“Franco no fusiló a nadie”. Esta frase, que es quintaesencia de la posverdad de la historia reciente española y resume el delirio político del presente, la soltó el otro día un tal Jaime Alonso. Podría decirse que el tal Alonso estaba haciendo un bolo de verano, pues es vicepresidente de la Fundación Francisco Franco, y esta entidad se ha hecho con la gestión de las visitas al Pazo de Meirás, donde el militar golpista y dictador veraneaba con su siniestra esposa y la prole que Dios le dio.
La Fundación Francisco Franco nació cuando el dictador llevaba, al menos de manera oficial, un año fiambre. Esbirros de su tiranía y esquiroles de la memoria de la historia, sus herederos políticos la crearon, al menos de manera oficial, “para la difusión de su memoria y de su obra”. La realidad paraoficial es que la tal Fundación lleva recibiendo subvenciones públicas desde entonces. La comparación es fácil e inevitable: como si la Alemania unificada sufragara la existencia de una Fundación Adolf Hitler. Imposible, por muy Merkel que nos pongamos. Va a ser que el franquista Manuel Fraga, tenía razón: ‘Spain is different’.
Ese fue el eslogan que el ministro de Información y Turismo (curiosa combinación de carteras) lanzó en los años 60 para atraer turistas a España. Lo hizo regalando las costas a las grandes familias que financiaban el franquismo, reconvertidas en empresas y constructoras que en aquellos polvos silvestres pusieron los primeros ladrillos que convirtieron la patria en el salvaje lodazal turístico de la actualidad. Los mismos que se habían hecho ricos expropiando las tierras de los vencidos amasaron grandes fortunas levantando apartamentos en la arena de todos.
Mientras Fraga y sus constructores destruían playas, calas, pueblos, montes y acantilados, el dictador Francisco Franco se retiraba con su prole a un palacio de Sada: el Pazo de Meirás. Su apariencia de castillo medieval colmaba las fantasías cruzadas del tirano y su imponente dimensión era directamente proporcional a la altura de su miseria. Allí el generalucho sacaba pecho en almenas y balaustradas, se soñaba uno y grande frente a ménsulas y capiteles, coleccionaba los escudos, blasones y cruceros que saqueaba por doquier. Mientras sus nietos de plató basura correteaban por aquellos suntuosos jardines, inútilmente vigilados por un batallón de esclavas, el genocida se cagaba en sus muertos ante el retablo barroco de la capilla donde un siglo antes se había casado Emilia Pardo Bazán.
Los franquistas le robaron el pazo a las herederas de la escritora, expropiaron terrenos colindantes y obligaron a ayuntamientos, vecinos y trabajadores a aportar dinero para acondicionar el palacio de verano para Franco, cuyos herederos siguen veraneando allí. Nadie les obligó a devolver el botín porque nadie en este país diferente ha juzgado al régimen franquista y a sus diversos esbirros. La prole llegó incluso a conocer la indignación cuando fue obligada a abrir al publico, cuatro días al mes, las puertas del fortín de la memoria común: que el Exin Castillos del abuelito fuera considerado Bien de Interés Cultural alteraba sus vacaciones estivales. A quién le gusta que los extraños (peor: los rojos, los comunistas, los masones, los historiadores, los estudiosos, los memoriosos) vean su intimidad, ya sea en forma de cepillo de dientes o de osario apilado en la bodega.
Así que han decidido que las visitas las gestione la Fundación Francisco Franco, que para evitar esas incómodas molestias recurre a argucias tan inteligentes como que el teléfono no esté operativo. Y ante las continuas denuncias de secuestro del Pazo y de la memoria, ha aparecido en la escena del verano de todos ese personaje de nombre muy español y mucho español, Jaime Alonso, lanzando la frase bomba de las vacaciones: “Franco no fusiló a nadie”. Que este tipo pueda bombardearnos la siesta de agosto no es sino un efecto secundario más del alzheimer histórico sistemáticamente inoculado en esta España diferente que ahora libra una batalla cuerpo a cuerpo con las huestes del balconing.
Jaime Alonso nos ofende. Porque quiere y porque puede: las fuerzas del orden democrático no pueden sofocar su violencia verbal porque la ley española permite la apología de la dictadura franquista, las instituciones la subvencionan y la sociedad la admite. Es todo tan diferente en España que incluso si nos indignamos nos ponemos al nivel de los nietísimos. Solo nos queda la chanza estival: un amigo me contó que cuando está en pleno éxtasis sexual retrasa la eyaculación pensando en Franco. Qué risa.