La portada de mañana
Acceder
Puigdemont estira la cuerda pero no rompe con Sánchez
El impacto del cambio de régimen en Siria respaldado por EEUU, Israel y Turquía
OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Francia, el nuevo enfermo de Europa

Gane quien gane este domingo, Francia no va a la levantar cabeza y es muy probable que se hunda aún en la crisis política que vive desde hace unos años y que los resultados de la primera vuelta de las presidenciales han agravado extraordinariamente. Ni Emmanuel Macron ni Marine Le Pen son líderes capaces de aglutinar una fuerza capaz de propiciar la respuesta nacional que el país necesita para salir del marasmo político, económico y social en que se encuentra. Por el contrario, generan animadversión insuperable en el campo rival y ningún entusiasmo, si es que no producen rechazo, entre quienes no saben o no quieren decidirse entre uno y otro. Así las cosas, la debilidad política del nuevo presidente está prácticamente garantizada. Y también que el futuro inmediato va a estar marcado por la inestabilidad y el enfrentamiento.

Los sondeos no se equivocaron mucho en la primera vuelta y, por tanto, no se puede despreciar a los que ahora dicen que Macron ganará la segunda. Que son casi todos, aunque una minoría de ellos no descarta que pueda ocurrir lo contrario. La mayor incógnita que pesa sobre los pronósticos es la abstención, que nadie se atreve a decir hasta donde va a llegar, pero que si alcanza proporciones históricas puede hasta dar el triunfo a Le Pen.

Pero incluso sin llegar a esos extremos varias encuestas dicen que la candidata ultraderechista podría obtener el 40 % de los votos e incluso más. Está claro que la mayoría de esa gente, de orientaciones políticas diversas, y quienes han hecho de todo por atraérselos no se van a volver tranquilamente a sus casas tras conocer los resultados. La tensión política está garantizada en el futuro y es imprevisible a qué puede conducir.

El sistema político francés que se fue ahormando tras el fin de la II Guerra Mundial, sin olvidar que antes de éste una parte no despreciable del país y de sus cuadros colaboraron con el nazismo, y que se consolidó en los años que siguieron al Mayo del 68 está quebrado. Hace diez días los dos principales pivotes del mismo -el partido de centro-derecha y el socialista- han sido apartados sin contemplaciones de la primera línea de la política y el segundo se ha acercado incluso al abismo de la desaparición.

Lo viejo está acabado. Tratará de recuperarse algo en las legislativas de junio y seguramente lo conseguirá en parte porque en ese terreno la experiencia es un grado. Pero a menos que ocurra un milagro, a lo máximo que puede aspirar el centro-derecha es a tener un grupo parlamentario de un cierto peso que no tendrá más remedio que someterse a la política de Macron. Las ambiciones razonables del Partido Socialista no llegan seguramente ni a eso y sus divisiones internas, que siempre han sido fuertes, pueden llevarle en un futuro no muy lejano incluso a la desaparición: no hay que olvidar que quien era hace un par de meses su secretario general, Manuel Valls, milita ahora con Macron, al igual que otros muchos de sus antiguos compañeros.

Aunque recuperen a cuadros de la derecha y del PSF para sus fines, Macron y los suyos, un entramado de gentes con profesionales sobresalientes que se ha montado en unos meses, no puede aspirar a cubrir el hueco que ese cataclismo ha dejado. Cuando menos en un periodo breve de tiempo. Y más cuando sus intenciones, su programa, es poco más que un repertorio de eslóganes electorales que se matizan o se modifican cada día. Pero del que no se cae la voluntad de ahondar la reforma laboral que Macron inició cuando era ministro de Hollande y la de recortar los impuestos sobre el capital y las grandes fortunas. Más allá de esas señas de identidad no precisamente de izquierdas, el proyecto político del futuro gobierno, el que nombrará Macron si gana, que por algo Francia es una república presidencialista, es una incógnita.

En el otro lado de la escena, tampoco está ni mucho claro qué ocurriría si se produjera la hoy improbable victoria de Marine Le Pen. En las últimos ha ido endulzando los puntos más críticos de su programa, como la salida inmediata del euro, la convocatoria de un referendo sobre la pertenencia de Francia a la UE o las medidas más brutales contra la emigración. Y no ha dejado de subrayar sus propuestas sociales, algunas de las cuales podrían muy bien figurar en una tabla reivindicativa de izquierdas.

Pero esos movimientos huelen demasiado a guiños electoralistas como para no sospechar que Le Pen los podría olvidar fácilmente si conquistara la presidencia. Los unos y los otros: su apertura a la izquierda y la capa de moderación con que trata de cubrirse para que algunos se olviden que es la líder de una ultraderecha de pura cepa, terrible en algunos extremos.

Que un personaje de esas características obtuviera el 40 %, o más, de los votos en el que es uno de los más avanzados países del mundo y referencia de tantas cosas y en tantos planos para todo el planeta, sería una noticia casi tan contundente como la victoria de Donald Trump o el Brexit. Y dejaría temblando al nuevo presidente, a Francia y a toda Europa. Y no digamos si ganara.

A pesar de que debe saberlo, Jean Luc Melenchon, el líder de la izquierda radical que en la primera vuelta logró un gran éxito -el 19,02 %, con 7.060.885 votos frente a los 7.679.495 de Marine Le Pen- no ha querido pedir a los suyos que voten a Macron este domingo. Los medios del establishment, franceses, pero también españoles, le están llamando de todo por eso.

Pero se equivocan. No vale el argumentario de siempre, el de que todo vale para parar al fascismo. O cuando menos no vale plenamente. Porque desde hace ya demasiado tiempo, los de siempre, de derechas o de izquierdas, republicanos o socialistas, no han dejado de hacer daño al tipo de gente que Melenchon trata de representar. Darles el voto para que sigan haciéndolo es una opción demasiado difícil de tragar. Sobre todo dos semanas después de que la izquierda radical haya logrado un record histórico de apoyos.

Y cuando los analistas dicen que una parte no despreciable de los electores de Marine le Pen podrían haberse perfectamente decantado por de Melenchon. El líder de la “Francia insumisa” debe prever que le acusarán de ser el responsable de que Le Pen obtenga un buen resultado. Pero también debe creer que ese argumento no va a hacer mucha mella en su gente, en la izquierda radical a la crisis socialista le abre no poco futuro.

Ese es un dato más de la convulsión política que vive Francia, de la desaparición de muchas de las referencias políticas tradicionales. Y lo más probable que ese cambio no haya hecho más que empezar y que la previsible presidencia de Emmanuel Macron sea un rosario de conmociones de todo tipo. Y de enfrentamientos muy fuertes.