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Con la gestión no basta: hay que erotizar

23 de enero de 2024 21:57 h

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Los datos macroeconómicos eran positivos el 28 de mayo, cuando la derecha le ganó el pulso nacional a la izquierda en las elecciones autonómicas y municipales. Los datos macroeconómicos eran buenos el 23 de julio, cuando la izquierda invirtió esa correlación de fuerzas y desmintió las profecías. No hubo elección racional, cálculo entre opciones mesuradas, evaluación pormenorizada de la gestión de distintas instituciones. La lección que la política repite una y otra vez, a quien quiera oírla, es clara: con la gestión no sirve, aunque la gestión influya, porque la política va de otra cosa, mucho más impulsiva, incontrolable e inconsciente.

En junio del año pasado, antes de que yo tuviera ninguna implicación en el proyecto, desde las gradas o la posición de quien observa, escribí en una columna titulada Sumatorio que Sumar corría el peligro de ser una mera confluencia girondina La otra cara de esa moneda, describía yo, era la intuición de una apuesta tecnopopulista capaz de ofrecer un horizonte compartido de certezas y orden en un mundo no más inestable, pero sí más a la deriva que el que nos encontrábamos a principios de la década anterior: un mundo en el cual empezaba a fracasar, también, la noción siquiera de un mundo compartido, de que el mundo habitado por unos pudiera ser remotamente similar al mundo habitado por los otros, vista la brecha insondable a la hora de establecer los términos de la conversación.

Creo que uno de los conflictos que atraviesa hoy la izquierda –y, sobre todo, el espacio del cambio, en todas sus mutaciones– se intuía ahí: el barco ha logrado mantenerse a flote en buena parte gracias a la gestión, y sin la gestión de los ERTE, de la reforma laboral o del salario mínimo gracias a la cual se impulsó la figura de Yolanda Díaz el naufragio habría sido parecido al del 28 de mayo. Pero con la gestión no sirve y la gestión no basta; la mejor de todas las gestiones no asegura la victoria y ni siquiera restablece la esperanza. El mundo no cambia –sólo– a golpe de decreto: necesita una capilaridad cultural comprometida con la transformación que, a día de hoy, está ausente o, peor, cansada. Jorge Moruno, diputado por Más Madrid, escribía ayer en X sobre la necesidad de una izquierda que erotizara a la sociedad en lugar de juzgarla. Para poder hacer eso, sin embargo, hay un paso fundamental, y que no sé si hemos abordado del todo: ¿sabemos acaso qué erotiza políticamente a nuestra sociedad, sobre todo a una sociedad cansada de la política, harta de la política, que aspira hoy a que la política ocupe menos espacio en sus vidas después de haber exigido, hace diez años, que la política dejara de ser un silencio? ¿Cómo reconciliamos la voluntad de transformación con la ausencia de voluntad, con la voluntad exhausta, con las energías que ya se gastaron?

 Escribía Chirbes que lo que más le molestaba de los socialdemócratas era la doblez. Que “la derecha, al menos en su faceta pública, es más consecuente: habla como se comporta, son tan desagradables sus palabras como sus conductas, y eso le concede cierta forma de fragilidad, sus palabras la desenmascaran, mientras que a los socialistas las palabras los encubren. Hablo de la fragilidad de la derecha como de la de esas bestias enormes, elefantes o rinocerontes, mezcla de fuerza y de torpeza. No te pillan por sorpresa. Si te quedas ahí es problema tuyo: sabes que te van a aplastar”.

Preocuparse por la doblez no es lo mismo que preocuparse por la pureza. En el recelo o la inquietud excesiva por la pureza hay algo que evoca un cierto narcisismo, el de quien se ocupa más de la imagen que transmite a los demás que de lo importante en sus dichos o sus hechos. La doblez evitable es el cinismo; lo que cualquiera debería aspirar a evitar es que ya no nos creamos las cosas, ni lo que estamos diciendo ni lo que nos dicen. Si antes decía que con la gestión no sirve, tampoco con la esperanza basta: hace falta creer, creer de verdad, aunque la creencia no alcance, para que el mundo no se nos caiga encima como algo desolador.