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Galicia ha cambiado. El PP, no

Alfonso Rueda y Alberto Núñez Feijóo en el cierre de la campaña en A Coruña.
17 de febrero de 2024 22:13 h

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Es posible que Alberto Núnez Feijóo celebre esta noche su victoria electoral más agónica porque no se puede desdeñar el poder de la maquinaria del PP gallego, la sobrerrepresentación de Lugo y Ourense, la incógnita de Gonzalo Pérez Jácome y Democracia Ourensana y una ley electoral que favorece a la derecha. Pero también puede suceder que los populares pierdan la Xunta: estas son las primeras elecciones en una década en las que una candidata que ha devuelto la ilusión a la izquierda gallega tiene posibilidades reales de disputar al PP la presidencia de la comunidad. Todo va a depender de un puñado de papeletas y de la movilización de la izquierda. El adelanto electoral diseñado para aliviar el trauma del 23J está causando conmoción en las filas populares porque nadie esperaba que las encuestas se estrecharan tanto en la última semana de campaña electoral en una tierra en la que los gobiernos populares han ido como las leyes físicas, inmutables.

La semana horrible empezó durante la gala de los Goya, con el gol en propia puerta de Feijóo, siguió con la discutible estrategia de esconder al verdadero candidato, Alfonso Rueda, y culminó con el “sujétame el cubata” de Isabel Díaz Ayuso, que llegó a Vigo después de declarar en Madrid que los 7291 ancianos fallecidos abandonados en las residencias habrían muerto igual en un hospital. Sin complejos e impartiendo lecciones morales, muy en su estilo, la presidenta madrileña puso a prueba la capacidad de Alfonso Rueda para mantener el gesto. En los últimos mítines de la campaña solo faltaba el personaje de Paloma Cuesta, de Aquí no hay quien viva, pidiendo al realizador que grabara las caras. Los SMS informando a los mariscadores del pago de las ayudas y a los trabajadores de la sanidad pública de una subida salarial eran prueba de que el PP había entrado en pánico y lo intentaba solucionar a la vieja usanza.

Pero no han sido solo los errores propios los que han hecho descarrilar la campaña, sino una Galicia que no es la que era y en la que ya no basta la tradición, el voto rural y la dependencia clientelar para conservar la Xunta. Pase lo que pase hoy, Galicia cree en su futuro y en sus posibilidades, y eso da otra perspectiva y cierta osadía a la hora de decidir, aunque el partido que ha gobernado toda la vida te diga que no votar al PP es votar a Otegi. Ana Pontón, que ha conseguido revitalizar al BNG y hacer una campaña excelente, ni es independentista ni tiene las características para encarnar los terrores del electorado más constitucionalista. Pero con el botón del pánico ya apretado, el PP no ha conseguido recuperar el famoso sentidiño y ha fiado a la inercia y al miedo una victoria electoral que consideraban segura y que ya no lo es. Conscientes de que si Rueda consigue gobernar, el que habrá ganado es Feijóo, y que si falla Galicia, no hay territorio seguro. Y en el caso de que no falle, ya se ha asentado la idea de que el PP no es imbatible en la comunidad que siempre le ha sido fiel, y que Feijóo puede perder en casa.

Galicia es una nacionalidad histórica que da al PP lo que no puede obtener de Madrid: legitimidad para gobernar más allá del centralismo, en una España plural y diversa, sin renunciar a ser de derechas. Perder estas elecciones es mucho más que perder una elecciones. Supondría la pérdida de crédito de Feijóo y la evidencia de que Galicia ya no tiene miedo a labrar su propio futuro al margen del PP. Ana Pontón cerró la campaña en Santiago con la idea clave de estos comicios: “Este país ya cambió. El cambio es imparable”. Esa Galicia que fue la clave del éxito de Alberto Núnez Feijóo ha cambiado sin su tutela y es la que ahora puede acabar con el futuro político del líder de la oposición. La decisión está en manos de los gallegos que creen posible un futuro que no esté vinculado, necesariamente, al PP. 

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