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La fortaleza griega

Si el entonces secretario del Tesoro de Estados Unidos, Timothy Geithner, aseguró que las condiciones del primer rescate a Grecia, en 2010, más que económicas le parecían punitivas, se entiende que tras la reunión del domingo 12 de julio todo el mundo haya interpretado que las imposiciones establecidas para empezar a negociar un tercer rescate son simplemente una humillación. Si la victoria en el referéndum había reforzado al primer ministro heleno, Alexis Tsipras, la celebración de la consulta y ese resultado abrumador había sacado de quicio a los socios europeos, especialmente al ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, que ni siquiera se esfuerza en disimular su irritación.

Así que las reuniones posteriores fueron a cara de perro y el débil deudor se vio obligado a elegir entre susto o muerte, entre lo malo y lo peor. Y eligió lo malo. Una reforma de las pensiones, del sistema fiscal, un fondo público que garantice las privatizaciones... y con un margen de 72 horas para aprobarlo en el parlamento griego. Se ve que los líderes europeos tienen una idea curiosa de la democracia, porque reformas de ese calado bien necesitarían un debate, algunas enmiendas, en fin, algunas de las cosas que se entienden como tramitación habitual de las leyes en los parlamentos democráticos. Parece que en este caso querían dejar claro que se trataba simplemente de cumplir órdenes: El consejo europeo había dictado las reformas y los diputados griegos tenían que aprobarlas en tres días o el grifo del dinero seguiría cerrado.

Ya se sabe que a los acreedores lo único que les preocupa es recuperar su dinero al precio que sea, es decir, que no les importa si es a costa de que la mayoría de los ciudadanos griegos —que no han generado la deuda— empobrezcan aún más, ni de que la economía de aquel país se siga hundiendo. Y eso que el discurso con el que envuelven esas exigencias habla de solidaridad y de políticas de crecimiento, aunque nadie piense que va a ser así y nadie vea en esas condiciones nada más que austeridad y en dosis más elevadas.

Hay quien piensa que los socios europeos buscaban escarmentar a Tsipras, su gobierno y su partido, y que les hubiera gustado que la crisis acabara con la dimisión del primer ministro y la convocatoria de unas nuevas elecciones. Pero aunque el durísimo acuerdo del domingo partió a la dirección de Syriza por la mitad, llevó a una cuarta parte de sus diputados a votar en contra de las reformas impuestas y devolvió las manifestaciones violentas al centro de Atenas, parece que la confianza de los griegos en Tsipras sigue siendo alta. Un sondeo de Palmos Analysis para el diario Efimerida ton Syntakton, publicado este sábado, asegura que de haber elecciones ahora Syriza obtendría el 42,5% de los votos, el doble que el conservador Nueva Democracia, que tendría el 21,5%, y muy por delante del resto de los partidos. Además, el 70% de los ciudadanos dice respaldar el acuerdo europeo aceptado por Tsipras, frente a un 20% que preferiría abandonar el euro y volver a dracma.

No se sabe cuánto tiempo le va a durar a Syriza el apoyo de los griegos, como no lo sabe ningún partido en ningún otro país. Ni siquiera la CDU de Angela Merkel, aparentemente tan sólida y unida en torno a la canciller. Pero lo que sí parece es que los ciudadanos apoyan a sus dirigentes cuando creen que pelean por sus intereses y se desentienden de ellos no tanto porque traicionen los programas por los que les votaron sino porque se rinden antes siquiera de dar la batalla o si la dan lo hacen con tanta discreción que nadie se entera.