El extraño caso del doctor Óscar y el señor Puente
Llevo cada día a mi perra a un parquecito para que juegue con otros perros. Es fácil imaginar el tipo de conversación que se mantiene en un lugar como ese: banalidades, cosas de animales, a veces algo de política. Ya son dos los vecinos que me han hablado sobre los vídeos que difunde el Ministerio de Transportes. En al menos un caso, sin saber siquiera el nombre del ministro. Son simples vídeos de obras, hasta donde yo sé con alguna trampa, trufados de detalles técnicos. Son vídeos en los que se ve trabajar, en los que se reconstruyen destrozos de la dana y se transmite optimismo. Hay algo balsámico en ellos.
Resulta interesante, por insólita, la habilidad con que el ministro Óscar Puente ha sabido interpretar las necesidades del momento. Su situación es cómoda: ninguna responsabilidad en la prevención y en las horas del desastre, muchos medios a disposición, mucho trabajo por hacer.
Pero hablamos de Óscar Puente, hombre de confianza de Pedro Sánchez, a cargo de algo tan problemático como la red ferroviaria (el mal funcionamiento de los trenes de cercanías es otro tema recurrente en el parquecito) y, hasta ahora, con una bien ganada fama de personaje bronco y polarizador. Fue él, por ejemplo, quien desató una crisis diplomática con Argentina al referirse a las “sustancias” que, supuestamente, ingería el presidente Javier Milei. Y nunca, hasta ahora, rehuyó un rifirrafe verbal en el Congreso o en las redes.
Parece claro que tras un desastre como el de Valencia (causante de un tsunami político y social cuyo larguísimo alcance aún no vislumbramos) se agradecen las obras mucho más que las palabras. Parece claro también que cuando un político como Carlos Mazón, y por extensión el Partido Popular que le ampara, cometen tantos errores con tanto descaro, el descrédito tiende a extenderse al conjunto del sistema. Nadie queda libre de mancha, salvo quien sabe cabalgar la ola. Y ahí está Óscar Puente, que, como en el relato de Stevenson sobre Jekyll y Hyde, era el señor Puente, ese tipo áspero, y se ha transformado en el doctor Óscar.
Se agradecen los hechos, no las palabras. Y en ese sentido también ha sido hábil la ultraderecha. Vox y sus apéndices no sólo han sido activos y eficaces en las redes (tampoco tiene gran dificultad manipular las emociones y emitir bulos en una situación gravísima como la valenciana) sino que han hecho acto de presencia: han estado allí, abroncando junto a los vecinos exasperados al rey, a Sánchez y a Mazón, han empuñado palas, y han difundido por todos los medios que estaban allí.
Ignoro si los grandes partidos tienen todavía una militancia real. Es decir, si sus afiliados sirven aún para algo más que aspirar a un cargo. Pero este era el momento de desplegar militantes, arrimar el hombro y, a ser posible con un mínimo de elegancia, hacerlo saber. Era, es, el momento de la humildad y del trabajo.
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