El largo y tedioso proceso del anuncio de disolución de ETA ha sido seguido, en general con indiferencia por los ciudadanos en Euskadi y en el resto de España porque ya teníamos descontado el final de la banda terrorista desde hace 7 años y porque ya habíamos aguantado demasiado tiempo sus infames comunicados y su miserable propaganda de asesinos con capucha.
Sin embargo, creo que la ocasión ha de ser aprovechada para reivindicar la memoria de las víctimas, sentirnos orgullosos de la victoria de la sociedad democrática sobre el terror y para evitar que se reescriba la historia.
Es evidente que para cerrar del todo este capitulo es y será necesaria mucha generosidad, pero también debemos tener claro que no cabe amnesia alguna sobre lo que sucedió. 853 asesinados y miles de personas y de familias amenazadas y extorsionadas no nos lo perdonarían.
Esa es la macabra trayectoria de honestidad a la que aluden en su último comunicado en el que cuando hablan de violencia política no debemos olvidar que se trató de 50 años de tiros en la nuca, coches bomba en hipermercados, secuestros o “impuestos revolucionarios”.
La tarea de que no se tergiverse la historia nos concierne a todos: a los que la dejen por escrito en los libros, a las Universidades, institutos y colegios en las que se repase y en cada una de nuestras casas. Mi hija de 12 años me preguntó el otro día que había sido ETA y es muy sencillo explicarlo: una banda de asesinos que quería imponer sus ideas matando.
La generosidad de la democracia deberá ahora ir cerrando todas las heridas abiertas, siempre desde el respeto a las víctimas. El acercamiento de los presos a Euskadi y la reinserción social de los que vayan saliendo de las cárceles tendrá que producirse pero siempre desde la fortaleza del Estado y desde la autoridad moral de una sociedad que supo derrotar al terror.
Esa misma generosidad le permite hoy a Mariano Rajoy protagonizar desde la Moncloa la disolución de ETA pero también en la esfera política debemos desterrar la amnesia y no olvidar lo que hizo cada uno.
Todos los gobiernos y todos los partidos democráticos participaron en la tarea común de acabar con ETA pero no sería justo ignorar la infame campaña de Rajoy y los restos del PP de Aznar contra Zapatero y Rubalcaba. La acusación del hoy presidente de que se estaba traicionando la memoria de los muertos quedará en los anales de la vileza parlamentaria. No todo vale para hacer oposición. El otro día pareció pedir perdón, aunque con la boca pequeña, cuando alabó el trabajo de todos los presidentes y de todos los ministros del Interior.
Bienvenido sea en todo caso el reconocimiento que estos días se está haciendo de la valiente decisión de Zapatero de mantener el pulso en aquellos años y de la lucidez e inteligencia de Rubalcaba para descabezar una y otra vez a ETA mientras dejaba sin aire a la izquierda abertzale hasta que tuvieron que admitir su derrota.
Los socialistas lloraron el día que la banda anunció en 2011 el fin de la lucha armada pero no pudieron celebrarlo porque estaban en vísperas de una durísima derrota electoral; hoy es de justicia recordar también a Patxi López, a Eguiguren, a Rodolfo Ares, Edu Madina y a tanta gente anónima que se dejó la piel para que ETA sea sólo un triste recuerdo del pasado.