Al ver las noticias ofrecidas por las cadenas generalistas de televisión, mis hijos pequeños me preguntan quiénes son los buenos: los israelíes o los palestinos, los judíos o los árabes. No son capaces de entender ni las matanzas de los terroristas de las distintas facciones de matriz musulmana, ni los miles de toneladas de bombas sobre una ciudad fantasma lanzadas por las tropas del Estado de Israel. Van aprendiendo que, como en Ucrania y en el resto de las guerras genocidas, las víctimas no son la prioridad, sino la excusa para la barbarie con rostro humano. Escribo estas líneas para intentar pensar qué está pasando en Oriente Medio y, de paso, qué nos está pasando en el espejo de Occidente. Mi ingenuidad, no obstante, me permite entender que otros se ven obligados a actuar, hayan pensado o no.
Escucho y leo múltiples e interesantes explicaciones políticas, históricas, económicas, militares, religiosas, geoestratégicas, y otras tantas elucubraciones esotéricas o falsedades y mentiras malintencionadas. Los sesgos son a menudo tan burdos, que causan rechazo a la inteligencia más básica y a la sensibilidad más ruda. Me malicio que todas esas razones esgrimidas abrigan algún reflejo de la realidad, pero que no son la realidad. No puede resultar tan complicado explicar la eliminación sistemática o espontánea de grupos humanos por causa de raza, etnia, religión, política o nacionalidad, que es como el Diccionario de la Real Academia Española define genocidio.
Recuerdo la columna de Paco Umbral en la que apuntaba que una razón explica más que muchas. ¿Cuál es la razón del terror y del horror que se multiplica exponencialmente entre palestinos, alentados por quienes los utilizan sin el menor pudor ni consideración, y judíos del Estado de Israel, apoyados por quienes en el fondo no creen que la justicia y la razón humanitaria estén tampoco de su lado?
En este drama sin fin, las cosas no son lo que parecen, como ocurre con los otros dramas que envuelven a los seres humanos en la época de la historia que nos ha tocado vivir; por cierto, la mejor posible, porque es lo único real para nosotros. Qué hagamos del mazo de posibilidades que nos ofrece esa realidad es harina de otro costal.
Acaricio tres hipótesis que parten de la absoluta igualdad entre bebés, niños, hombres o mujeres de todos los bandos porque coinciden en la inmarcesible humanidad que les hace ser humanos y, por lo tanto, traspasados por una dignidad incomparable.
1. Si Dios existe, es el mismo para los árabes que para los judíos y, por ende, para todos los demás. Esgrimir su apoyo para la barbarie resulta espurio. La irónico del asunto es que la lógica y la vida a menudo viven divorciadas: se puede vivir en la contradicción, en especial, si uno se empeña.
2. No hay justicia sin igualdad ni respeto a la verdad. Hace tiempo que las tres dejaron de importar a los que alimentan el monstruo devorador bilateral, que no se saciará ni con ansiado exterminio del otro. Gane quien gane, pierden.
3. La vida se vive hacia delante, por lo que la decisión más importante es siempre la siguiente, no la anterior. Sin olvido y perdón, la memoria contumaz nos conduce a donde estamos, ni un milímetro más allá.
Abraham Maslow es un psiquiatra judío norteamericano reconocido en el ámbito de la psicología social y de las organizaciones por su teoría de las motivaciones humanas. Sin embargo, creo que nos puede aportar unas claves singulares para interpretar el callejón sin salida en el que llevamos cierto tiempo. Las teorías sobre la empresa, apunta Maslow, resultan insuficientes para explicar realmente lo que pasa porque suelen olvidar tres realidades: la existencia del mal, los comportamientos psicopatológicos y la absoluta inmoralidad de algunas personas.
Es la hora de las mujeres y los hombres de acción. Veremos si desmienten a Maslow. Mientras, la universidad en la que trabajo nos ha convocado a los miembros de la comunidad universitaria: “Después de los terribles ataques terroristas del pasado fin de semana y la subsiguiente escalada de violencia en Oriente Medio, seguimos consternados y sumidos en el dolor. Ahora más que nunca necesitamos defender la paz y la dignidad de la vida humana. Queremos recordar a las víctimas y expresar nuestra solidaridad y empatía por todos aquellos que sufren las trágicas consecuencias del terror y la violencia. Con este propósito, se convoca un encuentro para rezar por la situación en Oriente Medio y pedir por la paz desde distintas confesiones religiosas”.