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Feijóo en la Farsa de Ávila

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El patetismo en política solo es tolerable para los electores cuando tienes el poder para llevar a cabo tus degeneraciones morales y ambiciones personales. No es algo que se pueda decir de Feijóo, que en cada acto y recreación simbólica no hace más que ejecutar una exhibición de impotencia que obliga a apartar la mirada por sentir una vergüenza que el protagonista no es capaz de sentir. Aparecer en una comparecencia con un decorado que simule que estás en La Moncloa es uno de esos actos que más que reflejar institucionalidad muestra una serie de complejos que han de ser tratados por especialistas antes que por analistas. 

Alberto Núñez Feijóo, rodeado de barones del partido, con un atril en el palacete de los Duques de Pastrana, y mostrando un teatrillo en el que hace de presidente del gobierno nos hace de manera irremisible retrotraernos a una opereta medieval de nuestra historia que surgió con la intención de desbancar a un dirigente en una conspiración de nobles y aristócratas. Feijóo, estaba, sin saberlo, porque nunca sabe nada, rememorando la Farsa de Ávila. 

En junio de 1465 unos cuántos nobles y obispos molestos con el rey Enrique IV de Castilla se reunieron con la muralla de Ávila como marco donde montaron un escenario para que el pueblo pudieran ver la escenificación que preparaban. En lo alto del tablado pusieron un muñeco de madera con ropajes de rey y su bastón de mando que tenía como objetivo ser el protagonista de la actuación. Los nobles y los obispos que echaban en cara al Rey no haberles dado algunos privilegios y ser muy blando con los musulmanes despojaban al espantajo que simulaba a Enrique IV de todos sus atributos mientras le insultaban y acusaban de que su hija Juana, la apodada Beltraneja, no era legítima y por tanto no era la heredera. La farsa de Ávila terminaba con la coronación del infante Alfonso, hermanastro de Enrique IV, con gritos y loas de alborozo. La farsa de Castilla no tuvo más efecto que la recreación de una coronación porque Enrique IV acabó su reinado con su muerte en 1474. 

Feijóo no es rey, como el infante Alfonso, porque no quiere, porque alquilando un palacete y con un decorado de fondo que simule que ya estás en Moncloa se puede conseguir su objetivo estético como se hizo en la Farsa de Ávila, es cierto que no sirvió para nada, tanto una como otra, pero busca una capacidad performativa que sirva para algo más que mostrar su patetismo y ejecutar una escena de deslegitimación de los que de verdad ocupan el poder.  Al menos esa es su intención, la de mostrar mediante la recreación de una corte paralela, esta sí legítima, preparada para tomar el poder cuando sea capaz de poner de acuerdo a Junts con Vox y desterrar al usurpador que puede ser Enrique IV o Pedro Sánchez.

Los privilegiados, del siglo XV y de hoy, siempre han actuado igual creyendo que el poder les pertenece por designio divino. Ese sentimiento profundo, encarnado y aprendido en la educación de los ganadores, les hace comportarse de una manera errática y ridícula cuando ese poder se les escapa y no son capaces de recuperarlo. La incapacidad por aceptar que a veces se pierde provoca espectáculos lamentables y risibles que enseñan una impotencia infantil para entender que perder forma parte de la vida. Alberto Núñez Feijóo se empeña en enseñarnos de manera lastimosa todo lo que añora el poder y que sigue sin digerir la derrota de hace un año, pero al menos que sus asesores le digan en privado que un decorado de cartón piedra no servirá para curar sus traumas pero sí para evidenciar una debilidad con la que la opinión pública se llene de chanzas, bromas y burlas. Para ganar unas elecciones es vital que los electores tomen en serio al candidato. Para ese cometido es preferible que piensen que Feijóo es un tipo sin escrúpulos que navega en yates con narcos a que es solo un pobre hombre que se busca unos amigos para que le hagan una fiesta disfrazados de consejo de ministros. Feijóo debería tener presente a Maquiavelo porque nunca va a ser amado y tendría que buscar al menos ser temido, pero lo único que consigue es ser burlado.