Que el FMI admita que se equivocó con Grecia es algo nunca visto. Eso sí: lo nunca visto no es que se equivocase, sino que lo haya admitido. Lo primero lleva décadas haciéndolo: equivocarse. Lo segundo, admitir sus errores, es la novedad, aunque no haya tardado ni medio día en encontrar un culpable del error.
En realidad, el FMI no ha hecho otra cosa que equivocarse en los últimos treinta años: fallar pronósticos, empobrecer pueblos y retrasar la recuperación de los países a los que decía ayudar. Se ha equivocado con tanta insistencia, con tanta terquedad y con tanta reincidencia; se ha equivocado contra el criterio de tantos economistas que advertían lo erróneo de sus políticas; se ha equivocado con tanta arrogancia e impunidad; que podemos excluir que sean incompetentes. Es algo peor.
En América Latina, de cuyas crisis de deuda deberíamos sacar lecciones, el FMI hizo lo mismo que con Grecia: exigir ajustes brutales, contrarreformas, privatizaciones, desregulaciones, bajadas de salarios. Y las consecuencias fueron las mismas que en Grecia: más pobreza, más paro, más desigualdad, más años para recuperarse. El FMI condenó a la región a una “década perdida”, que dejó daños estructurales que persisten. Esa expresión, “década perdida”, se empieza a oír ya aplicada al sur de Europa.
El FMI funciona a piñón fijo, solo tiene una política económica posible: asegurar el pago de la deuda a los acreedores, imponiendo de paso la ortodoxia neoliberal. Así ejerce su papel de matón del gran capital internacional, aunque se disfrace de socorrista. Una institución desacreditada, cuyos responsables nunca han tenido que rendir cuentas ante un tribunal por las calamidades causadas. Eso sí sus tres últimos directores gerentes (Rato, Strauss-Kahn y Lagarde) se las han visto con la justicia por otros motivos, lo que ahonda el descrédito.
Los europeos creíamos estar a salvo de los desmanes del FMI: su látigo solo golpeaba a los países pobres, al Sur. Creíamos que la Unión Europea era un espacio a salvo del matonismo financiero, hasta que descubrimos que la Comisión Europea no solo llamaba al FMI para que actuase contra países miembros, sino que la propia Comisión y el BCE se “efemeizaban”, y acaban siendo más papistas que el papa, más “efemeístas” que el propio FMI. Ayer la Comisión rechazaba cualquier autocrítica sobre Grecia, pese a lo dicho por el FMI.
Creíamos que en la Troika el FMI era el poli malo, pero parece que el reparto de papeles es otro: o los europeos hacen de poli malo y el FMI de inesperado poli bueno, o es que ya no nos conceden ni un poli bueno. Si nos asustaba que el FMI pusiese sus sucias manos en Europa, no hay de que preocuparse: su actuación será breve, pronto no lo necesitaremos porque Europa está creando su propio FMI, que no otra cosa es el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE).
El FMI y los “efemeístas” europeos seguirán equivocándose, y no pasará nada. Hace unos meses ya reconocieron que estimaron mal los multiplicadores fiscales para calcular las consecuencias de la austeridad, pero eso no significó un cambio de rumbo. Cuando impusieron el ajuste a Grecia muchos ya anticiparon lo que hoy reconoce el FMI. Los mismos que hoy denuncian las recetas de la Troika contra España, y que tendrán que esperar tres años para que les den la razón. Total, nadie es perfecto.