Suena ‘Smells like teen Spirit’ en una flamante minicadena Yamaha. El bebé de la carátula de 'Nevermind' me sonríe mientras pierdo el tiempo siguiendo con la huella dactilar los surcos de otros vinilos con motas de polvo asilvestradas. Cualquier disculpa es buena para no repasar los apuntes de selectividad. Es 1992. Se presentan más de 300.000 estudiantes a la prueba que da acceso a unas aulas masificadas donde los alumnos se sientan en los pasillos. En el telediario saltan Curro y Cobi sobre la noticia del día: el paro escala por encima del 20% (un año después llegará al 24%). No sé lo que es la EPA pero sé lo que significa la cifra: estudiar no me librará de la cola del desempleo.
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Es septiembre de 2008. Levanto la vista del portátil y en la pantalla de la televisión veo a unos trabajadores sacando cajas de cartón de la sede de un banco en Estados Unidos. Parece algo grave. Ha quebrado una entidad financiera al que el locutor cambia tres veces de nombre. Arqueo una ceja y vuelvo a mi búsqueda en Google: “hipotecas baratas”.
Han pasado casi 15 años desde que me senté en un pupitre universitario. Pertenezco a la generación de mujeres más preparadas de España. Tengo licenciatura, máster, idiomas y el paquete de Office empollao. La 'titulitis' no me dio un trabajo digno hasta cumplir los treinta. No tengo casa porque acabo de abandonar el mileurismo. El Euríbor está en el 5,34% y la cuota mensual para pagar una hipoteca de 160.000 euros se lleva casi por completo mi nómina. Pero ya tengo casi 33 años, algo tendré que hacer.
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Abro el periódico mientras tomo café en la barra del bar. Es julio de 2013. El ministro de Economía, Luis de Guindos, me asegura desde el papel que “la recesión ha quedado atrás”. No tengo casa, ni hijos aunque en mitad de la crisis logré encontrar pareja, cuando la falta de trabajo me dio más espacio para socializar. En los últimos cinco años me han cambiado de trabajo tres veces a cuestas con contratos temporales. Del paro al precariado y vuelta a empezar. Y aún doy gracias por las oportunidades que he tenido. Tengo 38 años. Me gustaría plantearme las cuestiones que mis padres a mi edad ya tenían más que resueltas pero no es el momento. La tasa de paro a mi edad es del 22,22%, del 23,4% si eres mujer. Se me derrama parte del café.
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Soplo las dos rotundas velas que forman el número 40 sobre una carrot cake. Es noviembre de 2015. Estoy muy contenta. A mi pareja y a mí nos han hecho un contrato indefinido y nos queremos mudar a un piso en condiciones. Solo nos planteamos alquiler. Algo hemos aprendido. Queremos dos habitaciones. Por si acaso. Es muy difícil. Pero por si acaso. Y si no, siempre servirá para las visitas.
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Esta no es una autobiografía. Es una biografía cualquiera de una generación que ha visto nacer y morir su juventud entre dos crisis. En 1977 nació la última generación del babyboom en España, la que internacionalmente corresponde a la conocida 'Generación X'. La generación con más mujeres (y hombres) de la historia. Según los últimos datos de población del INE, a 1 de julio de 2015, había 320.000 mujeres de 39 años nacidas en España. Entre los 38 y los 43 años casi dos millones. También con datos de 2015 conocimos que cada vez nacen menos niños, una tendencia instalada desde 2008, como uno de los resultados más directos del cambio en la sociedad que ha cincelado la crisis.
La generación que por número debería haber repetido el patrón del babyboom se bajó del tren en marcha, en sus treinta y tantos. La mezcla explosiva de edad adecuada pero momento equivocado ahora tiene cifras: un estudio del Centre d’Estudis Demogràfics (UAB) recogido por La Vanguardia concluye que la generación de mujeres nacidas en 1975 será “la más infecunda de todas las nacidas en España en los últimos 130 años”.
Infecunda. El palabro científico deja el peor regusto en el paladar de la realidad. Miles de mujeres para las que la maternidad sigue suponiendo un serio riesgo de perder el empleo (el estudio cita la desigualdad de género como una de las principales causas para no tener hijos). Hogares en los que resulta imposible asumir económicamente una reducción de jornada, una excedencia o una guardería. Y miles de parejas que perdieron el empleo o son uno de cada cuatro empleados temporales, esperando aún su momento de lanzarse a una piscina sin agua. Según el estudio, solo un 5% de esa generación no ha tenido hijos porque no ha querido.
De los hombres que quisieron tener hijos y no pudieron, sabemos poco. En las estadísticas no aparecen porque solo se miden las tasas de fecundidad con madres (un hombre puede tener hijos con tres mujeres distintas, o tener hijos y no saberlo, lo que complica su medición) y porque la frontera para procrear está difuminada. Los datos fiables de la generación perdida los arrojan las mujeres. El involuntario termómetro de una sociedad en crisis.
Según el artículo de La Vanguardia, “los investigadores (Albert Esteve, Daniel Devolder y Andreu Domingo) subrayan que no existe una actitud contraria a tener hijos, sino que el retraso –o ausencia– se debe a la dificultad de reunir las condiciones familiares y materiales que lo hagan posible”. “No hay un apoyo real a la conciliación de la vida laboral y familiar, ni una apuesta en la promoción de jóvenes y mujeres. La política general basada en la «desregularización y la inseguridad, junto al paro, el trabajo precario, la dificultad de acceder a la vivienda, las largas jornadas, los bajos salarios y la falta de políticas públicas no ayudan a la reproducción»”, concluyen los autores del estudio tal y como recoge el medio catalán.
Entre un 25% y un 30% de las mujeres nacidas en la segunda mitad de los 70 no serán madres. Una catástrofe demográfica acallada. Un fracaso como sociedad que no se contabiliza en las pérdidas de la crisis. No hay ley de segunda oportunidad para esta generación. Ni ayudas, ni subvenciones, ni moratorias. Ni un decreto ley para generar el principal patrimonio económico y social de una sociedad: los niños. En ocho años de crisis nadie ha movido un dedo por ayudar a la última gran generación que dejó de ser joven en una cola del desempleo.
Uno de cada tres compañeros de pupitre de aquella selectividad no ha podido tener hijos. Hubiera querido pero la generación más preparada de la historia no estaba lista para esto.