El grito en el cielo. Que el chaval de Lois y Clark nos ha salido marica. En fin, bueno: bisexual. Viene a ser lo mismo. Vale que Jon Kent no es real, que es un personaje salido de la mente de guionistas y dibujantes, pero eso no hace la situación menos grave. Al contrario. Es un síntoma más, el último, de la tiranía woke, la opresión de los progres que todo lo arrasa.
¿Han destruido los guionistas la herencia del personaje? No exactamente, de acuerdo, porque Jon fue creado hace solo 6 años, y hasta hace poco era un niño en los tebeos. El problema no es ese. El problema es que un superhombre no puede ser gay. La misma palabra te lo dice, ¿no lo ves? Super-hombre. Y un superhombre es hetero por definición, ya lo explicó el Fary en su día (más o menos).
Los progres están empeñados en empapuzarnos con sus ideas insertándolas en películas, series y libros, y ahora, cómo no, han llegado a los tebeos. ¡A los tebeos nada menos! ¿Es que nadie piensa en los niños, por el amor de Dios? ¡Ideología en las viñetas! ¿Dónde se ha visto eso? Nunca. Jamás. Alguna vez, a lo mejor.
Está, por ejemplo, el Capitán América. Menudo sujeto, tú. En su primera portada, allá por 1941, le arreaba un guantazo a Hitler que le volvía la cara del revés. Eso no fue muy sutil, desde luego, pero ¿quién puede criticarlo? ¡Pegar a Hitler no es ideología, y menos en aquellos tiempos! Lo que sí es ideología es lo que Steve Rogers hizo más tarde, en la era Watergate. Decidió colgar su uniforme al considerar que la administración estadounidense ya no representaba sus ideales. Que no quería ser el símbolo de los USA, dijo, y se quedó tan ancho. Una vergüenza. Como cuando se enfrentó al bueno de Iron Man al considerar que la seguridad no puede anteponerse a las libertades civiles. Un escándalo.
Igual que el Sandman, otro que tal baila. Pero ¿qué se puede esperar de Neil Gaiman, líder espiritual de los anglopodemitas? En esa obra, entre otras aberraciones que ni recordar quiero, aparecía una mujer transexual. ¡En 1991! ¡En un tebeo! Demasiado bien hemos salido los que leímos esa depravación en BUP.
O los X-Men, los superperroflautas por excelencia. Mira que no hay historias para contar. Miles. Millones. Pues a Stan Lee y a Jack Kirby no se les ocurrió otra cosa que montarse una metáfora del odio contra las comunidades minoritarias, ¿cómo te quedas? Pero, oye, si tanto los odian, por algo será. ¿O acaso debemos tolerar que haya gente por ahí lanzando rayos por los ojos y, qué sé yo, moviendo objetos con la mente? ¿Qué mensaje lanza eso a los niños? Ninguno bueno.
Sin olvidar, válgame el cielo, aquellos tebeos de Dennis O'Neil y Neal Adams en los que el piojoso de Green Arrow se llevaba al siempre idealista Green Lantern de paseo por Estados Unidos para mostrarle ¿qué? Pues, según el arquero, la “América real”. O sea: racismo, brutalidad, expolio medioambiental y excesos de las corporaciones. ¿Eso es real? ¿Según quién? ¿Ahora es real lo que nos diga un tronado en mallas?
En fin, que me pierdo. Lo que quiero decir es que hay excepciones, de acuerdo. Algo de política siempre ha habido en los cómics de superhéroes, pero lo de Jon Kent es la gota de colma el vaso. ¿Superman comiéndole la boca a otro tío? ¡¿Es que hemos perdido el juicio?! Digámoslo claramente: que los cómics adoctrinen a nuestros hijos es intolerable. Los tebeos, por más que parezcan herramientas inofensivas y hasta idiotas, son capaces de alterar los cerebros púberes con sus tóxicos colorines. Como sociedad, es nuestra labor exigir que estén completamente libres de ideología. En otras palabras: que sean de derechas.