“Un fantasma recorre España: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja España se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: Ayuso y el presidente de la CEOE, tertulianos y presentadoras matutinas de televisión, los Abogados Cristianos y una jueza…”
O si prefieren:
“Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas del viejo mundo se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: Trump y Elon Musk, Bolsonaro y la derecha chilena…”
Sí, cuidado que el comunismo está de vuelta. Cuidado tú mismo: si nada más leer el título has sabido continuar la frase, y además reconoces el viejo panfleto del que he parafraseado los anteriores párrafos, es que tú también eres comunista, sí, tú. Nada extraño: si estuviste en la manifestación madrileña por la sanidad pública, o simpatizaste con ella en la distancia, es muy probable que seas comunista. ¿Crees que vivimos una emergencia climática? Comunista. ¿Quieres franquear cartas con un sello del centenario del PCE? Comunista.
Si hace 174 años el Manifiesto Comunista señalaba que aquel fantasma, agitado por los reaccionarios, era la prueba de que “el comunismo está ya reconocido como una fuerza por todas las potencias de Europa”; hoy cualquiera diría que la vieja ideología revolucionaria está más fuerte que nunca, que el viejo topo ha vuelto a asomar la cabeza, feroz. No hay elección reciente en América Latina y en muchos otros países donde el candidato de izquierda no haya sido tachado de comunista por su adversario derechista. Con poco éxito, la verdad. Y ahí está la guerra de Ucrania, culpa de un Putin que, por supuesto, es comunista contra toda evidencia. En el caso español, la naturalidad con que la prensa derechista llama “social-comunista” al gobierno de PSOE y Unidas Podemos, el lema “comunismo o libertad” de Ayuso en las últimas autonómicas, y el último escándalo de Vox, PP, Ciudadanos y la alegre tertulianada por la inofensiva emisión de un sello, darían la impresión de que el comunismo, lejos de ser derrotado en 1989, ha regresado imparable y estamos en vísperas revolucionarias.
Es cierto que en el Consejo de Ministros se sientan varios militantes reconocidos del PCE, pero es otro tipo de fantasma del que hablamos: el recurso al comunismo como un coco con el que asustar al votante conservador. Un coco que inexplicablemente sigue funcionando a estas alturas, sobre todo en España, que ha sido una democracia más anticomunista que antifascista. Bueno, no tan inexplicable: medio siglo de Guerra Fría y propaganda anticomunista (desde Hollywood a los muchos intelectuales financiados por la CIA), a la que añadir en el caso de España varias generaciones adoctrinadas por el Franquismo en el miedo a los rojos, fue seguida por varias décadas de neoliberalismo triunfante en el que no aflojó la propaganda, con libros negros, equiparación nazismo-comunismo, recuentos de cada vez más millones de muertos, historiografía revisionista y la socialdemocracia alejándose todo lo posible del marxismo para convertirse en poli bueno del neoliberalismo.
Normal que tantos sigan creyendo que al nazismo lo derrotó el soldado Ryan, él solito; e ignoren que, desde que ondeó la bandera roja en la Comuna de París, no hay una sola lucha por los derechos y la emancipación de la clase obrera en el último siglo y medio en la que no hayan estado los comunistas. O en su versión española: que tantos desconozcan la lucha del PCE contra el franquismo, su apuesta por la reconciliación nacional -formulada mientras seguían siendo asesinados, encarcelados, torturados y arrojados por la ventana como Julián Grimau-, su compromiso por las libertades y la democracia, sus renuncias y su responsabilidad en la Transición, su labor decisiva en los primeros ayuntamientos democráticos, y la presencia todavía hoy de sus militantes en tantas luchas sociales.
¿Un sellito de 75 céntimos para reconocer al comunismo español? ¡Vaya miseria!