Estos días no he parado de ver en las redes sociales todo tipo de cosas, cada cual más insufrible, sobre la dolorosa situación en Afganistán. En medio de todo lo que se lee, aparecen los comentarios insistentes sobre la urgencia de “salvar” a las mujeres afganas, ante el terrible panorama que les espera con la llegada de los talibanes. Hablando también sobre su ropa, sobre el hiyab y sobre lo tremendamente oprimidas que viven.
Esa idea del “salvacionismo”–que confío en que incluso a veces se plantea a partir de buenas intenciones- es dañina, racista y colonial. No parte desde una perspectiva de igualdad ni de un cuestionamiento de la efectividad de los derechos humanos. Detrás de la idea de salvar sólo hay una condición de heroísmo, de superioridad, que anula la agencia social y política de quien se pretende salvar. Vamos, que se habla de un ser superior (quien salva) y un ser inferior (que es salvado).
Decir esto no a todo el mundo le sienta bien, basta con mirar los comentarios al tuit que en días anteriores publicó la jurista experta en temas de protección internacional y presidenta de la asociación Mujeres de Guatemala cuestionando el racismo que hay en esta idea.
Es imposible desconocer que la situación es urgente y preocupante, pero las soluciones deben provenir de una escucha activa y de un acompañamiento al pueblo afgano en general y a las mujeres en particular. Son ellas quienes están viviendo esa realidad, la conocen y saben lo que necesitan, de qué manera se materializa nuestra ayuda y de qué manera debe obrar la comunidad internacional.
Parte del interés genuino por ser útiles es reconocer el racismo institucional y exigir posturas políticas distintas a las que han impedido que año tras año a las personas afganas en Europa se les haya concedido su derecho de asilo y como consecuencia hayan sido deportadas porque no hacerlo –como afirmaron los ministros del Interior de Austria, Dinamarca, Grecia, Alemania, Países Bajos y Bélgica en carta a la Comisión Europea- “envía una señal incorrecta y es probable que motive a más ciudadanos afganos a dejar sus hogares para ir hacia la UE”.
La negativa sistemática de España a garantizar la protección internacional a quienes huyen por el riesgo que corren en sus países y que aquí llegan a seguir siendo objeto de la violencia institucional y de la persecución policial por estar en condición irregular, es algo que nos tiene que interpelar. Reconocer que las instituciones públicas son generadoras de violencia y discriminación debe ir también acompañado de exigir cambios alejados de prácticas racistas que impidan el goce pleno de los derechos.
Pero es que además las preocupaciones por las mujeres y sus derechos no pueden ser selectivas. El racismo, el colonialismo y el clasismo que está detrás de ese deseo de “salvar” a quienes están lejos, es el mismo que impide la indignación y movilización colectiva por las que sufren acá –a veces tan cerca como cuidando o cocinando en casa- : las jornaleras explotadas laboral y sexualmente, las “Kellys” que tienen que limpiar 25 habitaciones de hotel en menos de 6 horas por salarios de miseria, las que mueren ahogadas en el Mediterráneo, las que están hacinadas con sus familias en campamentos inhumanos, las trabajadoras del hogar que trabajan en la absoluta precariedad y no tienen derecho a paro, las que trabajan internas sin derecho al descanso, o incluso a las mujeres víctimas de violencia de género a quienes sus connacionales son incapaces de reconocer como tal porque “eso en España no existe”, pero sí son capaces de rechazarla cuando ocurre en otros países, generalmente en esos que no son sus “iguales” o en los que no hay intereses económicos (véase por ejemplo Qatar o Arabia Saudí).
Estas mujeres están todos los días del año sufriendo los efectos de la discriminación y la exclusión, pero además la denuncian y la visibilizan y no hay una indignación colectiva por lo que padecen. Es imposible hacer un análisis basado en los derechos humanos dejando a muchas por fuera, es imposible reflexionar en clave feminista si no apelamos a un análisis interseccional que las recoja a todas, si no somos capaces de entender de una vez que en Afganistán o acá, la cuestión es de derechos, no de héroes blancos.