conversación informal con los periodistas que lo acompañaron en su gira por Israel y Palestina ante las “posiciones dispares” de las que parten ambas formaciones. Esta vez lo hizo ante las cámaras de la televisión pública: “Ojalá en un futuro no necesitemos este sistema de verificación porque eso significa que hemos construido una confianza que yo, honestamente, no la tengo completa ni total”.
Voluntad no falta, pero hay algo que, en política como en la vida, por mucho que se intente explicar resulta inexplicable. Porque lo que se impone cuando en todos los argumentos dados subyacen las contradicciones e incoherencias es un relato construido sólo sobre la coyuntura, la necesidad de los votos o el freno a “la ola reaccionaria”. Y de ahí que el PSOE haya entrado en un laberinto que le obliga a surfear un proceloso océano que impide que sus dirigentes se expliquen con claridad ante la opinión pública. Las razones que esgrime no se entienden y, desde luego, no resultan inapelables.
Comprender algo implica poder explicarlo de forma coloquial y desde el convencimiento más absoluto. No basta con evasivas, circunloquios o invocaciones genéricas a un interés superior cuando se trata de un asunto sobre el que la hemeroteca acredita que los socialistas rechazaron siempre al entender como una falacia el objetivo del independentismo de internacionalizar un conflicto que empezó en 1714.
Hoy, el beneplácito del socialismo a un verificador internacional tras años de rotundo rechazo precisa de algo más que palabras huecas con las que fabricar una verdad alternativa y ocultar que los sentimientos identitarios distorsionan aún más la realidad de lo que ya hace una derecha inflamada y faltona.
Es verdad que España no se va a romper, ni por la amnistía, ni por el verificador internacional. No se rompió cuantas veces lo proclamó el PP con el Estatut en tiempos de Zapatero, ni con la negociación con ETA, pero convendría al menos que el Gobierno hable más claro de lo que lo ha hecho hasta ahora con una retahíla de evasivas e inconcreciones. Confiemos en que de esta primera reunión entre el PSOE y Junts que tendrá lugar este sábado fuera de España, en presencia de esa cuestionada comisión excepcional, salga por fin el nombre del verificador que supervisará las negociaciones, pero también cuánto cobrará y de dónde saldrá el dinero para pagarlo. Lo contrario, añadiría más ruido al ruido que generan las vagas explicaciones sobre algo que resulta de todo punto inexplicable.