Primero nos avisaron que jamás serían capaces de ponerse de acuerdo y la mitad de España amanecería sin alcaldes. Fallaron. Hubo alcaldes, alcaldesas, pactos y coaliciones con programas de gobierno donde ya no se ofrece sólo de austeridad y sufrimiento masivo, sino de servicios públicos y transparencia.
Ahora nos advierten que las coaliciones representan únicamente acuerdos entre extraños sin nada más en común que echar al PP y que lo más democrático seria dejar gobernar a la lista más votada. Pronostican que dentro de nada los socios andarán a la greña y la inestabilidad será el pan nuestro de cada día. Arderán los cielos, lloverán langostas y el Señor castigará tanta promiscuidad y lascivia en los gobiernos de coalición. El terror popular no tiene fin.
No sabemos cómo resultarán los gobiernos y pactos municipales conformados tras el 24M. No hace falta ser politólogo o adivino para saber que unos bien y otros mal, como los gobiernos mayoritarios. Pero hay algo que sí sabemos y se puede demostrar. El argumento de la lista más votada encubre una falacia.
Nuestro sistema electoral es de representación proporcional. Elegimos representantes y éstos a su vez votan los gobiernos. Si a un sistema proporcional se le aplica la lógica de un sistema mayoritario es como hacer trampas al solitario. Los ciudadanos no elegimos alcaldes y presidentes. Votamos representantes y los hacemos calculando los juegos de mayorías y minorías entre los partidos.
El sistema de representación proporcional y el mayoritario resultan igualmente democráticos y tienen sus ventajas e inconvenientes. Pero un mismo sistema electoral no puede funcionar como si fuera los dos a la vez. O peor aún. No puede exigirse, en nombre de la democracia, que funcione como uno u otro según le convenga a un partido.
Quien demande imponer la regla de la lista más votada pretende también cambiar nuestro sistema de representación política sin decirlo. Y eso tiene consecuencias. Los sistemas proporcionales tienden a generar sistemas multipartidistas. Los sistemas mayoritarios tienden a propiciar el bipartidismo. Son las conocidas Leyes de Maurice Duverger. Más allá de las excepciones y matices que presentan, lo interesante de la aportación del conocido sociólogo francés reside en la evidencia de cómo las reglas y sistemas de votación condicionan el comportamiento de electores y partidos. Si pasásemos a un sistema mayoritario votantes y partidos adaptarían de inmediato sus estrategias y decisiones.
Hoy la gente elige consciente de la posibilidad de coaliciones de gobierno para sumar mayorías alternativas. Si mañana depositáramos nuestra papeleta sabiendo que el más votado gobierna, muchos la escogeríamos de otra manera y los partidos buscarían concentrarse y reducir la fragmentación para aumentar sus posibilidades de victoria o al menos poder competir. En un sistema mayoritario, el resultado cambiaría y no sabemos cuál resultaría la lista más votada en cada circunscripción. Hasta puede que el PP no saliera el más votado en tantos sitios como piensa.