Lo que se palpa en el ambiente, incluso en ese partido, es que el PP va a perder las elecciones gallegas. Otra cosa será lo que ocurra al final. Pero ese pesimismo es bastante más relevante que los resultados. Porque sugiere que el principal partido de la derecha, y particularmente su líder, carecen ya de la credibilidad y de la confianza necesarias para hacerse con el poder. Y eso, se disfrace de la manera que sea, va a ser determinante para el futuro a medio plazo. Los socialistas, bien es cierto que de forma cada vez más precaria, cuentan con un capital político adicional que procede de esos problemas hoy por hoy insalvables de sus rivales.
Mariano Rajoy cayó arrastrado por la ignominia de la corrupción generalizada de sus huestes. Las revelaciones sobre la operación Cataluña están demostrando que había otros horrores en su Gobierno. Los dos brazos derechos de Rajoy, ambas mujeres, se devoraron mutuamente y no consiguieron la fuerza necesaria para sustituirle. El partido buscó una alternativa de urgencia y aupó a un líder débil desde el primer día al que en tres años los barones borraron del mapa para evitar males mayores. Y llegó Feijóo, tras meses de dudas en aceptar el puesto, lo cual no indicaba precisamente una gran seguridad en sí mismo.
El líder gallego, con su mirada inexpresiva y un tanto perpleja, no se consolidó nunca en el cargo por mucha propaganda que le acompañara desde el primer momento. Porque fue incapaz de ofrecer nada que se pareciera a un proyecto, de definir qué es lo que la derecha pretende para España en estos momentos. Se limitó, mes tras mes, semana tras semana, a denostar a su rival, presentándolo como un monstruo, y a exagerar su conservadurismo, creyendo que así acabaría con Vox. Le cegó el éxito del PP en las municipales y regionales de hace casi un año y creyó que las generales serían un paseo militar.
Pero ese exceso de confianza y la incapacidad, suya o del partido, de montar un equipo eficaz le llevaron a no conseguir los escaños necesarios para acceder a la Moncloa. El PP se pasó en sus ataques a Vox y debilitó demasiado al partido de Abascal. Pero Feijóo se empeñó en no reconocer esa derrota y se lanzó a un esfuerzo ridículo por hacer como si no hubiera pasado nada. Con una pantomima de investidura de por medio que no hizo sino deteriorar aún más su imagen entre la gente que corta el bacalao, en la sociedad y en la política.
Y siguió tratando de hacer la vida imposible a los socialistas y al nuevo Gobierno de coalición. Esta vez denunciando la amnistía a los inculpados por el procés, gracias a la cual Pedro Sánchez había sido investido. En medio de esa presión, por momentos insoportable, José María Aznar asumió todo el protagonismo de la pelea, le hizo un feo que un político digno jamás habría aceptado, y llamó a combatir a la izquierda con todos los medios disponibles. Y entonces aparecieron los jueces de batalla y hasta pareció que sus iniciativas podrían derrotar al Gobierno.
Pero entonces Feijóo revivió. Y dijo que un día podía entenderse con Puigdemont y los independentistas y hasta concederles indultos, que no la amnistía. Y buena parte de los barones del PP, que son los que de verdad mandan en el partido, se quedaron con los ojos como platos, confirmando que el líder no les había consultado para dar ese paso. Y no pocos pensaron que el giro de Feijóo respondía a la amenaza de Puigdemont de contar los entresijos de las negociaciones que el PP y Junts mantuvieron antes del intento de investidura fallida, de revelar las ofertas que los independentistas recibieron a cambio de su eventual apoyo.
Fuera como hubiera sido, Feijóo quedó a la altura del betún. Tan hundido en su inconsistencia política, en su incapacidad para hacer las cosas como se tienen que hacer en el terreno resbaladizo de las negociaciones y de las relaciones con otras fuerzas, que hoy nadie da un duro por su futuro político.
Tanto que, en contra de lo que se podría pensar hace un par de meses, ni siquiera el éxito de su candidato en Galicia podría sacarle de la fosa que él mismo se ha cavado. Porque ganar en Galicia no es un hito para el PP, sería lo normal dada la relación de fuerzas. Su derrota, en cambio, sería un éxito extraordinario para la actual oposición gallega.
Si Alfonso Rueda pierde este domingo, para el PP se abre un escenario en el que puede pasar cualquier cosa. Y más si Vox mejora sus posiciones de partida en Galicia. Cabe suponer, con todo, que las grandes decisiones –como, por ejemplo, la sustitución de Feijóo– quedarán postpuestas unos meses. Cuando menos hasta después de las elecciones europeas de junio, en las que hasta hace poco el PP se las prometía felices y que tras los desatinos de Feijóo pueden salir muy mal.