La portada de mañana
Acceder
Feijóo confía en que los jueces tumben a Sánchez tras asumir "los números"
Una visión errónea de la situación económica lleva a un freno del consumo
OPINIÓN | La jeta y chulería de Ábalos la paga la izquierda, por Antonio Maestre

Feminismo y guerra

3 de marzo de 2022 22:32 h

0

Entre feminismo y pacifismo existe una estrecha e histórica relación. Quizá por eso, y dadas las fechas (el 8M), pero sobre todo el contexto (la invasión de Ucrania), es momento de acudir al legado de experiencias, relatos y lecciones de resistencia y organización que ofrece una extensa genealogía de mujeres pacifistas que, en todos los lugares del mundo, han luchado para volver a la paz. 

Ante la cultura de la guerra, los feminismos pueden y deben adoptar otros marcos de interpretación donde la emoción y el pensamiento reviertan los imaginarios belicistas. El feminismo, que entiende que las causas estructurales de una guerra están en el sistema patriarcal, es en sí mismo experiencia de resistencia ante la opresión, experiencia de compromiso en la transformación de las relaciones desiguales. El feminismo es repensar la política desde las claves de la emancipación, no de la coacción.

Escribe Evelyne Accad (feminista libanesa), en su libro Sexualidad y Guerra, que la guerra siempre ha fascinado a los hombres, que ha sido para ellos una manera de existir, algo así como “la expresión del deseo masculino”. Recuerda Accad lo evidente, que hombres y mujeres no miran de la misma forma la guerra ni sus efectos, que hombres y mujeres no viven de igual forma la experiencia de la destrucción, que hombres y mujeres no nutren de la misma manera su esperanza en el futuro. Algo que pasa en todas las guerras. 

No hay elección. Tampoco es que yo tenga muchas respuestas, pero es necesario abordar lo que está sucediendo desde una perspectiva feminista, pacifista, interseccional y emancipadora. ¿Por qué? Porque hay un nexo directo entre guerra y patriarcado, porque son las mujeres (muy intensamente) y las personas de los sectores más precarios, vulnerables y frágiles (niñas, niños, disidencias sexuales, migrantes, pobres, personas mayores, enfermas, discapacitadas, etc.) las que sufren las violencias desatadas en las guerras, sus impactos y sus consecuencias. 

El relato, la épica, la lógica de la guerra refuerzan el orden patriarcal dominante. Las guerras profundizan en la desigualdad (de género, clase y raza) y nos envuelven en el mito nacionalista-militarista. Las guerras refuerzan una construcción esencialista de los roles de género, como si este fuera un mecanismo inevitable de sobrevivir en tiempos de guerra. Por un lado, los hombres en el papel protagonista; sujetos activos con el mandato de proteger la nación; en el espacio público; cumpliendo con su deber; dominando las emociones que les hacen débiles; su misión ofensiva o defensiva es la muerte y la destrucción. Por otro, las mujeres en un papel subordinado de esposas, madres, hijas, compañeras...; en el espacio privado; sosteniendo los cuidados y la vida; depositarias del duelo, del sufrimiento, del silencio, de un destino no elegido; víctimas por su género; objetivo y botín. También las niñas y niños tienen un papel, el de mártires; su destino está unido al de los adultos; sin voz, sin voluntad; están, pero no están; su inocencia fracturada es insuficientes para golpear las conciencias de quienes pueden parar las guerras.

Al igual que es importante resistirse a la mitificación de la guerra y tratar de romper la inercia de la cultura bélica, es necesario no romantizar el feminismo pacifista y evitar caer en bucles prefijados desde la teoría. No hay valores feministas unitarios ni atemporales, pero es un deber ético del feminismo encontrar las claves, los paradigmas y los marcos que construyen otras lógicas y matrices de pensamiento que integrando las emociones abran vías a procesos de paz, pero también, cuando la guerra está abierta en canal, a procesos de resistencia y de sororidad. 

La genealogía de las feministas pacifistas nos muestra un camino: tejer alianzas y coaliciones internacionalistas desde la responsabilidad conjunta, construir un marco interpretativo propio y diferente dependiendo del contexto. Todas las guerras son iguales y son diferentes. De esta forma y en estos días, mientras en Rusia (país invasor) las feministas rusas se están organizando en redes de resistencia para manifestarse e iniciar campañas contra la guerra y el régimen de Putin, la Conferencia europea de lesbianas se han trasladado a la frontera de Ucrania habilitando un número de teléfono de emergencia para ofrecer transporte y una red de alojamiento para lesbianas en toda Europa, además de apoyo legal y psicológico para quienes lo necesiten. Son solo algunos ejemplos.

El desafío inmediato es defender la vida cuando la atacan, defender la vida cuando la guerra ya no está ahí fuera, cuando está en marcha una escalada de violencia incompatible con los valores y principios del movimiento feminista, con los derechos humanos y con la democracia. Es momento, y rescato a Judith Butler en Marcos de guerra, de tener un interés indiscutible por la posibilidad de un “vivir común” diferente. Un vivir común que, sostiene Butler, se abra a un proyecto, no imposible, de un mundo donde la inter-dependencia no signifique violencia. En eso debe consiste el feminismo en tiempos de guerra, en repensar y reconstruir la hermandad y la humanidad que las guerras quieren destruir. Al menos eso es lo que hicieron nuestras abuelas y madres.