De cuando en cuando aparece en las noticias algún apellido que me sobresalta y me lleva momentáneamente a un pasado tétrico. De repente oigo el apellido del coronel que, al mando de la guarnición de artillería, ocupó mi ciudad el 20 de Julio de 1936 o el de quien había sido alcalde por la CEDA, luego conspirador golpista, luego nuevamente alcalde, luego juez del Tribunal Supremo…Y es que, literalmente, nos gobiernan la mismas estirpes. (“Estirpe” esa palabra tan querida por nuestros gobernantes) No se trata de la estirpe genética pero sí familiar e ideológica, se transmitieron los frutos de la victoria.
Es natural, hubo familias desaparecidas por asesinato o por el exilio pero las personas de aquellos apellidos ni murieron ni se exiliaron, por el contrario reinaron. En aquel momento efectivamente hubo dos Españas, una en hueco, la de aquellas personas que desaparecieron de un modo o de otro de la faz de esta tierra, esos fueron los apellidos que desaparecieron y que no aparecen en las noticias. Muchos de esos apellidos siguen enterrados en cunetas. Y hubo otra España en relieve, la de los golpistas, los asesinos y, también, los supervivientes bajo su mando, quienes se esforzaron en sobrevivir. ¿Además de sobrevivir se podía conservar la dignidad? Depende, a veces.
Franco fue, tras el ensayo de Primo de Rivera, finalmente el “cirujano de hierro” que llevaban invocando tanto los regeneracionistas como las clases más reaccionarias y ese cirujano extirpó sin anestesia piernas, brazos, ojos, pulmones y entrañas. Su colega Millán Astray fue la metáfora gesticulante de aquella España que no fue ni roja ni rota, solo un despojo torturado.
Nadie escoge a sus padres, no está en nuestras manos y por tanto no es nuestra responsabilidad. No hay culpa en ser hijo o hija de nadie pero, más allá de los afectos, un cierto sentido del deber nos conduce a comprender los actos de nuestros padres y, frecuentemente, a justificarlos aunque sean injustificables. Tratar con el pasado es complicado pero si hay voluntad de verdad y de corregir los errores siempre se encuentra el modo. Sin embargo, tanto la reparación de los daños como la corrección de errores del pasado no es posible en España porque en la práctica nos está prohibido conocer. No probaremos la fruta del conocimiento porque los amos de este paraíso nos condenan a la inocencia, una inocencia perversa como la de Peter Pan.
Al no haber habido ruptura democrática, se nos dio un cambio de régimen, pero el franquismo perduró y se transmite. Está en las estructuras profundas del Estado y en la cultura política que forma a muchos de sus funcionarios y está empapando toda la vida pública. Ya no hablo de que estemos gobernados por un partido dirigido por personas de corrupción probada y que creó una red de corrupción de ámbito estatal. De lo que hablo es de que en un país con cultura democrática, eso que llamamos con bastante optimismo “un país normal”, sería imposible que un partido que gobierna escogiese a sus candidatos electorales por designación del jefe político. Lo que acaba de ocurrir en el PP madrileño. Solo se puede explicar porque, efectivamente, el pasado de ese partido es el franquismo y sigue estando en su presente. Solo eso explica que tampoco eso cause escándalo social.
Es la presencia del franquismo entre nosotros lo que permite que cuando decimos esto siempre aparezca alguien para negar esa evidencia, es la presencia del franquismo lo que permite a “la oposición responsable” actuar simulando ignorarlo para poder seguir con enjuagues y trapicheos.
Y está en todos nosotros, en nuestras familias, en nuestros vecinos, en una grada de un campo de fútbol que anima a un maltrador a seguir abusando de su mujer a la que llaman “puta”. En la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre acaba de lanzar una moneda conmemorativa, “Setenta años de paz”. Cuando Franco conmemoró los veinticinco años de su victoria Fraga le organizó unos portentosos fastos…, el Estado sigue contando los “años de paz”. A aquellos le llamaron “años de paz”, se lo siguen llamando.
Es la presencia del franquismo lo que impidió que la Ley de Memoria Histórica, con sus limitaciones, pudiera cumplir su función reparadora. De ese franquismo actuante es de donde vinieron, primero, las críticas y los ataques a un gobierno que “quería reabrir las viejas heridas fratricidas! y luego la asfixia de la ley.
Y es la misma presencia del franquismo lo que perdura también en mí cuando lo reconozco en tantas cosas, tener que seguir levantando esa acta a estas alturas es la prueba de esa presencia actuante. Sé que me moriré y esa presencia fantasmal seguirá viva y, siento decirlo, también les ocurrirá lo mismo a muchos de ustedes. Así es la vida por aquí.