Se produce un cambio político drástico en el mapa territorial de España pero apenas unas horas después todos hablan de otra cosa: de un concejal de Madrid y sus tuits escritos hace 4 años como ejemplos en un contexto de crítica a la censura del humor. Con ser improcedente –y mucho- su contenido, no es ni mínimamente proporcional que las andanzas del concejal Zapata hayan eclipsado a Manuela Carmena, Ada Colau, todos los nuevos regidores y la constitución de los Ayuntamientos en sí. Es demasiada casualidad la precisión con la que surgió el hallazgo, tras rastrear 50.000 tuits. Jalones públicos de una trayectoria, por otro lado, que marca claramente el rechazo a la violencia de Zapata. 4 años a la edad de este guionista y novelista, además, son un largo tiempo. Todo ello era lo de menos lanzada la operación.
Tampoco parece equitativo que esas muestras de un humor desafortunado –inscrito en el tópico español- adquieran superior dimensión a los SMS del presidente del gobierno español a su tesorero encarcelado por presunta corrupción. O los insultos –muy serios- a las víctimas del franquismo esparcidas por las cunetas de Rafael Hernando, que sería ascendido tras ellas a portacoz del PP, o de otro de sus baluartes y rostros: Pablo Casado.
Por no hablar de los diarios desatinos de una larga lista de apasionados practicantes de la verborrea ofensiva. El rosario de improperios van desde pedir el tiro en la nuca para Pablo Iglesias de un concejal del PP, al “catalanes de mierda”, premiado con un cargo de relumbre en el extranjero y todo del catálogo de la miseria humana. Han insultado a los enfermos, adultos y niños. Aún sigue en su escaño la diputada popular que mando “joderse” a los parados. Víctimas del intolerable acoso de lenguas viperinas como Pilar Manjón o el Dr. Montes se saldaron sin que los bienpensantes del sistema abrieran la boca para exigir dimisiones.
Más aún, una alcaldesa del PP de Madrid precisamente, Mariola Vargas, ha llegado al puesto en Collado Villalba diciendo que no era “un perro judío”. Y nada ha ocurrido. Ni siquiera le dio importancia la prensa internacional, como en el caso de Zapata.
Y ya no tiene parangón alguno, si nos ponemos a sopesar en la balanza –que debemos- las palabras de unos y los hechos de otros que llenan pesadas bolsas de latrocinio y hasta de víctimas mortales por políticas desalmadas. Ésas que se ejercen contra la ciudadanía y a favor de unos pocos e incluso de bolsillos propios.
Siempre han sido un misterio las motivaciones que llevaban a la chusma del circo romano a pedir la cabeza del gladiador. O las de los espectadores de degüellos, lapidaciones, desollamientos e incineraciones en vivo de aquellos que el poder consideraba culpables con motivo o no. Pero allí estaba el populacho en su miseria disfrutando el espectáculo. Consolándose, tal vez en algunos casos, con la prudencia de su servilismo que no le situaba en semejantes tesituras.
Hubo tiempos de avances en la razón. Períodos en los que -ejerciendo los mecanismos básicos del entendimiento- se intentaba juzgar con mesura los hechos. Los agravios o crímenes entre ellos. La composición y matices que llevan a considerar un delito mayor matar que insultar, o robar que escribir. Y no al revés como sucede ahora en la práctica.
Pero algo ha vuelto a ocurrir. Proponía precisamente Manuela Carmena en su toma de posesión como objetivo deseable en los colegios: aprender a aprender y aprender a vivir. Lo necesitamos niños y adultos. Esa pretensión humanista a la que la España eternamente medieval quiso cerrar la puerta pero que ha sido llama latente en la España de las luces a la que regresar. La razón, la cultura y la educación como mejor revolución, como única llave en realidad. Por eso lo temen tanto.
La vieja caspa española ha encontrado indispensable aliado en la comunicación masiva y su propensión a infantilizar a la sociedad para venderle mejor productos o ideas. Una gota malaya -usando un estudiado léxico con los verbos y sujetos pecisos- que termina por surtir algún efecto. La gran debilidad de la ciudadanía acribillada es haber aceptado lo accesorio como si fuera fundamental. No alcanza a ver cuánto le perjudica.
Hoy es el concejal Zapata, como lo fue una política por ser la novia del enemigo a abatir, los cobros del uno, los contratos del otro. Mañana será el resto, uno por uno. La causa apenas importa en realidad. A quien colocan en la diana, puede darse por muerto. Agarran la pieza con los dientes y no paran hasta extinguirla. Son cazadores. Ellos sí que no conocen la reinserción. La turba que deja su cerebro en el asiento salta a los estímulos, se indigna y camina hacia donde le mandan. Sin querer saber que periodismo es difundir todas las tropelías, vengan de donde vengan. Y en su justa proporción. Y sin hurtar cuestiones relacionadas. Y sin maniobras de distracción emboscadas en el mismo paquete.
Una vez imbuida la idea, sin más datos, antecedentes o comprobaciones, es como la bala que ha salido del cañón sin marcha atrás. Cogida con alfileres ya es verdad inapelable. No se busca más, queda fijada con pegamento indeleble. Se pelearán, insultarán, matarán por ella. Sin preguntarse ni por un segundo quién la difunde y qué gana con ello. Hay un abismo entre la legítima indignación y convertirse en tonto útil.
Estamos dejando un rastro impagable para los verdugos de la libertad que son por, pura paradoja, personas que llevan de continuo esa palabra en la boca. Sus errores no cuentan porque tienen muy bien educado al personal y disponen de colaboradores decisivos. Producen auténtica vergüenza las voces airadas por este caso que tienen la garganta distendida de tanto tragar otros de mucha mayor envergadura sin esgrimir una queja. O lecciones de moral desde el prototipo más sucio de corrupción y malas artes. Y es demasiada casualidad que los tuits de Guillermo Zapata emerjan del pasado para ocultar lo que comienza y perjudica intereses muy concretos del PP y aquellos a los que representa. Vamos, que de casualidad nada, de proporción menos, de complicidad toda.
La operación ha sido un éxito. Arrestar al concejal Zapata, mandarlo a galeras, destituirlo, no calmará sin embargo a la jauría lanzada a la caza: no quieren con las manos libres a ninguno. Se juegan mucho en ello y de momento no cesan de cobrarse piezas. Indemnes ellos a sus trampas. Pero ni es ése el problema. El cambio producido en España lleva a iniciar una etapa para primar lo esencial sobre lo accesorio. El valor social, aprender a pensar, aprender a vivir. Como que se va a permitir ese futuro cuando están en juego tantos beneficios y prebendas. Por mi parte, no comparto la lección de vida que representa ceder a trampas y coacciones. Nunca fue muy práctico.
Echamos al escritor que recoge chistes impropios y dejamos que campen a sus anchas ladrones y toda clase de forajidos. Caer, caerán las víctimas, pero el espectáculo es mucho más divertido.