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Flor de retama

Imagen de archivo de niños de la comunidad andina de Callatiac (Cuzco) , en Lima (Perú). EFE/Paolo Aguilar

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En las largas semanas que pasamos sin presidente proclamado pasaron cosas que ya auguraban una nueva era por florecer en el Perú. Cada día los memes iban degenerando, esto es, superándose, del “no más Vargas Llosa en un país de José María Arguedas” a “no más McDonalds en un país de pachamanca”. 

Es más, mientras los medios seguían sumándose a la maniobra del fujimorismo y las elites peruanas por falsear y dilatar un escenario de fraude y así apoderarse de la elección, en un programa de máxima audiencia, uno de esos concursos de talentos musicales, una mujer salió a cantar “Flor de retama”. No a cantar una de Madonna o de Alejandro Sanz como cualquier día, salió entonando una canción andina cuya letra rememora la matanza de 20 estudiantes en Huanta, Ayacucho, en 1969, producto de la represión policial. Los universitarios habían salido a la calle a defender la enseñanza estatal y gratuita ante los intentos del gobierno militar de imponer cobros; aunque con mártires, gracias a la resistencia estudiantil se logró derogar el decreto. 

La historia de la educación en el Perú no es una fotografiable e inspiradora historia de resiliencia, es una historia de discriminación, de dolor, de tragedia, de protesta y de duelo. Durante toda la campaña electoral, la Flor de Retama fue “terruqueada” por los opositores a Pedro Castillo y tratada como himno de Sendero Luminoso. Pero esa noche estaba en prime time. Y más de medio país la cantaba con la piel erizada, ya no a media sino a plena voz. Porque la flor de retama florece con todo su brillante color amarillo en las tierras más altas, las más secas, las más inhóspitas.

No es casual que una canción sobre las luchas por la educación pública en el Perú se haya vuelto el tema que se corea en todos los mítines de Castillo, convertida en emblema de la gesta electoral del recién proclamado presidente y sus votantes rurales, a los que los garantes de la intentona golpista quisieron arrebatarles el voto en una demostración de racismo y clasismo pocas veces vistos. Lo que dijeron es que no sabían escribir, ni leer, que era culpa de su mala educación. 

Documental El profesor, dirigido por Álvaro Lasso.

Castillo es “el profesor”, un maestro de pueblo y líder sindical que encabezó la huelga nacional educativa del 2017, la más potente que se recuerde, y quien ha ofrecido hacer esa esperada gran inversión en educación, la revolución que necesita un país de profundas desigualdades, en el que la educación se ha vuelto el lucro de pocos. Los maestros peruanos han ganado durante décadas sueldos paupérrimos y cuando se han quejado los han acallado y terruqueado. Las escuelas rurales se caen a pedazos. Los niños mueren de frío. No tienen internet. Llevan un año y medio sin clases por la pandemia. Mientras en Lima un colegio privado puede llegar a cobrar 15 mil dólares de cuota de ingreso

Si hay gente con la que el Estado peruano tiene una deuda histórica es con sus maestras y maestros. Tiene todo el sentido del mundo que ahora nos vaya a gobernar un profe sindicalista.

Entre las tantas cosas que las élites nacionales no le perdonan a Castillo es que en pocos días será investido como el “presidente del bicentenario”. No se lo imaginaban. Pensaban que iba a ser otro señor blanco del club, que renovaría los lazos coloniales en lugar de romperlos de una vez por todas. Para apoyar la idea de fraude, Ayuso dijo que en Perú “habían votado muertos”. Los creían muertos, claro, pero están muy vivos. Este año se cumplen 200 años de la independencia del Perú y la celebración del “Bicentenario” viene programándose desde hace mucho. Lo que no esperaban es que lo haríamos con un presidente que no es de su órbita. Nunca en toda la corta historia de nuestra república este país tuvo un presidente elegido democráticamente siquiera sospechoso de ser de izquierdas o de implantar políticas de izquierdas –salvo alguna que otra medida puntual introducida en algún gobierno; el Perú no ha sido jamás gobernado por la izquierda y mucho menos lo ha sido por un hombre de origen campesino, andino, rondero, profe, pobre y rojo como Castillo. Lo de justicia poética se queda corto. 

Es un momento clave para la izquierda en América Latina, crece la expectativa por vivir cambios constituyentes, reformar las bases de los Estados, cambiar el modelo económico hambreador e introducir procesos de participación política más justos e igualitarios, diversos, feministas y anticoloniales, también pensando en la continuidad del planeta, que incluyan paritariamente a mujeres, indígenas, comunidades racializadas y LGTBQI. Por eso ahora celebramos no al inesperado sino al esperado presidente del bicentenario, que por fin representa a la otra mitad del país. Pero lo hacemos, además, sin esconder la esperanza de que sea también bicentenaria, por las mujeres y disidencias que esperan florecer como la retama.

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