El nunca bien llorado don Francisco Javier Girón y Ezpeleta debe de estar revolviéndose en su tumba al ver en qué le han convertido la Guardia Civil tras 177 años de excelsa historia: en una oenegé dedicada a rescatar menas en el mar y traerlos a España para que chupen de nuestros impuestos y abusen de nuestras mujeres.
Desde la gloriosa rebelión de Viriato, que alumbró la Nación española, nunca había estado tan invertida nuestra escala de valores como lo está en estos momentos, gracias a las campañas de adoctrinamiento que desarrollan los progres desde las escuelas sin que nadie les ponga freno. Los héroes ya no son quienes ofrendan sus vidas en defensa de las fronteras patrias, sino los que contribuyen a que esas fronteras sean burladas impunemente por quienes solo albergan el deseo de sojuzgarnos y destruirnos. La foto de un miembro del Grupo Especial de Actividades Subacuáticas de la Benemérita salvando de las aguas a un mena era lo que nos faltaba para certificar nuestra decadencia como sociedad.
Este proceso degenerativo no comenzó hoy. Fue el nefando Rodríguez Zapatero quien allanó el camino al desastre cuando dijo hace unos 15 años aquella solemne estupidez de que había que adaptar el Ejército para los nuevos escenarios de paz. Lo que sucedió a continuación ya es historia: de aquella soldadesca gallarda que luchó con pundonor en Cuba y Filipinas y liberó Perejil al alba con fuerte viento de Levante, todo lo que queda es una asociación de caridad que ya ni sabe cómo se carga un cetme. Ahora le ha llegado el turno a la Guardia Civil. Cuando el delincuente Luis Roldán eliminó el tricornio de la indumentaria cotidiana del cuerpo armado, hace más de tres décadas, algunos advertimos de que se trataba tan solo del primer paso dentro de un plan de mucho mayor alcance para desmontar en el futuro la Benemérita. Tristemente, el tiempo nos ha dado la razón. Aquel proceso que comenzó con un cambio aparentemente anecdótico de sombrero llega ahora a su desenlace con la foto de Juanfran, como lo llaman con camaradería los medios sanchistas, sosteniendo al mena en el mar.
Días atrás, la internacional buenista se conmovió hasta las lágrimas por un vídeo que mostraba a una voluntaria de la Cruz Roja abrazando maternalmente a un joven subsahariano que acababa de entrar de modo ilegal en nuestro país. Resulta que, mientras los incautos celebraban la imagen guay que según ellos se transmitía de España al mundo, la acuciosa investigadora Cristina Seguí descubrió, al examinar las imágenes, que el inmigrante ilegal se restregaba con lubricidad contra los senos turgentes de su benefactora. El eurodiputado Hermann Tertsch describió la escena en un brillante tuit que me trajo a la memoria los tiempos, lamentablemente idos, en que los políticos se expresaban con elegancia y profundidad intelectual: “La víctima y la salvadora o el abusador y la idiota. Toda una representación de Europa haciendo el gilipollas”.
Pues bien: yo me he tomado el trabajo de analizar minuciosamente la foto de Juanfran y el mena, con el soporte de las herramientas digitales más sofisticadas del mercado, y he llegado a algunas conclusiones no menos interesantes de las que arrojó el estudio científico de mi admirada Seguí. La primera es que el mena es mucho mayor de lo que parece. Sería irresponsable por mi parte aventurar su edad precisa, pero estoy en capacidad de afirmar que la perspectiva con que fue captada la imagen –un ‘picado’, como se denomina en el argot cinematográfico- acentúa la impresión de pequeñez del personaje, lo que seguramente buscaban los progres para manipular las fibras emocionales de la opinión pública. En la foto también se puede observar con claridad cómo el mena agarra con fiereza la mano del guardia civil, como si le dijera: “Me llevas a España o nos hundimos juntos”. Seguramente Seguí o Tertsch, que son personas doctas, sabrán interpretar con más tino que yo la escena, como lo hicieron con maestría en el caso de la voluntaria de la Cruz Roja. Por último, nótese cómo, en el preciso instante en que se toma la foto, el chico baja la vista, intentando evidentemente que la gente no se quede con su rostro.
¿Estoy sugiriendo que el tal Juanfran debió permitir que el mena se ahogase? ¡Jamás! En derechos humanos a mí nadie me va a dar lecciones, menos unos bolcheviques de salón. Lo que debió hacer fue amarrarlo al flotador que vemos en la foto y esperar el momento en que las corrientes marinas fueran propicias para orientar el salvavidas hacia la costa marroquí. La naturaleza, siempre sabia, se habría encargado de llevarlo sano y salvo de vuelta a su hogar, que es donde debe estar un menor de edad. Haberlo traído a España es un mensaje de debilidad que pagaremos muy caro en un futuro no muy lejano. Tiempo al tiempo. Miren a Londres, donde la alcaldía ya cayó en manos de los paquistaníes.
Gracias a la presión de Vox, Sánchez ya ha devuelto a algunos de los ilegales. Esperamos que en las próximas semanas los haya devuelto a todos, incluso a los que llevan tiempo viviendo entre nosotros, como lo evidencian las alarmantes cifras de delincuencia. Pero el problema no se resolverá definitivamente mientras tengamos un presidente débil, prisionero de sus socios extremistas, que tema frenar en seco al sátrapa Mohamed VI, como lo hizo Aznar sin vacilaciones en la cruenta Guerra de Perejil. España no puede seguir aceptando los chantajes de un reyezuelo africano que, cada vez que se siente molesto con nosotros, nos manda una remesa de menas. Demostrémosle que no le tememos a sus bravuconadas. ¿Que toda esta crisis obedeció a un acceso de ira del tirano porque un hospital español atendió de COVID al líder polisario Brahim Gali? Pues operémoslo también de la próstata, con un par de cojones. Y si el tal Mohamed nos vuelve a inundar de menas, que la Guardia Civil obre en consecuencia, pero, eso sí, con el espíritu bravío que le insufló en su origen el segundo Duque de Ahumada. Y evitando las fotos en picado que tanto gustan a los progres.