A medida que va cayendo por la pendiente de la ignominia, Alberto Núñez Feijóo confirma sus cada vez más serias limitaciones. La tragedia valenciana nos lo está mostrando como un político que no está a la altura de su cargo y que carece de los recursos para ejercerlo. Cabe preguntarse si su gente se estará dando cuenta de ello. Desde luego, sus inefables asesores no. Pero es que ya no sólo falla con una constancia sistemática, sino que ahora cada vez que habla hace el ridículo. Si no fuera porque este hombre, con el apoyo de los más ultramontanos, de Vox, puede ganar las próximas elecciones, ante Feijóo solo cabría el escarnio, la risa colectiva.
Pero su colocación en el mapa del poder obliga a analizar sus movimientos. Tiene que haber alguna razón, por abstrusa que sea, para que el miércoles declarara que había hablado con la presidenta de la Comisión Europea para acordar pedirle ayuda ante la catástrofe valenciana. Aparte de que habría que confirmar que esa conversación se produjo, que Feijóo puede perfectamente habérsela inventado, lo más probable es que esta no fuera más que un intercambio de saludos. Porque la señora Von der Leyen con quien habla es con el presidente del Gobierno. Para lo que sea. Y con nadie más.
Pero, ¿por qué miente Feijóo? Posiblemente por el impulso infantil, sea suyo o de sus asesores, de parecer más fuerte de lo que es. O, mejor, de ser tan fuerte como Pedro Sánchez. De hacer lo mismo que él. Ridículo, ¿verdad? Pero no original. Hace mes y medio Feijóo alquiló un palacete en las cercanías de Madrid para hacerse una foto con sus barones en la escalera de entrada porque el edificio se parecía mucho a La Moncloa. Y su recua de tertulianos de cabecera no dijo nada. Puede que hasta ellos mismos sintieran un poco de vergüenza. Aunque también es muy probable que esos sentimientos no se estilen por esos pagos.
Su intento de ser investido sin tener los votos suficientes para ello ya fue una buena pista de cómo concebía el presidente del PP sus tareas de liderazgo. De una manera que tiene mucho de impostura, de falsedad sin base alguna. La larga lista de falsedades, mentiras y bulos que han trufado desde entonces sus muchísimas intervenciones públicas confirma que esa característica está en el centro de su estrategia política: alguien le ha debido decir que es bueno salir todos los días a la palestra y él se aplica diligentemente a ello, para decir siempre lo previsible, que el Gobierno es muy malo, si no perverso.
Se podrían escribir muchas páginas con sus exabruptos. Simplemente, para recordarlos, porque tienden a olvidarse de tan poca sustancia que tienen, de tan falsos que suelen ser. Pero nadie se va a tomar la molestia de hacerlo. ¿Para qué? Para concluir que con sus falsedades, sus insultos y sus gritos el PP lo único que pretende es llenar el tiempo y que no tiene otra cosa para hacer política.
La gente empieza a acostumbrarse al estilo de Feijóo. A su molesta mediocridad que no ofende a nadie, de banal y obvia que es. Pero ayer ha marcado un hito. Por su osadía, que no por su incidencia ni eficacia. Cuando ha sugerido que la AEMET y la Confederación Hidrográfica del Júcar podrían ser las responsables de que la Generalitat hubiera tardado tanto en dar las alarmas sobre la DANA, el líder del PP ha rizado el rizo.
Desesperado porque no pintaba nada en la crisis -y está claro que Feijóo quiere ser alguien y hacer sombra a Sánchez- y horrorizado porque ya empezaba a ser un clamor popular que Carlos Mazón lo había hecho francamente mal y podría incurrir en serias responsabilidades políticas por la gestión de la crisis, con las negativas consecuencias que ello podría tener en la imagen colectiva del PP, algún asesor del presidente se ha sacado de la manga lo de la AEMET y la Confederación Hidrográfica y el líder lo ha cantado como si tal cosa.
Desde el gobierno no quieren entrar al trapo. Prefieren que Feijóo se cueza en su propia salsa y que los acontecimientos sigan su curso. Los tertulianos del PP ya se han puesto manos a la obra para denunciar con argumentos casi siempre falsarios, y reconociendo indirectamente los fallos de Mazón, que eran Pedro Sánchez y el gobierno quienes deberían haber tomado las riendas de la crisis valenciana antes de que ésta estallara. Pero eso tiene poco recorrido, aunque no pocos fans del PP se agarrarán a ello. Y la verdad terminará por abrirse paso, de una u otra manera. Porque los fallos en la gestión de la Dana han sido garrafales y demasiado públicos.
Veremos. Pero una vez más surge la pregunta de que si con un líder así el PP puede llegar a La Moncloa. Lo de estos últimos días refuerza las dudas. Y confirma que la clave para Sánchez y la izquierda es aguantar.