El liberalismo o el utilitarismo, en sus diversas familias, ponen en el centro de sus reflexiones a un individuo dado a sí mismo en sus preferencias y en sus posibilidades, que se relaciona con los demás en función de sus intereses particulares, y que gestiona la mayoría de sus problemas mediante el mercado. El socialismo de tradición marxista pone el énfasis en que el ser humano se realiza en colectividad y que de ese trabajo colectivo surge la solidaridad. Si eso no sucede es porque el mundo se divide en propietarios y no propietarios de los medios de producción. Estas tres corrientes de pensamiento han constituido la base del debate político desde el siglo XIX. Cada una de ellas ha desarrollado su propia corriente de pensamiento feminista. Pero hay algo que la reflexión dentro del movimiento feminista aporta y que no está tan definida en estas otras corrientes de pensamiento. Es la cuestión de los cuidados, a uno mismo, y sobre todo a los demás. Una cuestión que sabemos que si no se politiza, acaba por ser responsabilidad de las mujeres, es decir, una explotación de los hombres hacia las mujeres.
El mercado, las cuotas de discriminación positiva, la incorporación del talento y el esfuerzo de las mujeres a la vida pública, acabar con la sociedad de clases… todo eso no evita necesariamente que el trabajo doméstico y otro tipo de tareas de cuidados recaiga principalmente en manos de las mujeres. Posiblemente las reflexiones dentro del seno del movimiento feminista sean las más interesantes sobre la fragilidad humana. Las personas no somos individuos autónomos que no tienen que dar explicaciones sobre sus gustos y preferencias, que deciden racionalmente lo que les interesa, como plantean liberales y utilitaristas. Y la fractura entre clases sociales, si bien explica muchos conflictos sociales, no es el único eje de tal conflictividad, y su resolución deja otros conflictos sin resolver.
El feminismo tiene el mérito de colocar en el centro de la agenda política la fragilidad humana. Los cuidados no son algo que pueda resolverse plenamente desde la frialdad e impersonalidad del mercado, o que se diluyan en la solidaridad de clases. Es necesaria la cercanía, la ternura, la valoración de la otra persona por estar en nuestra vida. Esta tarea ha recaído sin reconocimiento en las mujeres, dando por supuesto que la abnegación y el sacrificio estaban en la naturaleza femenina. Por un lado, son una construcción social. Pero por otro, para que seamos realmente humanos todas las personas debemos implicarnos en el trabajo de cuidados, es algo que no se puede delegar sin renunciar a parte de nuestra humanidad.
Es el reconocimiento de que nuestra vida es frágil, sujeta a avatares, y que necesitamos querer y ser queridos, que ese amor y ese cariño no debe ser la base de la explotación de las mujeres, pero al mismo tiempo que ese esfuerzo que implica el cuidado es parte de nuestra obligación como seres humanos libres y responsables. Necesitamos del reconocimiento de nuestra fragilidad para que seamos responsables de quienes nos rodean, más allá del mercado y sin la explotación de las mujeres.
Dedicado a Pepe López Rey.