14.4 es la distancia que separa por el estrecho de Gibraltar el continente africano de España. Y es también la historia real de Ahmed Younoussi, un niño de inmensos ojos verdes nacido en el interior de Marruecos que ahora tiene 35 años y que desde muy pequeño mientras soportaba las palizas de su propio padre soñaba con hacerse invisible para que no le pegaran. Con sólo 6 escapó a Tánger, donde siguió bajando los peldaños que conducen a los peores infiernos. Encoge el alma y remueve conciencias el relato sobre las tablas de quien se ganó la vida en las calles hasta que logró llegar sin haber cumplido los 10 a Barbate escondido detrás del cortavientos de un camión.
Y, de repente... Gente buena y personas con alma como las tres chicas que le bañaron, alimentaron y cuidaron hasta ingresar en un centro de menores donde un hombre llamado Borja le tuteló y le regaló todo el amor que hasta entonces se le había negado. Hoy es un actor de éxito, además de transportista autónomo, que en Matadero relata su propia vida en la que es la tercera colaboración teatral de Juan Diego Botto y Sergio Peris-Mencheta.
El montaje cuenta las miserias y las grandezas de un mundo y de una España en la que la inmigración ha vuelto a poner de manifiesto la vileza de algunos y ha invadido el aire de la esfera pública con eslóganes como el de “solidaridad sí, pero seguridad también” o “los españoles tienen derecho a salir tranquilamente a la calle”. Son frases ambas que esta semana han salido por boca del ¿moderado? Feijóo.
El líder del PP se ha contagiado del discurso iracundo del racismo y la xenofobia que destila la ultraderecha. Sin pudor ni vergüenza. Como si fuera un “cuñado” de barra de bar que intercala la consigna con la bravuconada en busca del aplauso fácil. ¡Si fueran sólo palabras! Esta semana su partido ha sumado sus votos a los de Vox y Junts para tumbar la reforma de la Ley de Extranjería que perseguía aliviar la situación límite en Canarias por la llegada de menores migrantes no acompañados. Y antes de ello, los consejeros del PP rechazaron la invitación de visitar un centro de menores migrantes en Tenerife durante una cumbre sobre inmigración en la que participaron el Gobierno de España, el presidente canario y los consejeros de las 17 Comunidades para abordar la distribución de los más de 6.000 niños migrantes que viven hacinados en los centros de acogida de Canarias.
Tanto hablar de solidaridad territorial y, cuando se trata de niños migrantes, que se las apañe el gobierno canario y resuelva en solitario lo que el PP entiende que es un problema para España con el que puede rascar votos para que no le pase como a otras derechas europeas que han sido engullidas por los ultras con el rechazo a los inmigrantes.
Hace falta mucha ruindad para dar la espalda a los 6.000 Ahmed que esperan hacinados en Canarias a la espera de que aparezca un Borja cualquiera como educador social y que ellos -todos los que votaron “no” esta semana a la reforma de la Ley de Extranjería- dejen atrás los prejuicios y los intereses partidistas con los que se empeñan en convertir a niños y adolescentes en delincuentes sólo por ser de dónde son.
La mezquindad que en ocasiones proyectan los discursos de quienes desde las tribunas manipulan tan desgarradora realidad puede intoxicar a la opinión pública, pero ofende sobre todo a los que, a diferencia de Ahmed, perdieron la vida en el intento. Sólo en 2023, fueron más de 6.500 las personas que murieron al intentar llegar a las costas españolas, una media de 18 cada día, según datos de la organización Caminando Fronteras.
Eran mujeres, hombres y niños, no números, procedentes de 17 países: Argelia, Bangladesh, Camerún, Costa de Marfil, Gambia, Guinea Conakry, Islas Comores, Mali, Marruecos, Mauritania, Palestina, República Democrática del Congo, Senegal, Siria, Sudán, Túnez y Yemen. Y mientras se priorice el control de fronteras sobre el derecho a la vida o se niegue el deber de socorro que la derecha ahora soslaya para emular a Vox, la situación seguirá avergonzándonos a todos.