Ninguna sorpresa. La tormenta largamente gestada ha descargado sobre Italia. Luego seguirá su recorrido puede que hasta convertida en huracán. Tiempos de ruido y fomento de la ignorancia en los que fallan conceptos básicos, de los que huir como de la propia peste dado cómo se están difundiendo. Es el jabón de la lavadora que funciona a toda máquina desde hace ya demasiado tiempo para haberlo ignorado.
El fascismo no es respetable. No es “antipolítica” ni mucho menos: su objetivo obvio es implantar los pilares -políticos- de su doctrina. Es una falacia interesada equipararlo a cualquier ideología de izquierda, no son los extremos de la cuerda como se empeñan en difundir analistas de las tintorerías. El fascismo atenta contra derechos fundamentales al excluir toda diferencia que no encaje en su esquema primario: blancos, preferentemente hombres o mujeres machistas, heterosexuales sine qua non, nacionalistas de grandezas imaginarias, costumbrismo religioso del que expulsa toda piedad incluso. Contra los pobres, también contra los pobres. Y frente a la gente corriente a la que racanear el salario mínimo.
Volvamos a oír a la ganadora de las elecciones italianas, la postfascista Giorgia Meloni. Lo deja muy claro.
La izquierda en sus diversos grados no excluye. El comunismo discute básicamente los privilegios excesivos de parte de la sociedad. Si su aplicación ha sido indeseable en algunos momentos y países, no digamos nazismo y fascismo causantes de la devastadora II Guerra Mundial. Abundan libros excelentes que desmenuzan lo ocurrido, su génesis y consecuencias, películas rigurosas, pero nada como la propia historia real. Es inaplazable que dejen de hurtar a los pueblos el conocimiento de su pasado, especialmente el convulso. Y se les niega a conciencia. El mundo reaccionó a aquella catástrofe apostando porque nunca más se repitiera. El fascismo es un tóxico que se coló en la democracia, a pesar de sus evidencias. Y que parece convenir a las élites o al menos no incomodarlas.
Todo el fascismo mundial –recuerden, las demás denominaciones son marcas blancas del fascismo- se felicita por el triunfo de Meloni, Salvini y Berlusconi. El eufemismo centro-derecha que se está empleando es otra artimaña de sus colaboradores.
No hay que enmascarar las causas. La elevada abstención es una potente llamada de alerta. La política tradicional no ha dado respuestas a las sucesivas crisis que en buena medida provocaron porque, esencialmente, está demasiado involucrada en ellas. Y sin embargo es adonde abocan sus defensores en este momento crítico. El bipartidismo es la solución, sugieren y dicen. En España el PP corrupto hasta la médula y el PSOE que, por alguna razón, consiente desmanes varios. Por decirlo a grandes rasgos que son la principal raíz. En Italia han desaparecido partidos enteros, cambiando de nombre, como recordarán. Nada menos que la Democracia Cristiana y el Partido Comunista.
Sin duda una de las soluciones está en que la política retome su papel. Las derechas deben ser democráticas y limpias –y eso en España es una utopía reservada a pequeños oasis- y la izquierda ha de hacer políticas progresistas sin excusa alguna. Y afrontar con valentía y firmeza los problemas. Lo sabemos y lo saben de sobra. Agota repetirlo como gritos en el desierto.
Incluyan a la Unión Europea. Sus posturas en la guerra, la inflación, su proverbial inoperancia y lentitud. Las consecuencias se precipitan sobre la sociedad que reacciona de formas distintas, a veces irracionalmente. La UE es marcadamente conservadora, incluso cuando los votos inclinan su composición hacia mayores equilibrios. Los grupos del PPE y de los socialdemócratas han ido perdiendo peso, además, en cada elección. En las últimas (2019) entró ya con fuerza la ultraderecha, con aportaciones de Hungría, Polonia, Austria, Italia o… España. La UE ha tardado varios años en implementar algún tipo de sanción a la Hungría de Orban tras haber dado hondos tajos al Estado de Derecho. Incluyan el Brexit, la deserción de Gran Bretaña de la Europa Comunitaria. Y luego vino la pandemia y la guerra y las reacciones -contradictorias si se piensa- de la sociedad.
Mientras, el fascismo avanza, alado, sobre la ira –que no la indignación constructiva- de una ciudadanía confundida e inerme. Capaz de descargar sus frustraciones en ese delirante extremismo que no respeta principios de los Derechos Humanos. Guiados por predicadores mediáticos que encienden su odio para usarlo en provecho de su causa o negocio. No es posible que personas íntegras y maduras se dejen vapulear así, renegando hasta de la democracia, de los valores, de justicia, equidad, humanidad. Ignoran quizás que también son y serán carne de cañón por esta senda. Ya saben, política es todo en un sentido amplio, y si uno se desentiende de sus asuntos se los dan hechos otros. ¿El fascismo, el odio, la desigualdad, la corrupción, el mirar para otro lado, la pasividad, son soluciones? Casi la mitad de los convocados a las urnas no fueron a votar el domingo en Italia, sabiendo lo que se avecinaba. Quien calla, otorga.
Y no desdeñemos la creciente plaga de seres “comebulos”, henchidos de inquina, surtidores de insultos, que ya destrozan las redes sociales y que incluyen en sus filas a todo un candidato que por poco no fue elegido presidente de Chile. Tras congratularse del triunfo de Meloni, arremetió con la mentira lanzada por la ultraderecha aquí contra la ministra española Irene Montero. Desde Chile. El peligro es mucho mayor de lo que muchos piensan, por su virulencia y extensión, por cómo están coordinados y la presumible financiación de la que disponen para ello.
Los gobiernos italianos son efímeros pero no es regla fija. No parece que la armonía vaya a presidir esa coalición de buitres. La siembra Meloni dejará su fruto en Italia y fuera de ella. Millones de personas apostamos por la Democracia, dispuestos a defenderla, pero los grandes altavoces que lavan y blanquean al fascismo, se cierran en buena parte a datos y argumentos, a la historia que trazó el presente y la realidad de hoy. Ojalá el cese en la presidencia de RTVE de Pérez Tornero, tras una caótica gestión, recupere el papel que debe cumplir una radiotelevisión pública al servicio del derecho a la información de los ciudadanos, hasta de un entretenimiento que enriquezca en vez de degradar.
Porque hay demasiada orfandad. Políticos y medios parecen haberse especializado en futuros rentables. Con la colaboración insólita de sus víctimas. En armar la tormenta. La vemos venir y, silenciados o apáticos o vencidos, apenas queda otra que abrir el paraguas. Cuando una y otra vez, lo útil es cerrar los surtidores del veneno y atajar las causas. Poder se puede y hay que elegir: sociedades vivibles para todos o… el fin de la civilización, el fracaso de los cuerdos, el triunfo de los idos.