Llegamos a orillas del embalse de Valmayor, en la Comunidad de Madrid, con un numeroso equipo de voluntarios dispuestos a participar en tareas de limpieza y mejora del entorno. El objetivo que nos hemos marcado en esta mañana es recoger media tonelada de basuraleza: los residuos que otros han abandonando en mitad de la naturaleza.
Nos reciben los coordinadores del Proyecto Libera de SEO/Birdlife y Ecoembes, una iniciativa de participación ciudadana a favor del medio ambiente que en apenas año y medio está consiguiendo movilizar a decenas de miles de voluntarios en toda España.
Antes de iniciar la batida nos reparten guantes protectores, bolsas de reciclaje azules, verdes y amarillas, nos dividen en grupos y nos explican el grave problema ecológico que genera el abandono de basuras en el entorno y la gran labor que estamos a punto de iniciar con su recogida, selección y reciclaje.
Mientras nos dispersamos por las orillas del embalse, literalmente atiborradas de basura, me subo a lo alto de una roca para observar con emoción la escena. El centenar de voluntarios de todas las edades, unos con la cabeza agachada, otros en cuclillas, formamos una especie de ejército de salvación medioambiental, un batallón de infantería ciudadana a favor del medio ambiente y contra la basuraleza. Un escalofrío de orgullo me recorre el cuerpo.
Orgullo de pertenencia. Satisfacción de formar parte de este movimiento ciudadano transversal y solidario, que desde distintas plataformas y en colaboración con diferentes grupos ecologistas y organizaciones medioambientales, estamos demostrando que, a pesar de todos los pesares, lo cierto es que empezamos a ser más los que estamos a favor de la naturaleza que los que actúan en su contra: más los que la queremos y estamos dispuestos a ayudarla que los que la menosprecian y la agreden con desdén.
Las voces resuenan alrededor del embalse: aquí hay un colchón abandonado, qué hacemos con esta sombrilla rota: aquí un váter roto, allí una hamaca, más allá un bidón de obra.
Un grupo de ciclistas pasa por el sendero de más arriba. Miran a uno de los grupos de chavales que están limpiando y les dirigen mensajes de reconocimiento: así me gusta, campeones. Al poco dan media vuelta y vuelven: ¿dónde están las bolsas?
Verán, soy consciente de que para muchos lectores del diario la realidad es otra y que hay muchos más motivos para la desesperanza que para el optimismo. Y puede que en buena medida eso sea cierto. Aquí mismo suelo darles crónica semanal de todos esos motivos para el desaliento.
Otros opinarán, y con toda la razón, que la respuesta al problema de la basuraleza no es fomentar la participación ciudadana en proyectos como Libera, sino regular de manera más estricta la fabricación y distribución de productos envasados para evitar los excesos de la industria. También habrá quien crea que lo que hay que hacer es promover mejoras en el sistema de recogida selectiva, multar a los que pasan de reciclar y perseguir y sancionar de manera más severa a los que dejan tirados sus residuos en mitad del campo. Todo eso es cierto.
Pero hoy he querido darles testimonio de algo que está pasando en la naturaleza y con lo que hasta ahora no contábamos: la revuelta de los concienciados.
Hoy vengo a anunciarles que está en marcha un movimiento ciudadano por el medio ambiente y contra la basuraleza que no pará de crecer. Una nueva corriente social que une en su voluntad de ayuda a la mejora del entorno a gente de toda edad y condición. Y eso es un motivo para la esperanza. Porque es posible que Libera no sea la solución, pero sin duda forma parte de ella.