Ha querido la realidad que el debate sobre el estado general de la corrupción del miércoles coincida con la corroboración judicial, el martes, de una pieza de uno de los casos de corrupción más sangrantes de la democracia española.
El juez Ruz pone en lenguaje judicial ahora lo que sabíamos en informaciones periodísticas de antes: Jesús Sepúlveda, ex alcalde del PP en Pozuelo de Alarcón (Madrid), piropeado en régimen de ditirambo por Aznar, a sueldo por presunto teletrabajo de este partido hasta ayer por la tarde, ha recibido durante siete años más de medio millón de euros de manos de la trama corrupta Gürtel, perdón por la redundancia.
La trama corrupta, empotrada en el PP, habría pagado al entonces marido de Ana Mato y alcalde porque, desde el ayuntamiento, habría otorgado adjudicaciones irregulares a empresas en obras públicas, eventos y contratos.
Según el juez, el mecanismo era el siguiente: la trama Gürtel da dinero a Sepúlveda, comisiones provenientes de empresas que luego, o al tiempo, reciben contratos de obras públicas por parte del Ayuntamiento. Cobra el alcalde, cobra la trama Gürtel, de la que el alcalde forma parte necesaria, y cobra la empresa, que por un porcentaje para Sepúlveda y los Correa se hace con obras públicas que cobra a millón.
Siempre según el juez Ruz, el esposo de Ana Mato ha recibido más de medio millón de euros entre 1998 y 2005; coches por valor de 83.000 euros, viajes, fiestas que han costado 50.000 euros, y 60.000 euros en un sobre, ¡¡¡ay, los sobres!!! , que le entregó Jesús Calvo Soria.
Todo esto lo ha sabido el juez Ruz a pesar de la negativa en redondo a declarar por parte de Sepúlveda. Negarse a declarar es la actitud propia de quien sabe que tiene delito. Nadie que no tenga culpa se niega a contestar a las preguntas de un juez. El silencio como primer síntoma de culpabilidad.
Probablemente lo más machista del mundo es pensar que la mujer que vive con un hombre no se entera del dinero que ingresa éste, del nivel de vida que llevan los dos, de los viajes que hacen, de las fiestas confeti -solo por horteras, condenables penalmente- que hacen para sus hijos, por los cochazos que lleva el hombre cazador de comisiones a la casa en la que viven ambos.
Todo este episodio de corrupción, dentro de la general corrupción, lo confirmamos la víspera de que se escenifique en el Congreso un episodio más de solemnidad, de vacuidad, de personas que esperan que sus palabras ortopédicas oculten la realidad, de un partido que gobierna y que huye de los periodistas, que aparece como un espíritu santo de plasma, que se niega a que le pregunten y que recurre a la teoría de la conspiración. Un clásico desde los tiempos de Franco que recorre a todos los políticos que tienen algo que ocultar.
No se qué dirá de esto el pensamiento Floriano, perdón por lo de pensamiento, según el cual hay funcionarios en un partido y un imputado no puede ser despedido porque así lo establece el Estatuto de los Trabajadores (¡proletarios de todos los países: autoimpútense para evitar el despido!).
Bien, Rajoy dirá que tiene mayoría absoluta y casi tres años por delante, que digan lo que quiera la oposición y los medios, que él no se mueve hasta que concluyan los cuatro años de legislatura que se quiere llevar en la orla.
La gente se frustrará, una vez más, y seguirá ensanchándose el abismo que ya existe entre ciudadanos y representantes públicos.
El próximo 23 de febrero tenemos a Urdangarin ante el juez, con sus correos, sus palabras que rezuman impunidad, sus gracietas, su grasienta complicida; con los instructores de las infantas, los reyes y las amigas, la alcaldesa, el president, todo batido con la misma turmix. Menudo golpe.