Arden unos contenedores en una calle de Burgos, y todos saltamos del sillón. ¡Empezó el estallido social, el que algunos llevan tiempo temiendo, el que otros esperan para que todo cambie de pronto, el que la prensa extranjera parece echar de menos cada vez que se pregunta por qué España no arde!
En realidad lo que nos pasa es que estamos poco acostumbrados a ver escenas como las vistas en Gamonal. Aunque los de la porra insistan en alertar de la deriva violenta de toda protesta, hasta el ministro del Interior debería reconocer que en España han ardido muy pocos contenedores y se han tirado muy pocas piedras en más de cinco años de saqueo y corrupción.
Por eso cuando de pronto hay una hoguera, todos corremos a remover las cenizas humeantes, cada uno buscando lo suyo: unos, la chispa de la gran revuelta que no acaba de llegar. Otros, la confirmación de no hay problemas sociales sino solo problemas de orden público, y lo que hace falta es más represión.
Pero sin llegar a quemar nada (y los propios incidentes de Burgos han sido mucho menos de lo que gritan unos y otros), lo sucedido en Gamonal tiene puntos en común con otros estallidos recientes: todos son de pequeña escala, y aparentemente por razones no tan graves (no tanto como los grandes recortes y contrarreformas), y sin embargo provocan una inflamación ciudadana que no se consigue con otras causas que en principio deberían provocar grandes incendios.
En Gamonal son los vecinos que no quieren dejar su calle en manos de los corruptos de siempre, ni quedarse sin aparcamiento (y quienes vivimos en barrios apretados entendemos bien lo que eso significa). En otros barrios y pueblos son vecinos que se encierran en un ambulatorio para que no echen a dos médicos, o que bloquean un derribo, paralizan un desahucio, abuchean a un alcalde de visita, salvan una fiesta popular o se reapropian de instalaciones abandonadas o pisos vacíos.
De vez en cuando, como en Burgos, la gota colma el vaso y se desborda donde menos lo esperábamos. Lo que prueba que la temperatura callejera sigue siendo altísima, aunque en algunas zonas aparente enfriamiento, y hace que los gobernantes se cuiden mucho de tirar cerillas en charcos de gasolina que parecen pequeños. Lo del Gamonal demuestra otra vez que la gente no está para bromas, que estamos a la que salta, que no pasamos una… en nuestra calle.
Porque episodios como el de Gamonal y otros recientes pueden indicar que la resistencia ciudadana se ha replegado, que nos estamos atrincherando. En nuestras casas, en nuestros barrios, en nuestras comunidades que estamos dispuestos a defender con uñas y dientes. Tal vez no podamos oponer fuerza suficiente contra la privatización sanitaria, los recortes sociales o la ley del aborto, pero por nuestra calle no pasarán. De ahí el rearme que está conociendo el movimiento vecinal, y las asambleas de barrio que surgen por todas partes, algunas continuadoras del 15-M (¿recuerdan cuando dejaron la Puerta del Sol para irse a los barrios? Pues ahí siguen muchos).
Usando una metáfora bélica, somos como esos pueblos que, incapaces de plantar batalla en terreno abierto, esperan al enemigo en el territorio donde saben defenderse, ya sea la jungla o el suburbio. Resistencia de guerrilla, a partir de la conciencia de nuestras propias fuerzas. No tenemos mucho para combatir las armas de destrucción masiva que nos lanzan en forma de decretos, pero si quieren ocupar nuestra calle tendrán que conquistarla casa por casa.