Felipe VI se enroca en la derecha

26 de diciembre de 2020 21:44 h

0

El discurso de Felipe VI fue un mensaje a la altura de las expectativas. Una alocución excelente para su propósito al que no poner ningún pero. Un sermón coherente, que apela a los valores fuertes asociados al mundo conservador y que se esperan del monarca, sin ninguna concesión a quienes esperan que la monarquía pueda abrirse a una sociedad más moderna y diversa. Una perorata en la línea de las que ofreció su padre. Con el mismo tono ceremonioso y engolado, apelando a la importancia del deber moral y con la ética como bien supremo. Un mensaje nada decepcionante que apacigua los temores que teníamos ante la posibilidad de que hiciera otro tipo de discurso de apertura o rupturista con la degeneración que asola la Casa Real y así poder apaciguar la desafección con la monarquía. Una institución conservadora haciendo lo que hacen las instituciones conservadoras.

Un rey continuista con el legado de su padre. En ocasiones parecía que había cierta conexión con aquellas nochebuenas en las que Juan Carlos I decía las mismas cosas sobre el valor moral, la ejemplaridad y la exigencia ética con la misma pose y con el mismo nivel de fiscalización. Un discurso que apela a la fe del monárquico y al cinismo del converso. Pero sobre todo, al salivazo del cortesano. Lo mejor de estos momentos monárquicos siempre son los cortesanos. El rey es rey y ejerce como tal, pero el cortesano puede elegir no arrastrarse. Aunque es imposible, siempre acaba reptando buscando la aceptación de su Majestad. Es el espectáculo más bochornoso, el de ver a gente buscando la aprobación de alguien que jamás les dirigirá la palabra como a un igual.

Sus apelaciones y alusiones eran un compendio del agradecimiento eterno de la Casa Real a la dictadura por haber restituido la institución después de la Segunda República. Nadie encontrará una frase o cita de Juan Carlos I hablando de Francisco Franco en los términos que merece, sino como jefe de Estado. Felipe VI sigue en la línea de agradecimiento heredado de su padre y continúa con ese blanqueamiento institucional de la dictadura para vincularla a la Transición y a la Constitución Española. Sus palabras fueron muy descriptivas: “No olvidemos que los avances y el progreso conseguidos en democracia son el resultado del reencuentro y el pacto entre los españoles después de un largo periodo de enfrentamientos y divisiones”.

En la pleitesía audiovisual previa de TVE, magnífico émulo del Rodong Sinmun, aparecieron imágenes de los reyes visitando Auschwitz en el 75 aniversario de su liberación. Tuvieron que irse a Oswieçim a rendir honores a las víctimas del nazismo cuando en España tienen ejemplos sobrados. No se le conocen ese tipo de reconocimiento a las víctimas del franquismo, comprensible desde un discurso que equipara a víctimas y victimarios y lo circunscribe a un periodo de enfrentamientos y divisiones. Por eso el discurso ha sido aplaudido con vehemencia por Vox, PP y Ciudadanos, porque es un gran discurso para sus intereses políticos. Similar a sus posiciones. Un buen discurso para su objetivo, porque se está convirtiendo en un rey de parte, siempre lo ha sido, pero ahora se le ven las costuras por la extrema derecha.

El discurso del rey ha sido magnífico. Para los republicanos pacientes y los intereses políticos presentes de la carcunda, la mejor mezcla para una futura salida por Cartagena. Los análisis se suelen equivocar para medir lo acertado o errado del mensaje porque acuden a las reacciones de la derecha o los republicanos, que siempre lo van a ver de la misma forma, diga lo que diga. Para medir la salud de la monarquía y lo acertado de sus decisiones al que hay que dirigir las miradas es al PSOE. Se les empieza a ver incómodos, comienza a desgastarles cada vez que se tienen que referir a la Casa Real. Apoyan lo fundamental del discurso, sin valorar qué es lo fundamental para no diluirse en más contradicciones. Esa es la grieta en la que poner la cuña. La derrota cansada y paulatina del soporte de Ferraz a la monarquía será la mejor noticia para las aspiraciones republicanas. Pero no conviene engañarse, falta mucho tiempo para que la correlación de fuerzas sea la idónea para dar la oportunidad a la ciudadanía de decidir sobre un cambio de jefatura de Estado. Es el tiempo de plantear una estrategia de largo alcance, paciente y con múltiples niveles de organización. Toca leer a los clásicos y pensar: “¿Qué hacer?”.

El republicanismo nacional puede cometer el mismo error que el independentismo, no asumir la realidad. Por eso conviene no perder la perspectiva y ser conscientes de que este rey agotará su reinado y para entonces habrá que tener una alternativa sólida construida. Lo peor que le puede pasar al republicanismo identitario, de banderas tricolor y soflamas guillotinescas, es que la oportunidad le llegue demasiado pronto. El republicanismo nacional no sabe ni qué quiere ser. No es más que un contrapeso simbólico y autorreferencial de la monarquía que sirve para arrancar votos en la izquierda. Polarizar la situación en una coyuntura como la actual lo único que conseguirá será blindar las posiciones monárquicas al asociar república a Unidas Podemos y partidos nacionalistas. El discurso del rey es la mejor noticia para el republicanismo. Pero la peor es creer que la república llegará sin construir una alternativa fiable y creíble que acoja a una parte de conservadores y liberales y convirtiendo en la actualidad un asunto que tardará años en dirimirse como prioridad en la agenda. No habrá república solo con gente de izquierdas defendiéndola, tan solo se blindará una monarquía de derechas.

La supervivencia del rey y de la monarquía se puede dar solo por dos circunstancias. La primera es pasar desapercibida, como hasta la caída de Juan Carlos I en Botswana. Con una prensa entregada y sin ser un crápula se puede llegar a ser Isabel II, la Windsor, sin demasiados problemas. La segunda es convertir la institución en uno de los polos de una refriega en la opinión pública que identifique tu causa con los valores de todo un espectro ideológico. La monarquía está acorazada en la Constitución hasta niveles de autocracia, no hay posibilidad de cambiar el sistema sin una abrumadora mayoría. El rey Felipe VI, que no es tonto, conociendo la coyuntura actual de escándalos de su padre, prefiere ser visto como un monarca de una parte para que le defiendan como guardas del castillo. Así pervivirá sin problema hasta que el emérito muera y se olvide todo, porque morirá, y se olvidará. Mientras el debate sea entre una monarquía protegida por la derecha y una república defendida por Pablo Iglesias con el apoyo de los nacionalistas, Felipe VI puede pintar Zarzuela a su gusto. Estará muchos años allí. La realidad, esa bastarda y tozuda piedra en el camino de la izquierda.