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El falso mito del ecologismo noruego

Noruega no es para nada ecologista como muchos dicen. Las noticias que nos llegan del país escandinavo desmienten su falso compromiso con el cuidado del medio ambiente y la conservación de la naturaleza. La última prueba de esta hipocresía se ha conocido esta misma semana y tiene que ver con esa obsesión por seguir cazando ballenas.

El ministro de pesca noruego acaba de conceder a su potente flota pesquera el permiso estatal para capturar 1.278 ballenas: casi un 30% más que el año pasado. De ese modo Noruega vuelve a decirle al resto del mundo que se pasa las prohibiciones de la Comisión Ballenera Internacional por los fiordos.

No importa si la mayoría de las especies de cetáceos siguen en peligro. De nada sirven las moratorias decretadas para salvarlas de la extinción. Los noruegos siguen yendo a su bola y mantienen su desafío apelando a “derechos históricos”,  a su tradición vikinga para seguir cazando ballenas al margen de los tratados internacionales.

Menos mal que se conforman con las pobres ballenas pues, por la misma regla de tres, podrían echarse otra vez a la mar a bordo de sus famosos drakkars para sembrar de nuevo el terror por medio mundo.

Hay que decir que en este claro desafío a la comunidad internacional no están solos, les acompañan Japón e Islandia. Si fueran países pobres los habríamos machacado a sanciones, pero claro, con éstos no nos atrevemos. Los japoneses por lo menos disfrazan sus capturas alegando falsos motivos científicos. Los noruegos ni eso. Ellos van de vikingos. Los partidos que defienden la caza de ballenas ganan las elecciones por goleada, mientras la presencia de los verdes en su parlamento es simbólica, con un solo escaño. 

Pero si lo que hacen con las ballenas es indecente, lo que se disponen a perpetrar con el lobo es repugnante. Y es que Noruega está decidida a exterminar a sus lobos. 

Las organizaciones conservacionistas, con WWF a la cabeza, lanzaron el pasado año una campaña internacional para dar a conocer al resto del mundo el plan noruego para exterminar a esta especie protegida por la Unión Europea. La situación del carnívoro en aquel país es extremadamente delicada. Según los últimos censos quedan menos de setenta ejemplares en libertad.

Sin embargo el gobierno de Oslo ha decidido conceder permisos de caza para abatir a casi medio centenar: un 70% de los últimos lobos que quedan en el país. Pero lo más fuerte de todo es que cuando las federaciones de caza del país conocieron los planes de las autoridades tardaron nada en enviarles 11.000 solicitudes para matar al lobo. Así de ecologistas son los noruegos, así se las gastan con la naturaleza. Para que luego nos intenten dar lecciones sobre movilidad sostenible alardeando de ser el país del mundo donde se venden más coches eléctricos. Un apunte al respecto.        

Hace un par de años Noruega, uno de los principales países productores de petróleo, decidió conceder permisos a las compañías nacionales y extranjeras para prospectar una nueva área del mar de Barents, en el Océano Ártico. De ese modo, y en plena campaña internacional para salvar la región más amenazada del planeta por el cambio climático, las autoridades noruegas se pasaron esta vez por los fiordos el Acuerdo de París para aumentar su producción de petróleo mientras, eso sí: nosotros en casa vamos en coche eléctrico.

Esta nueva lección de hipocresía provocó el hartazgo y la protesta de todas las organizaciones ecologistas internacionales, con Greenpeace a la cabeza, que llevaron al gobierno noruego ante los tribunales por desacatar el mandato constitucional de proteger el medio ambiente y contravenir los compromisos firmados en París.

La sentencia hecha pública hace unas semanas niega la razón a los ecologistas, a los que condena al pago de más de medio millón de coronas en costas, y dicta que Noruega no es responsable de las emisiones de CO2 causadas por los hidrocarburos que produce y exporta a otros países. Por cierto, la exportación de gas y petróleo supone casi la mitad del total de exportaciones del país: cerca de 40.000 millones de euros anuales.

Podría dar muchos más ejemplos de la supuesta conciencia ecológica de Noruega, como el impacto de sus granjas de salmón o las falsedades del modelo de gestión de residuos que intentan exportar al mundo, pero de eso ya les hablaré otro día. En todo caso créanme: lecciones de responsabilidad ambiental de los noruegos, las justas.