Muchas feministas hemos tenido que lidiar durante años con compañeros de partido a los que había que convencer de que el feminismo no era un bello florero para sus partidos, sino una apuesta estratégica clave. Llevamos tiempo defendiendo que el feminismo es un proyecto político para el 99%. Es decir, que no es un lobby para defender los intereses de una parte –las mujeres– frente a los intereses de la otra mitad –los hombres– sino una apuesta enormemente transformadora que puede construir una sociedad mejor para todos. Hemos defendido, ante los nostálgicos del obrerismo, que el feminismo no es un proyecto político que haya abandonado las desigualdades de clase y que la politización de los cuidados es una manera especialmente eficaz hoy en día para revelar los estragos del neoliberalismo. Algunas feministas llevamos incluso unos años diciendo que el muro de contención frente a las ultraderechas y sus recetas reaccionarias es el feminismo. Esto quiere decir que el feminismo debe –porque puede– hacerse cargo del conjunto de derechos y libertades que están en juego en esta encrucijada, que está en condiciones de mirar la foto global de todo lo que está en peligro. Y la posibilidad de que el feminismo demuestre hoy que tiene un proyecto político coherente y alternativo a esos peligrosos populismos se juega en su manera de abordar algunas cuestiones políticas especialmente significativas.
En primer lugar, la ultraderecha siempre ha defendido el recorte de nuestros derechos políticos y nuestras libertades públicas y por eso es clave que las feministas seamos ejemplo de pluralidad y disensos tranquilos, que demostremos, frente a sus vociferantes gritos, que podemos debatir y discrepar con respeto. Tenemos la tarea de poner un cortafuegos a sus intentos de censura y a su “judicialización de la política”. Pedir a los medios la retirada de artículos o tratar de prohibirlos a través de denuncias por delitos de odio está cada día más a la orden del día, pero son recetas envenenadas. Porque estrechar el campo de lo publicable y lo debatible siempre acaba volviéndose contra los más vulnerables.
Hay otro frente que nos pone ante una encrucijada. El conservadurismo de Vox amaga con recortar nuestros derechos sexuales y, mientras, señala a la población migrante como amenaza para la seguridad de las mujeres. Hoy más que nunca hace falta que tengan voz esos feminismos que siempre defendieron que hay que hablar de la sexualidad de las mujeres más en clave de placer y menos en clave de peligro. El puritanismo siempre fue una amenaza para las mujeres. Nuestro reto es combatir la violencia sexual sin entrar en la lógica del pánico social por la inseguridad, sin dar ni un centímetro de aire a los discursos racistas y sin estrechar ni un centímetro nuestras propias libertades.
La cuestión de los hombres es otro de los frentes sensibles. El marco funcional de Vox es el de una supuesta guerra de sexos en la que las feministas han decretado la desaparición de los varones. Por eso, más que nunca hace falta un feminismo dispuesto a ampliar los márgenes del sujeto del feminismo más allá de las mujeres. Es preocupante la obcecación con la que algunas feministas están restringiendo el derecho de acceso. Necesitamos, frente a la ultraderecha reaccionaria, un feminismo en estrecha alianza con el movimiento LGTBI. El debate trasnochado sobre la presencia de las mujeres trans en el feminismo debe ser ya superado por algo más ambicioso: la presencia de los hombres, sean trans, gays o heterosexuales. Si algo puede combatir las quejas victimistas de Vox ante el feminismo es la demostración de que esta lucha no es una cuestión identitaria ni una defensa de intereses parciales, sino un proyecto para todos en el que cabemos todos.
Y, por último, la cuestión del punitivismo. Estos últimos días, asistimos a las reacciones que el último juicio por violación múltiple a los exjugadores de la Arandina está generando en una sociedad cada vez más polarizada por casos como este. Para las feministas, que salimos a denunciar la injusticia de la primera sentencia de 'la Manada', es un avance que vayamos dejando atrás la exigencia a las víctimas de que demuestren su falta de consentimiento ante jueces conservadores que tienden a ver “jolgorios”, que no aprecian la intimidación o que nos preguntan si cerramos bien las piernas. Es necesario reformar el Código Penal para que la definición de consentimiento esté más clara porque, si bien los jueces siempre tienen que interpretar las leyes, las leyes están bien hechas cuando su interpretación es lo más clara y unívoca posible. Si reducimos la ambigüedad, habrá menos margen para la interpretación discrecional de los jueces (la gran mayoría de ellos muy conservadores) y más seguridad jurídica para todos. Ahora bien, esta sentencia ha sido muy alta y ha condenado a 38 años a unos acusados que, según otras interpretaciones posibles, podrían haber ido a la cárcel menos de la mitad de ese tiempo. Es urgente regular con claridad y proporcionalidad las penas de las agresiones sexuales múltiples.
Cometeríamos un error si defendiéramos el carácter ejemplarizante de condenas así de altas. El miedo a la cárcel no transforma las conductas y el castigo no es lo que va a acabar con el machismo. Frente al populismo punitivo de Vox y su defensa de la cadena perpetua es crucial que ahora más que nunca demostremos que el feminismo es otra cosa completamente distinta. No queremos venganza sino justicia y estamos en condiciones de ser un ejemplo de ello si, al mismo tiempo que pedimos una reforma del Código Penal, defendemos la proporcionalidad y la reinserción. ¿Qué otro actor social puede ahora darle una lección a Vox de que se puede querer justicia sin caer en la revancha y el castigo?
En efecto el feminismo puede ser un proyecto de mayorías capaz de construir una sociedad mejor para todos. Pero feminismos hay muchos y distanciarnos de algunos de ellos parece más urgente que nunca para combatir a la ultraderecha. Si queremos ganar a Vox tenemos que ser de verdad su alternativa. Frente a sus recetas reaccionarias necesitamos un feminismo abanderado de la libertad de expresión y el debate público, comprometido con ampliar la libertad sexual frente al puritanismo, capaz de interpelar a los hombres, más aliado que nunca con los movimientos LGTBI y decidido a defender la prevención, la reinserción, la proporcionalidad y la justicia frente al punitivismo.