Lo nuevo, y muy llamativo, es que hasta algunos tertulianos tradicionalmente vinculados al Partido Popular empiezan a criticar la actuación de Alberto Núñez Feijóo en la escena pública. No son muchos, pero sí más de uno. Y critican que el líder del PP siga diciendo que ha ganado las elecciones del 23 de julio y que ponga en duda la legitimidad de las alianzas de Pedro Sánchez, entre otras cosas.
Tenía que ocurrir. En política, como en casi todo, nada es eterno. Y el insensato intento de Feijóo de que la ciudadanía no se diera cuenta de que su intento de conquistar la Moncloa había fracasado sin paliativos tenía que agotarse algún día. Eso es lo que está ocurriendo ahora. En el PP crecen las voces que dicen que lo que lleva haciendo Feijóo desde hace cinco meses no lleva a parte alguna. Otra cosa es que alguien sepa qué hay que hacer para cambiar esa orientación y afrontar las perspectivas electorales con posibilidades de ganar. O cuando menos de no perder otra vez.
Lejos de los micrófonos, las críticas en el PP a Feijóo son cada vez más sonoras, al tiempo que distintos indicios hacen pensar que el líder está cada vez más aislado, únicamente arropado por su guardia de corps y por sus asesores, entre los que, además, empieza a cundir la inquietud por su futuro como consecuencia de los relevos acordados y de los que estarían por venir.
Las encuestas no son tampoco muy favorables a Feijóo. Porque indican que el PP sigue arriba, pero que el PSOE se le acerca, semana tras semana, sugiriendo que el impacto negativo de la amnistía en la popularidad del PSOE y de Pedro Sánchez es cada vez menos significativo.
En ese cuadro se coloca la cada vez menos convincente actuación política de Feijóo. Siempre con el fin de tapar la derrota, empezó por postularse para una investidura que tenía perdida de antemano. Y en las sesiones del Congreso de aquel entonces no propuso nada de nada, se limitó a criticar a Sánchez y a denunciar sus pactos con independentistas, nacionalistas y la izquierda. Como si la campaña electoral no hubiera acabado. Y en esas ha seguido en octubre, noviembre y diciembre. Sin modificar un ápice su discurso. Denunciando, como eje del mismo, la amnistía acordada por Sánchez y la maldad intrínseca del presidente.
Esa amnistía no ha hecho otra cosa que irse concretando. Como era previsible, porque esa era una de las condiciones del proyecto político con el que Pedro Sánchez espera llegar hasta las elecciones de dentro de cuatro años. En el PP no reconocerán ese nuevo fracaso. Que también es el de José María Aznar, que salió a la palestra para incitar a una especie de revuelta general contra la amnistía y “la traición a España” que ha terminado en nada, confirmando que Aznar es un político como poco mediocre y que solo sabe poner cara de malo para asustar a los timoratos… y a Feijóo, que en su momento obedeció sin rechistar al antiguo jefe, en una nueva prueba de su escasa solidez política.
Lo que no se puede decir del actual líder del PP es que no sea trabajador. Porque ha acudido a los medios todos y cada uno de los días, salvo algún fin de semana, y no completo. Eso sí, para repetir sus denuncias y sus descalificaciones contra el PSOE y contra Pedro Sánchez, particularmente graves en algunos casos. Sin modificación alguna.
Pero no ha bajado el tono en momento alguno. Porque no podía permitirse que Vox, y también Isabel Díaz Ayuso, le acusaran de pacato, porque justamente ahí, a su derecha, tiene el problema más gordo, el que puede de nuevo hacerle perder elecciones. Porque, además de otras cosas, para avanzar posiciones hacia la derecha, el PP no sólo tiene que hacer un discurso tan radical como el de Vox o el de la presidenta madrileña, sino dar una imagen de seguridad, solidez y solvencia de la que Feijóo carece de manera cada vez más inquietante.
No lo debe de estar pasando bien el hombre. Sobre todo, porque por delante no se le abre oportunidad alguna de que pueda variar su curso y parece condenado a repetir lo que viene haciendo hace meses, aunque cada vez más gente de su partido le critique por ello.
Mientras, el Gobierno de coalición avanza como si nada de lo que hace la derecha le afectara lo más mínimo. Ironizando incluso, cada vez que tiene ocasión, sobre el emperramiento en un tremendismo que ya no hace temblar a nadie y puede que esté empezando a aburrir a no pocos de los suyos.
La lista de las iniciativas que el Gobierno ha adoptado en las últimas semanas es larga y enjundiosa. Algún día eso tendrá algún impacto en la opinión pública. O debería tenerlo, que nunca se sabe. Y al tiempo consolida sus alianzas parlamentarias. Con los independentistas, con los nacionalistas y con la izquierda. Con los problemas puntuales lógicos en ese recorrido, que se van resolviendo sin mayores obstáculos. Sólo lo que pueda hacer Podemos es una incógnita a corto y medio plazo.
Sánchez tiene el viento a favor, mientras que Feijóo parece cada vez más incapaz de navegar hacia delante. ¿Puede durar mucho esa situación? Seguramente no, aunque el problema tampoco se va a resolver de un día para otro. Como siempre, las elecciones marcarán los tiempos. Las gallegas, convocadas para el 18 de febrero, en primer lugar. Lo más probable es que gane el PP, pero no todos están seguros de ese resultado. Lo que sí está claro es que, si la derecha pierde el poder en esa nacionalidad, el futuro de Feijóo se habrá acortado mucho.
Los tertulianos fieles del PP han dejado de hablar de las europeas de junio. Hace pocas semanas no paraban de decir que esa era la gran ocasión de Feijóo para propinar un duro varapalo a Pedro Sánchez y hasta para precipitar un terremoto político en las alturas. Ahora ya no hablan de eso.
Pero unos y otros comicios son, relativamente, a corto plazo. Después de eso, la política volverá a estar marcada por la acción del Gobierno, frente a la cual la derecha no parece que tenga otra opción que repetir sus improperios. Y si no pasa algo que cambie esa tónica –por ejemplo, el relevo de Feijóo– el PP no estará en condiciones precisamente buenas para afrontar la convocatoria electoral de dentro de cuatro años.